En franco contraste con el siglo pasado, la música popular urbana hecha en el Perú ha visto, durante los últimos veinte años, la masificación de su producción; a la vez, ha sido usada para la articulación de géneros locales, como la cumbia y la música afroperuana con diversas músicas transnacionales. Estas articulaciones entre lo local y lo transnacional han permitido el surgimiento de nuevas escenas, públicos y sensibilidades que han marcado las primeras dos décadas del siglo XXI. Sin embargo, a pesar de estas tendencias cosmopolitas, algunos cultores de estos géneros locales se resistieron a estas articulaciones para adherirse, más bien, a continuidades que a menudo cobraron una dimensión retro o vintage.
“La música es mucho más que solo melodía, armonía y ritmo; es una manera de traducir sensaciones”. — Pauchi Sasaki
Si bien la creación de espacios para el encuentro de la música académica electroacústica, la música electrónica experimental y el noise rock se remonta a los primeros años del siglo XXI —recordemos que en 2003 y 2004, en el marco del Festival Iberoamericano de Música Electrónica Con-Tacto, se presentaron Edgar Valcárcel, Jaime Oliver, Jardín y Christian Galarreta—, no fue sino hasta la segunda década del nuevo siglo que vimos el surgimiento de un festival que congregó a un público con una sensibilidad transversal a estos tres géneros musicales. Se trató del Festival Integraciones, organizado por el Centro Fundación Telefónica, donde, a lo largo de ocho ediciones, se vienen presentando músicos electroacústicos, como Juan Ahon; músicos electrónicos contemporáneos, como Pauchi Sasaki; grupos electrónicos vinculados a la música industrial y al noise, como Jardín, y bandas de rock experimental, como Liquidarlo Celuloide.
Se consolidó, así, una escena de música electrónica experimental que sumó tanto a académicos como a amateurs de raigambre rockera con pretensiones artísticas.
Durante la primera década del nuevo milenio, la música electrónica también sirvió para articular a la música afroperuana con diversas modernidades cosmopolitas. El ejemplo más claro es Novalima, cuyos discos superpusieron ritmos de música afroperuana tradicional con beats electrónicos globales. En contraste con este derrotero, que buscó hacer coincidir la música afroperuana con texturas y beats provenientes de los grandes centros metropolitanos, una vertiente más tradicional siguió en pie de la mano de músicos como Juan Medrano Cotito o Susana Baca, quien ganó un Grammy en 2002 por su álbum Lamento negro.
La fusión de la música afroperuana con el jazz ya venía ocurriendo desde varias décadas atrás, pero algunos de sus discos más interesantes —Chinchano (2003), de Andrés Prado; Mundo nuevo (2007), de Perú Jazz, y Nuevo mundo (2008), de Gabriel Alegría— aparecieron en la misma época en que Novalima buscaba integrar la tradición afroperuana con un lenguaje electrónico transnacional.
—El nuevo pop—
La primera década del nuevo milenio también fue la de la revalorización y recontextualización de la cumbia peruana de los años setenta. En 2007, el lanzamiento de la recopilación The roots of chicha marcó el inicio de este fenómeno. Al año siguiente, en medio de gran expectativa, el grupo Bareto lanzó Cumbia, un álbum en el que versionaron viejos éxitos de cumbia amazónica. Durante esta misma época, viejas glorias del género, como Los Destellos y Los Mirlos, gozaron de un revival entre un público de clase media alta que los escuchaba desde una sensibilidad retro o vintage.
Tal como ocurrió con la música afroperuana, el siglo XXI también vio el surgimiento de proyectos que articularon a la cumbia con una sonoridad moderna y cosmopolita a través de la música electrónica. Un ejemplo de ello es Dengue Dengue Dengue, dúo peruano afincado en Berlín cuyo primer álbum, La alianza profana, fue lanzado en 2012. Una banda de cumbia que no se adhirió ni a una estética vintage ni a un lenguaje cosmopolita fueron los arequipeños Los Chapillacs, quienes renovaron la tradición de la cumbia a través de una aproximación más visceral y achorada del género.
Una banda de cumbia que no se adhirió ni a una estética vintage ni a un lenguaje cosmopolita fueron los arequipeños Los Chapillacs.
Los últimos cinco años han visto el surgimiento de un nuevo pop global basado en géneros urbanos, como el trap y el reguetón, el cual, objetivamente hablando, no es sino una nueva música electrónica de baile. En este contexto aparece el sello Matraca, alrededor del cual se ha generado una escena de música electrónica completamente diferente a la que surgió alrededor de Con-Tacto y el Festival Integraciones: si en estos se privilegió una música electrónica con pretensiones artísticas y con una inclinación por lo que podríamos llamar “lo sónico”, los artistas vinculados a Matraca privilegiaron una música electrónica vinculada al nuevo pop global y se inclinaron por lo que podríamos llamar “los beats”. Este nuevo pop global también ha servido para articular al rock con una nueva modernidad transnacional. Ejemplos de ello son los discos Terremoto, de Turbopótamos, y Fantasmas, de Tourista, cuyos vínculos con el moombahton y el reguetón parecen apuntar a una renovación que el rock local no experimentaba desde comienzos del milenio.
Por supuesto, esta aproximación a la música popular urbana hecha en el Perú en el siglo XXI es solo una entre muchas posibles. Además, aunque algunas culturas musicales quedan fuera del mapa, como el huaino comercial y el indie folk —el cual, pensándolo bien, podría pensarse como un ideal romántico de autenticidad y naturalidad opuesto a la artificialidad cosmopolita proporcionada por la electrónica—, este acercamiento puede ser útil, sobre todo si queremos localizar las rupturas y quiebres que se han generado con el siglo pasado a partir de la articulación de algunos géneros locales con la música electrónica. Esto debido a que la diseminación de los particulares modos de producción de esta, durante las primeras dos décadas del nuevo siglo, han marcado una escisión de la que han surgido nuevos ámbitos de contemporaneidad musical, con sus propias escenas, públicos y sensibilidades, así como con sus propias tensiones entre lo local y lo transnacional, entre lo tradicional y lo cosmopolita.
Datos
- Producciones: Algunos de los discos más relevantes de la fusión de la música afroperuana con el jazz fueron Chinchano ( 2003 ), de Andrés Prado; Mundo nuevo ( 2007 ), de Perú Jazz, y Nuevo mundo ( 2008 ), de Gabriel Alegría.
- 2002: año en que susana baca ganó el Grammy con su álbum Lamento negro.