Trapiello: “No tiene sentido hablar del Quijote de Trapiello”
Trapiello: “No tiene sentido hablar del Quijote de Trapiello”
Juan Bonilla

Trapiello es uno de los autores fundamentales de la literatura española actual. Sus tareas no conocen apenas vallado: editor, novelista, ensayista, articulista, poeta. Visita la Feria del Libro de Lima para hablar de su última hazaña: traducir el Quijote al español de hoy. Sus dos últimas novelas —enlazadas ahora en un solo tomo publicado por Destino— también tenían al gran personaje de nuestra literatura como motor, pues en ellas imaginaba con espléndidos resultados qué pasaba con el resto de personajes de la novela "Al morir don Quijote". Pero si hay una obra colosal en su bibliografía, esa es seguramente el "Salón de pasos perdidos" (SPP), título general con que acoge los tomos de un diario que es además novela en marcha sin que, dada su calidad excepcional, importe mucho en qué género deba figurar: es de esas creaciones que saltan fácilmente sobre los muros que encajonan géneros literarios. De momento del SPP lleva publicados 19 tomos y este año se editará el que hace 20 (todos ellos por Pre-Textos, aunque pueden encontrarse ediciones de bolsillo en Destino). 

Ha sido una gran decepción que tu traducción del Quijote no haya suscitado la polémica que uno esperaba y sí recibido, más bien —salvo alguna crítica marginal y sin sentido—, elogios unánimes de académicos y lectores y se convierta en bestseller. ¿Estabas preparado para semejante éxito? ¿Qué tal te sienta que se hable del Quijote de Trapiello como antes se hablaba del de Francisco Rico?
Empiezo por el final: el Quijote es de Cervantes. Yo he hecho una traducción en toda regla. He repetido que era una injusticia que el lector español e hispanohablante, para leerlo, tuviera que hacerlo en una lengua, el castellano del XVII, que ya no hablamos ni a menudo entendemos cuando lo leemos, a diferencia de los lectores alemanes, ingleses o rusos, que han podido disfrutarlo desde siempre en la lengua que ellos entendían. Teníamos esa desventaja, pero también una ventaja: nuestra lengua es la más próxima y parecida a la de Cervantes de cuantas hay. El viaje de la de este a la nuestra es la más corta, y por tanto en la que cabe una mayor fidelidad al original. Lo que muchos lectores alemanes, ingleses, etcétera leen a menudo como Quijote tiene que ver con este, y con Cervantes muy poco. Pero en todo caso mi traducción no solo es una traducción, es el Quijote, el de Cervantes, como la Ilíada que yo leo es la verdadera Ilíada de Homero, aunque no la lea en griego. Por lo tanto no tiene sentido hablar del Quijote de Trapiello ni, en rigor, de nadie. Y ello explica la acogida que ha tenido en toda clase de lectores, especialistas y legos. Decía Jordi Gracia, biógrafo de Cervantes, que esa traducción había llegado en el momento justo, a saber, en el que la lengua de Cervantes se hacía incomprensible, como acabó haciéndose incomprensible el latín para todos aquellos que hablaban lenguas romances. Mi traducción no ha venido a sustituir o alterar el original, que sigue donde está y para quien quiera leerlo, sino para ofrecerse a todos aquellos que quieran leerlo como yo la Ilíada, bien porque en su lengua original les resulta difícil o por la razón que sea.

Ya sé que no le das mucho vuelo a las audacias de metaficción del Quijote, eso del libro dentro del libro y de los personajes circulando por una realidad en la que, por la intervención de Avellaneda, son ya figuras de ficción. De todos modos, me gustaría preguntarte sobre la relación de don Quijote con los libros. Toda la novela es un canto a la vida que parte precisamente de la “locura” que le ha proporcionado la lectura a don Quijote, como si este hubiera aprendido en los libros que estos no son suficientes si no nos echan al camino a vivir el mundo, produciendo esa paradoja de que, aunque no son suficientes, sin ellos, sin su actuación sobre el personaje, no hubiera habido personaje.  
Así es. Si mal no recuerdo ahora, don Quijote no lee un solo libro en toda la novela, ni siquiera la primera parte de su propia historia, que se limita a hojear cuando se la muestra Sansón Carrasco. Don Quijote ha pasado de amar los libros a ser libro él mismo, un libro vivo, en el mismo sentido que decía Juan Ramón Jiménez respecto al poema: trascender el poema, y ser uno mismo la poesía, vivir en poesía. Don Quijote vive en literatura, pero no de una manera libresca, sino viva. Ya no necesita los libros: él mismo es su propio libro, lo que le permite tener un juicio tan agudo y pertinente sobre todas las cuestiones de la vida, exceptuando las de la caballería andante, que le hacen enloquecer. Pero diríamos que don Quijote no podía ser enteramente cuerdo sin haber atravesado esa locura, sin haberla cumplido. Solo cuando es así, pierde la locura y recobra el juicio. La lección del libro es ese viaje, un viaje ejemplar que deja tras de sí algunas locuras memorables y cientos de acciones y palabras juiciosas. 

