(1925-2017) In memoriam
(1925-2017) In memoriam


Por Fietta Jarque

Se cierra el círculo de la vida y llega el momento en que solo hay pasado. Se pueden sacar las cuentas, no habrá más sumas, cambios de rumbo, ni caminos abiertos. Y en el caso de una persona y una obra como la de Fernando de Szyszlo, hay mucho que evaluar. El artista, el ciudadano, el hombre. Tuvimos la oportunidad de sostener muchas y largas conversaciones durante los meses de preparación de su libro de memorias, La vida sin dueño (Alfaguara, 2016), en el que colaboré con la redacción. Me gustaría compartir algunas impresiones de esa inolvidable experiencia.

No se trata de hablar solo de él, también de la sociedad peruana. Para empezar, nunca se le otorgó un Premio Nacional. Sin ser una persona que ansiara trofeos —recibió numerosos reconocimientos, distinciones y condecoraciones en el Perú y el extranjero— confesó, al preguntárselo yo, que le habría gustado un premio así como cierre de su carrera. No pudo ser.

Y es que Fernando de Szyszlo resultó para muchos, en diversos momentos, una persona incómoda. Lo fue así hasta el final.
No sabía morderse la lengua, decía con malicia y resignación. Tenía el carácter como para romper moldes y expresar sus ideas sin temor a las repercusiones. Se erigió como una voz escuchada por la opinión pública.

Julio del 2012. Fernando de Szyszlo en su estudio de Barranco, donde trabajaba incansablemente en busca del cuadro ideal. [Foto: Christian Ugarte /archivo El Comercio]
Julio del 2012. Fernando de Szyszlo en su estudio de Barranco, donde trabajaba incansablemente en busca del cuadro ideal. [Foto: Christian Ugarte /archivo El Comercio]

Por eso quizá uno de los elementos que contribuyeron a su fama, más allá del estricto círculo de las artes, fue su temprano acceso a la prensa. Su padre, el inmigrante polaco Vitold de Szyszlo, escribía una columna diaria durante la Segunda Guerra Mundial para el periódico El Universal. Los partes escuchados en la radio contribuyeron a su formación familiar. El posicionamiento ético fue, por tanto, un elemento que caló tempranamente en su carácter. De muy joven el pintor empezó a escribir sobre arte en varias revistas y no dejó de hacerlo a lo largo de toda su vida, hasta fechas recientes, abordando con frecuencia también espinosos temas políticos. Entró casi de adolescente a la histórica peña Pancho Fierro, de la mano de José María Arguedas, donde se debatían constantemente temas de actualidad. Allí se recibía a intelectuales extranjeros de paso por Lima, entre ellos exiliados de la Guerra Civil española; uno de los pocos lugares donde circulaban de primera mano ideas, análisis y testimonios de lo que sucedía en el Perú y el mundo.

Su amistad con el arquitecto Luis “Cartucho” Miró Quesada, relacionado con
El Comercio, le abrió tempranamente las puertas de este medio. Szyszlo no cejó en expresar sus opiniones discrepantes cuando lo juzgó necesario. Creía en el compromiso del intelectual y el artista con la sociedad. Así lo hizo, sin temor a represalias, contra los políticos y gobernantes que coartaban libertades o enfangaban de corrupción la sociedad peruana. De acuerdo o no con él en sus argumentos, no se podrá poner en duda su valentía y honestidad.

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La vida pública de Fernando de Szyszlo contrastaba con su vida de artista. Era en la soledad de su estudio donde se desarrollaba cada día su verdadera lucha. Pintó diariamente desde los 19 años para trabajar en la búsqueda de un único cuadro ideal. Según él, no lo logró alcanzar. No obstante, pintó más de tres mil obras y esa exploración concretó hallazgos que han sido fundamentales para el arte peruano y latinoamericano. Y quizá es injusto poner límites geográficos a su contribución. Los elementos básicos de su trabajo fueron, por un lado, los lenguajes plásticos de la modernidad o el modernismo; y, por otro, la herencia del arte precolombino. Lo local y lo global. La persistencia en esa fórmula le valió tanto críticas como elogios. Pero él estuvo siempre seguro de su camino y por ahí continuó hasta sus últimos días.

