Enrique Planas

La ausencia en el debate de , su retiro de la escritura, el “reposo del guerrero” en tiempos tan políticamente erizados y cambiantes han dejado a muchos lectores sin una brújula. Son pocas las voces con un recorrido vital suficiente, bagaje intelectual sólido y principios claros que nos permitan orientarnos en este nuevo entorno, tan extraño e incierto. Por eso, como nos advierte el ensayista colombiano Carlos Granés, más que nunca una voz como la de Mario Vargas Llosa nos hace falta.

“Hoy son pocos los intelectuales que pueden hablar con conocimiento y soltura de Estados Unidos, América Latina, Europa y Medio Oriente. De alguna manera, MVLl era un referente para entender Occidente en su complejidad”, explica Granés, compilador y prologuista de la edición de la obra periodística del Nobel peruano. “Hoy la opinión pública está atomizada. El debate ya no pasa por los periódicos, sino por YouTube y las redes sociales. Y en estos espacios proliferan chamanes y gurús, cuyas causas e intereses nunca se sabe bien”, lamenta.

Justamente, “El reverso de la utopía: América Latina y Oriente Medio”, tercer volumen de esta colección, nos permite comprender las causas históricas del estropicio que hoy se vive en estas regiones.

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— En sus ensayos, Vargas Llosa califica a Donald Trump como un “imbécil racista” o “un personaje ridículo”. ¿Qué escribiría Mario sobre Trump vistos sus primeros meses de su segundo gobierno?

Hoy en día sería más duro y más crítico, incluso. Porque lo que está haciendo Trump es traicionar todos los valores estadounidenses. Mario defendía mucho a EE.UU. porque en el corazón de su credo político estaban la libertad y la democracia liberal. Pero Trump traiciona esa esencia. ¿Cómo? Al traicionar a Europa y al legado de la posguerra, uniéndose con Putin, la antítesis de todo ello. Ahora, con el “trumpismo 2.0″ mucho más radical, incierto y desafiante para Occidente, si Mario volviera a escribir sería aún más pesimista.

— En un ensayo escrito en el 2003, a propósito de la coalición de Estados Unidos con Inglaterra y España en la invasión de Iraq, MVLl alerta de la posibilidad de “convertir a Europa en una asociación de países dóciles liderados por un eje franco-alemán, enfrentados contra Estados Unidos”. Parece profético.

Sí. Hoy Europa está pagando su ceguera geopolítica. Durante mucho tiempo, Mario fue muy crítico con ese sentimiento antiyanqui que se advertía sobre todo en Francia, esa cierta superioridad cultural y moral. También fuimos ingenuos creyendo que la alianza con EE.UU. iba a ser eterna. Ahora Europa despierta con miedo, dándose cuenta de que era una ingenuidad creer que siempre sería así. Europa anda a la deriva buscando liderazgos que logren unirla, consolidarla y comprometerla en cosas muy incómodas para la población, como es el rearme. Europa se definió a sí misma en los últimos años como un continente más allá de las guerras, pensó que podía desentenderse de la carrera armamentista. Con la OTAN, creía que un paraguas nuclear era suficiente. Pero en cuestión de dos meses, el tiempo que lleva Trump en el poder, Europa empieza a buscar un líder nuevo y metas más claras. Puede que sea el nuevo canciller alemán, o el presidente francés Macron, quien se mueve bien con Trump y mantiene interlocución con Putin. Pero aún no hay un liderazgo claro.

— No deja de sorprender que en menos de dos meses, todo ese lenguaje antibelicista europeo haya sido desmontado para enfrentar la amenaza rusa...

Hay una sensación de borrón y cuenta nueva ante esta amenaza real. En España no se siente tanto, pero en Polonia ya están poniendo minas en su frontera. La cosa en Europa ha cambiado de la noche a la mañana. Putin es una amenaza porque es un tipo impredecible. Él no piensa el mundo en términos de Estados nación, sino en términos de lengua, religión y raza. Si esa raza y esa lengua eslava llega hasta Polonia, pues a la manera de la antigua Roma siente tener el derecho de mover sus tanques y tomar ese territorio. Es una forma de pensar premoderna que creíamos erradicada del continente. Hay una cantidad de pensadores tradicionalistas rusos que tienen una influencia tremenda en el Kremlin. Creen que ha llegado el momento de encontrar un nuevo zar. Lo positivo es que Europa ha entendido la gravedad del momento y está reaccionando a la altura de la amenaza.

(Foto: Britanie Arroyo Dueñaz)
(Foto: Britanie Arroyo Dueñaz)
/ GESAC > BRITANIE ARROYO

— Siempre se ha visto la relación de MVLl con Cuba como su mayor giro ideológico. Pero otro gran cambio tiene que ver con su vínculo con Israel, especialmente ante la cuestión palestina. ¿Cómo ves estos cambios?