También sé que Nabokov ni fu ni fa, pero ¿qué te parece esa idea suya, afeándole el final, proponiendo un combate entre los dos Quijotes, el verdadero y el de Avellaneda, con la victoria de este para dejar claro que en el mundo la mentira le gana a la verdad, que tiene que retirarse derrotada?
No sé, suena un poco a los primores de literato moderno. Darle la misma carta de naturaleza, es decir de ente vivo, al de Cervantes y al de Fernández Avellaneda es no haber entendido bien la cosa, me parece, ni al don Quijote apócrifo ni al original. ¿Dónde se ha visto que un hecho de ficción tenga la misma categoría de realidad?

Nabokov decía que Cervantes era muy superior a su tosca novela, y Unamuno al revés, que el personaje era tan grande que a veces Cervantes no estaba a su altura. Entre uno y otro, ¿dónde te sitúas?
Ni don Quijote puede prescindir de Cervantes ni al revés. Pero este jamás habría dicho, al modo de Flaubert, “Don Quijote soy yo”. No le hacía falta para persuadirnos de su verdad. Desde el principio advirtió que don Quijote y Sancho, somos todos. El personaje de don Quijote, como invención novelesca, podría incluso entenderse sin Cervantes, ahora, el Quijote, como libro, no, todo él está impregnado de eso que llamamos espíritu cervantino, que trasciende lo quijotesco, porque abarca el mundo de don Quijote, pero también el de Sancho, el de Sansón Carraco, el del Caballero del Verde Gabán o el de Cardenio.

Eres de los pocos lectores que al hacer crítica —en su sentido más noble— ha conseguido hacerle sitio en el canon a autores que, antes de tu apuesta, no estaban ahí —pienso en Chaves Nogales, quizá en menor medida, pero también, en Sánchez Mazas—. ¿Crees que es la tarea más alta a la que puede dedicarse un crítico, a “poner en su sitio” autores y obras mal leídas, o no leídas, que de repente se nos presentan con luz nueva, con la luz de lo imprescindible?Cada generación llega con sus lecturas nuevas, interesándose por escritores que las anteriores desdeñaban o no tenían en cuenta. Les parece que sin ellos se explican menos a sí mismos. La del 27 llegó con Góngora, poeta por el que la generación del 98 sentía poca estima. ¿Es más importante Góngora que San Juan de la Cruz o Bécquer, los preferidos de Machado, Unamuno o Juan Ramón Jiménez [JRJ]? Probablemente no, pero lo cierto es que Góngora quedó entronizado en la literatura activa, no solo en los manuales. Los propios Machado o JRJ, cuando yo era joven, eran denostados, ignorados o despreciados por los poetas mayores que nosotros, que tenían a Octavio Paz o a Vicente Aleixandre por sus maestros. Así que le tocó a uno dar esa batalla por desconocidos como Chaves, Sánchez Mazas o Leopoldo Panero, o como Galdós, Unamuno o JRJ, tan conocidos como postergados por las élites culturales, que no por lectores (nunca dejaron de tenerlos).

Poco a poco se ha ido imponiendo la evidencia de que tu SPP es el proyecto narrativo más personal, ambicioso y logrado de nuestras letras contemporáneas, una obra sin parangón. ¿Estás preparado para que se imponga esa certeza sobre una novela que se arrima a los veinte tomos y que es lo más parecido a obra total de nuestra literatura?
No sé. Yo no tengo perspectiva para pensar eso ni lo contrario. Los voy escribiendo y van apareciendo. Quién sabe cómo se juzgarán. Ahora bien, les ha cabido esta pequeña suerte: su número de lectores es pequeño, y muy fiel, y el tratamiento que suele darles la crítica es discreto, lo que me permite seguir escribiéndolos como el primer día: con esa libertad que te da escribir, como decía Nietzsche, para todos y para ninguno.