13 de agosto del 2003. Fernando de Szyszlo exhibe su muestra "Fernando de Szyszlo. Obra gráfica 1947-2003" en la galería de arte Wu Ediciones en Barranco. [Foto: Fernando Fujimoto]
13 de agosto del 2003. Fernando de Szyszlo exhibe su muestra "Fernando de Szyszlo. Obra gráfica 1947-2003" en la galería de arte Wu Ediciones en Barranco. [Foto: Fernando Fujimoto]

Y todo parte de su experiencia vital. Desde su juventud sintió un enorme apego por el arte precolombino, que coleccionó. Una de las grandes obsesiones de Szyszlo hasta el final de su vida era la construcción de un gran museo nacional de arqueología en el Centro de Lima. Eran las únicas piezas originales de arte que podía observar, ya que el arte europeo solo lo conocía a través de libros. Por eso, en cuanto pudo, se fue a vivir a Europa, para copiar a los maestros en las grandes pinacotecas, para aprender sus técnicas e incorporarlas a su obra. En el Perú había iniciado estudios de arquitectura y pintura, pero no los terminó. Simplemente, porque no encontró en esos planes de estudio la proyección hacia el futuro que necesitaba vislumbrar.

Szyszlo y sus compañeros de generación en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado querían romper con el anclaje a un pasado idealizado en una sociedad peruana muy conservadora, empezando por la arquitectura y siguiendo por las artes.
Una estética neocolonial caduca —sobre todo en el diseño urbano— y un indigenismo que dejaba de ser una opción revolucionaria y se quedaba en un automatismo retórico —un cuadro de tema peruano bastaba para ser considerado arte peruano— eran dos de los pilares que querían tumbar. La utopía modernista iba calando fuerte ya en otros países latinoamericanos y el Perú —ay, como siempre— se iba quedando atrás. Por suerte había individuos con talento y coraje, como Emilio Adolfo Westphalen, Jorge Eduardo Eielson, Sebastián Salazar Bondy y Blanca Varela —con quien Szyszlo se casó en 1949—, además de los citados del círculo de Arguedas y el grupo de arquitectos en torno a Cartucho Miró Quesada, que trabajaron para ir cambiando las cosas y consiguieron concretar obras importantes.

10 de marzo del 2015. Fernando de Szyszlo y Mario Vargas Losa en la presentación de un libro del pintor en el Museo de Arte de Lima. [Foto: Archivo]
10 de marzo del 2015. Fernando de Szyszlo y Mario Vargas Losa en la presentación de un libro del pintor en el Museo de Arte de Lima. [Foto: Archivo]

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Si hubo unos años a los que Szyszlo regresaba con placer en su memoria fueron los que pasó en Europa, cuando era un joven pintor pobre y desconocido. Con 90 años era capaz de recordar con exactitud nombres y direcciones de aquel París bohemio, existencialista, de principios de los cincuenta, donde compartió placeres y penurias con Blanca Varela y viejos sus amigos del barrio, Eielson y José Bresciani. Tal vez de tanto recrearse en aquellos años consiguió mantenerlos tan vivos.