Es muy interesante. Él descubre Israel siendo un intelectual de izquierda a mediados de los años 70, ya decepcionado del castrismo tras el Caso Padilla. Vivía un período de orfandad, se había quedado sin referentes. Entonces inició una búsqueda de nuevas ideas que le permitieran orientarse. En Israel descubre algo parecido a una utopía hecha realidad: una población al punto del exterminio de pronto logra construir en un pedazo de desierto una sociedad moderna, próspera y democrática, donde el pensamiento socialista tiene gran influencia. Eran las ideas que en Cuba no se dieron, pero parecía que en Israel sí. Sin embargo, muy pronto Vargas Llosa se dio cuenta de que esa utopía tenía un gran lunar: el conflicto eterno con Palestina. La manera en que las autoridades israelíes lo manejaban. Intentó intervenir en el debate público buscando una solución sensata y democrática. Fue a Gaza y vio el horror. Escribió ensayos sumamente críticos con el gobierno de Sharon, que hoy parece una paloma al lado de Netanyahu. Hoy en día, viendo lo que está pasando, sería doblemente crítico.

— ¿Podríamos decir que su desencanto del socialismo se repite con el sionismo?

No lo sé. Hay ciertos elementos del sionismo que aún podría defender. Me imagino que hoy Mario seguiría en la línea de la política de los dos Estados, aunque ya nadie hable de ella. La situación ha dado un giro tan dramático que ya no sabemos si Palestina podrá sobrevivir. Si el delirio trumpista de convertir la franja de Gaza en una ribera con casinos es solo una boutade o si hay algo detrás. ¡Todo puede pasar!

— Este tercer volumen incluye dos libros breves: “Israel-Palestina” y “Diario de Irak”. ¿Cómo influyó en el escritor la visita a ambos territorios en conflicto?

En estos libros se ve con mucha más claridad su faceta como reportero. Hizo lo mismo en Nicaragua y en Cuba. Estas experiencias le permitieron ver las cosas de manera directa, los estragos de la historia en el terreno, hablando con sus protagonistas y con sus víctimas. Allí donde va, la historia lo persigue.

— Otro gran tema tiene que ver con sus reflexiones sobre el terrorismo internacional...

El fanatismo ha sido un tema que ha fascinado a Vargas Llosa. En sus novelas, la figura del fanático capaz de inmolarse por una idea le pareció siempre complejo y fascinante. Era lógico entonces que el fanatismo real le causara gran interés. El dilema que suponían los islamistas suicidas iba más allá: la posibilidad de la convivencia de poblaciones musulmanas en las sociedades occidentales, sin que los Estados presionaran para su integración. El terrorismo islamista demostró que esa política tenía fracturas, pues en el corazón de Occidente podían crecer fanáticos dispuestos a atentar contra la sociedad que los acogía. Eso supuso un debate moral muy fuerte. Pensamos que parte de la convivencia liberal es dejarle al individuo la libertad de aprender o no el idioma, o de integrarse o no al país de acogida. Sin embargo, esa libertad empezó a engendrar monstruos. Y de alguna forma, Vargas Llosa abordó ese debate.

— Hay temas en los que a MVLl le resulta difícil predecir las consecuencias. El caso cubano, por ejemplo. Creyó que, tras la muerte de Castro, el régimen no sobreviviría un minuto. Un mal cálculo.

Sí, había algo de “wishful thinking” en ese ensayo, más un deseo que un análisis frío. Aunque entiendo ese cálculo. Lo que mantenía sosegada a una población sin libertad, sin comida y sin luz, era la presencia de Fidel Castro. Eso se vio con claridad durante el Maleconazo en 1994, cuando parecía que iba a haber un levantamiento popular y, sin embargo, bastó que llegara Castro a dar un discurso para que la gente se fuera a casa tranquila, casi con una actitud reverencial. Castro tenía aún una aura mística. Sin él, era esperable que la gente perdiera el miedo y se rebelase. Sin embargo, antes de morir, Castro hizo algo inteligente: retirarse del poder. Con eso garantizó la sucesión y el control del partido. En el 2016, yo estaba con Mario el día que murió Castro. Estábamos en la Feria del Libro de Guadalajara, y desayunamos con la noticia de su muerte. ¿Y qué pasó? Nada. Ningún escritor se volvió a su habitación a escribir un artículo sobre las posibilidades de cambio en Cuba. Nadie cambió su rutina. Todos sabían que en Cuba no iba a pasar absolutamente nada. Fue una muerte intranscendente. Cuba seguiría exactamente igual. Castro murió dejando todo bien atado.

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