El argentino Césa Aira, que tiene discípulos por toda América y en algunos barrios de Barcelona, decía hace poco: “Los escritores actuales ceden a la autoficción por una especie de narcicismo, de creerse muy importantes y pensar que sus vidas van a interesarles a los demás”. Sin embargo, le debe parecer normal al hombre que sus fantasías y desquiciamientos sí les puedan interesar a los demás, como si eso no fuese también narcisismo. ¿De dónde crees que procede esta lectura facilona de identificar la escritura autobiográfica con el narcisismo? ¿La abundancia de ficciones no ha producido un atasco, una hartura, una fatiga, que se ha saldado precisamente con una respuesta en la que muchos lectores parecen haber dicho “invenciones no, por favor”? 
En cierto modo entiendo a Aira. Al principio algunas personas me preguntaban con mala intención “¿Y por qué escribes unos diarios, si a ti no te pasa nada?”. Y es verdad, yo escribo de los otros, porque a mí, en efecto, no me pasa nunca nada. Los escribo como diarios y a los cinco, ocho o diez años los reescribo por completo y ficciono, corrijo o suprimo de ellos lo que me parece bien. Y por eso al publicarlos, añado lo de “una novela en marcha”, una novela que muchos leen a veces como diario y a veces como novela. No me preocupo de la ortodoxia del género. Eso para la policía montada de los diarios, muy escrupulosa siempre con las esencias. Aunque haya géneros en declive o extinguidos (la tragedia, la ópera, buena parte del teatro, algunos dicen que la filosofía o la poesía), estoy convencido de que el problema no es nunca de la novela o del poema o del ensayo filosófico o del teatro, sino de la manera de abordar cada género. El secreto de la literatura está en el encantamiento y el reencantamiento del mundo. 
Y eso tiene que ver con el tono. Suelo decir: con el tono y un punto de apoyo adecuado, cualquiera podría mover el mundo. Sherezade tuvo las dos cosas y así tuvo al sultán suspenso mil y una noches.

El próximo tomo de tu SPP se titula "Solo hechos". Tus títulos son todos magníficos, este último también, pero puedes explicar por qué “solo hechos”.
Está sacado de una novela, "Tiempos difíciles", de uno de mis autores preferidos, Charles Dickens. Uno de los personajes asegura que solo tienen importancia los hechos. En una obra de ficción esa declaración está llena de ironía; viene a recordarnos que la ficción está hecha de realidad y de algo más, sentido, del que la realidad está privada. Pero también de algo muy importante: la ficción puede lograr que determinados personajes y hechos, puramente de ficción, alcancen el estatuto de realidad. Don Quijote, por ejemplo, es un ser con tanta o más entidad ontológica que el propio Cervantes, sabemos de él, de lo que verdaderamente importa, incluso más de lo que sabemos de Cervantes.

Eres un escritor visible por tu compromiso político, ciudadano. Has optado al Senado en las listas de Unión, Progreso y Democracia; formas parte de un comité instituido por el Ayuntamiento de Madrid en relación a la memoria histórica; mantienes una columna periodística desde hace años en La Vanguardia; intervienes en la actualidad con artículos de opinión…Hay sin embargo una percepción según la cual el intelectual apenas tiene ya peso en nuestra sociedad, a menos que salte a la política, a la acción. ¿Cómo te sientes en ese papel?
Mi contribución cívica es más bien pequeña, diría que solo testimonial: decir de vez en cuando lo que acaso otros no se atreven o no tienen la posibilidad de decir, y se reduce a un programa de mínimos, como ahora se dice: la de ser un ciudadano libre y con los mismos derechos que todos, no más, pero tampoco menos. En realidad son intervenciones contra los lugares comunes, algo muy flaubertiano, contra las piedras de molino: que los grandes intelectuales se pusieron de parte de la República durante la Guerra Civil Española, que es mejor el cambio, aunque no se sepa a qué, que Stalin era un asesino (y también costó que se admitiera esto), pero no Lenin o Trotsky, que los crímenes en nombre del Progreso y de la Historia no son tales, que el derecho a decidir es un derecho democrático… No sé si Ortega o Unamuno tenían más influencia en la opinión pública y en los políticos que, pongamos por caso, Savater o Ferlosio… pero yo leo las intervenciones públicas de estos con el mismo interés que las de aquellos.

Por encima de todo, o por debajo, da igual, eres fundamentalmente poeta. Cuéntanos qué preparas en ese sentido, entendiendo la poesía solo como género en verso, claro.
Eso trata uno de ser, un poeta. Y cuando te vas haciendo mayor y comprendes que el poema apenas es nada, solo algo inevitable, algo en lo que encarnar la vida, entonces tratas también de llevar una vida poética, en el más noble sentido del término: todo lo atento que puedes, relacionándote con las cosas y las personas siempre con la mayor delicadeza. La poesía es el mundo del cuidado. Ordeno estos días un libro con los poemas de estos últimos cuatro años, poemas que van llegando por su cuenta, no sabe uno nunca cómo. Nadie sabe cómo se produce ese misterio. Podríamos decir como Machado: el poema ha venido, nadie sabe cómo ha sido. Porque eso es siempre un poema, un renacer, ajeno a nuestra voluntad, pero del que no podríamos prescindir ni vivir lejos de él.

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