Curiosamente, Szyszlo no se explayaba tanto en la etapa de éxito de su carrera artística. Como si la sucesión de exposiciones cada vez más demandantes —en 1989 llegó a hacer doce, en varios países— fuera algo de lo que no valía la pena hablar. Una producción exigente que lo ataba a su estudio en constante fiebre creadora. Esa energía y concentración en su objetivo artístico no dejó de generar suspicacias en la crítica de arte. El comentario de que sus cuadros se repetían, de que se había mercantilizado, no dejó de perseguirlo durante años. El precio del éxito. Lo cierto es que hay un estilo inconfundible a primera vista. Un Szyszlo se reconoce a la primera (aunque, cuidado, él señalaba que circulaban muchas falsificaciones de sus cuadros). Pero si se profundiza en la mirada se distingue una línea de trabajo que tiene elementos comunes, sí, pero, como el vocabulario, estos permitieron combinaciones infinitas y dieron lugar a frases —o versos— muy distintos. Szyszlo lo declaró infinidad de veces: perseguía un cuadro soñado y, cuando lo terminaba, se daba cuenta de que no lo había conseguido. Esa persistencia casi científica en una sola línea de investigación es lo que da una homogeneidad superficial a su obra y una diferencia sutil entre ellas. Prueba y error.

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La vida sin dueño
Fernando de Szyszlo
Editorial: Alfaguara
Páginas: 290
Precio: S/ 69,00

Esa concentración, sin embargo, lo hizo también detenerse en su afán de renovación en las artes plásticas. Fue conocida también su desconfianza, si no abierta desaprobación o desprecio, de las tendencias a partir del pop art en adelante. Una vez le pregunté si al menos iba a ver exposiciones o museos de arte contemporáneo. Me dijo que no.

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Por último, el hombre. Una memoria prodigiosa, que ya mencioné, y una energía vital increíble para una persona de su edad. Fernando de Szyszlo trabajaba a diario en su estudio. Estuvo gravemente enfermo hace unos meses, pero ya se estaba recuperando. Precisamente su afán de viajar a sus exposiciones en diferentes países le iba pasando factura. Y es que seguía presentando al menos dos muestras de obra nueva al año, algo inusual incluso para artistas más jóvenes. Siempre expuso al menos una vez al año en Lima, en la galería Fórum desde que abrió. Ahora estaba preparando la que consideraba que sería su última exposición en la ciudad, en la galería Lucía de la Puente, en enero próximo. Siempre quiso exhibir en Barranco, le dijo a la galerista, el lugar donde nació. Hasta hace poco se empeñaba en seguir manejando sus carros de lujo —según él, el único capricho caro, carísimo, que se permitía— y le gustaba la vida social con sus amigos.

El pintor y su esposa Lila Yábar, en febrero de este año en Madrid, a donde viajaron con ocasión de la presentación de su libro de memorias "La vida sin dueño" (Alfaguara, 2016 ). [Foto: EFE]
El pintor y su esposa Lila Yábar, en febrero de este año en Madrid, a donde viajaron con ocasión de la presentación de su libro de memorias "La vida sin dueño" (Alfaguara, 2016 ). [Foto: EFE]

He dejado para el final algo que para Szyszlo fue fundamental: las mujeres. Se declaró un hombre seducido más que un seductor. Si bien se casó muy joven con Varela, expone en sus memorias los sinsabores y hasta las infidelidades que cometió. No como ostentación, casi con contrición. Pero la historia de amor más asombrosa es la que terminó junto con la vida de los dos. Liliana Yábar, Lila, fue su gran amor, su esposa desde 1988. Una pasión de madurez. Pasados los 90 años —él 92 y ella 96—, seguían pendientes uno del otro, conmovedoramente inseparables. La muerte se los llevó de la mano el pasado lunes en un accidente doméstico, una caída en las escaleras, según se ha comunicado escuetamente. Posiblemente ninguno de los dos habría sido capaz de soportar la separación.

El destino ha cerrado ese círculo de forma extraña. Como el antiguo anillo de jade chino que ella le regaló hace unos años y que define lo sagrado. Eso quizá se resuma en una de las frases que repetía Szyszlo, su mantra de artista y hombre: “Hace muchos años llegué a definir lo que es para mí la pintura: el encuentro visible de lo sagrado con la materia. Pero luego añadí que como definición es imprecisa, porque el encuentro visible de lo sagrado con la materia también describe a la persona amada”.

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