[Ilustración: Manuel Gómez Burns]
[Ilustración: Manuel Gómez Burns]



Si al conde Neville le hubieran dicho que un día visitaría a una vidente, no se lo hubiera creído. Si hubieran añadido que sería para buscar a su hija fugada, este hombre sensible se habría desmayado.

Una especie de secretaria le abrió la puerta y lo condujo hasta una sala de espera.
—Madame Portenduère lo recibirá enseguida.

Era como estar en el dentista. Neville se sentó, muy erguido, y observó con perplejidad los motivos tibetanos que decoraban las paredes. Una vez dentro del gabinete de la vidente, lo primero que hizo fue preguntar dónde estaba su hija.

—La pequeña está durmiendo en la habitación de al lado —respondió la mujer.

Neville no se atrevió a decir nada: ¿acaso iban a exigirle un rescate? La vidente, una mujer de edad indefinida, enérgica, regordeta, de una extrema vivacidad, retomó la palabra:

—Ayer, pasada la medianoche, salí a dar un paseo no muy lejos de sus dominios. La luna brillaba como si fuera de día. Fue entonces cuando me tropecé con su hija, acurrucada en posición fetal, temblando de frío. Se negó a decirme nada. La convencí para que me acompañara: si se hubiera quedado allí se habría muerto de frío. Al llegar aquí quise llamarlo sin demora para tranquilizarlo: pero ella me dijo que era inútil, que usted no se había dado cuenta de su desaparición.

—Exacto.
—Así que he esperado hasta esta esta mañana para llamarle. ¿Cómo es posible que no haya notado la ausencia de su hija, señor?
—Cenó con nosotros y luego, como cada noche, subió a su habitación. Debió de salir cuando ya estábamos acostados.
—¿Cómo se comportó durante la cena?
—Como es habitual en ella, no dijo palabra, apenas comió y no parecía estar en su mejor forma.
La vidente suspiró.
—¿Y no le preocupa tener una hija en semejante estado?
—Tiene diecisiete años.
—¿Y se conforma con esa explicación?
Neville frunció el ceño. ¿Con qué derecho lo interrogaba?
—Entiendo que mis preguntas puedan resultarle chocantes, pero fui yo quien encontró a su hija en el bosque en plena noche. Hágase cargo de mi sorpresa. Le pregunté si tenía una cita romántica y ella me miró atónita.
—En efecto, no es su estilo.
—¿Y cuál es su estilo?
—No lo sé. Es una adolescente taciturna.
—¿Nunca ha pensado en proporcionarle ayuda psicológica?
—Es introvertida. No es ninguna enfermedad.
—De todos modos, se ha fugado.
—Es la primera vez.
—Señor, me sorprende verlo tan poco preocupado.

Neville reprimió la cólera que le producía verse juzgado por una desconocida. Esa mañana, cuando la vidente le había dado la noticia por teléfono, se había sentido trastornado. Pero no era la clase de hombre que muestra sus emociones.

—Debería ocuparme de mis asuntos, de acuerdo —añadió ella—. Pero tendría que haberla visto, tiritando, sola, en pleno bosque. Ni siquiera se ha llevado una manta o un abrigo. Esta chiquilla me conmueve, parece estar tan a disgusto en su propia piel. Me pregunto si se interesa usted lo suficiente por sus vivencias.

Esta última palabra impactó al conde como si de una bofetada se tratara. No es la primera vez que se lo decían. De unos años a esta parte, y por oscuras razones, la gente ya no se conformaba con los términos sentimientos, sensaciones o impresiones, que no obstante seguían cumpliendo perfectamente su función. Además la gente debía tener vivencias. Neville era alérgico a este vocablo tan ridículo como pretencioso.

La vidente advirtió su irritación y creyó haber dado en la diana: en adelante aquel padre se tomaría más en serio sus responsabilidades.

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novela
El crimen del conde Neville

Amélie Nothomb
Editorial: Anagrama
Páginas: 120
Precio: S/ 69,00

Neville se levantó, con aspecto de considerar que ya había escuchado suficiente. La vidente se le acercó y le cogió la mano con un gesto de entusiasmo, como si quisiera darle a entender que estaba de su lado, pero al tocarle la palma cambió de expresión.

—Pronto dará usted una gran fiesta en su casa —dijo.
—Efectivamente.
—Durante esa recepción, usted matará a un invitado.
—¿Perdón? —exclamó el conde, palideciendo.
La vidente le soltó la mano y sonrió:
—No se preocupe. Todo saldrá de maravilla. Sígame, vamos a despertar a su hija.

Sin esa profecía de último minuto, Neville habría convertido aquel momento en un festival de efusiones. Pero, al entrar en la habitación, estaba más tenso que nunca.

Acostada en un catre, la joven no estaba durmiendo.
—Hola, papá —dijo pausadamente.
—Hola, querida. ¿Cómo estás?

Sin escuchar la respuesta, se dio vuelta hacia la vidente con la esperanza de que los dejara solos. Ella, sin embargo, insistía en presenciar su reencuentro: estiraba el cuello y abría los ojos desmesuradamente.

Como si la escena no fuera con él, el conde se esforzó en hacer como que no existían ni aquella profecía ni aquella profetisa. Se acercó para abrazar a su hija, que parecía tan indiferente como de costumbre.

—Vámonos —sugirió él.

Fue entonces cuando Madame Portenduère quiso ofrecerles un pequeño desayuno, pero la pequeña la instó a desistir:

—Gracias, Madame. Pero mamá estará preocupada.
—Llámame Rosalba y tutéame, ¿de acuerdo?
—Sí —dijo ella con la expresión de estar deseando que ninguna de ambas posibilidades volvieran a presentarse.
—Si necesitas hablar con alguien, ya sabes dónde encontrarme —añadió la mujer, entregándole a la chica su tarjeta de visita.
Volvió a acompañar a Neville hasta su gabinete, como si aquel episodio le hubiera dado derecho a controlar su conducta.
—Debería usted mostrarse más cordial con su hija —dijo.

Él estaba a punto de protestar y decirle que si no se había mostrado así era culpa suya, cuando ella lo desconcertó con la siguiente pregunta:

—¿Por qué le pusieron un nombre así?
—¿Cómo así?
—No se le pone Sérieuse a una hija, vamos.
—¿Y por qué no? —dijo el conde pensando: “Bien se llama usted Rosalba”.
—No se es seria cuando se tienen diecisiete años.
—Comete usted un error gramatical. El impersonal implica invariabilidad.
La vidente asintió moviendo la cabeza:
—Creo que usted tiene un problema, señor.
—Basta, señora. Ha salvado usted a mi hija y le estoy sinceramente agradecido. Si le parece bien, lo dejaremos aquí.

Fabienne Claire Nothomb es miembro de la Real Academia de la lengua y de la literatura francesas de Bélgica.
Fabienne Claire Nothomb es miembro de la Real Academia de la lengua y de la literatura francesas de Bélgica.


vida & obra
Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967)

Debido a que su padre fue diplomático, Amélie Nothomb pasó su infancia en varios países de Extremo Oriente, conoció Bélgica recién a los 17 años.

En 1992 apareció su primera novela, Higiene del asesino, escrita después del asesinato de su hermano. Desde entonces, se ha dedicado a la literatura con frenesí, llegando a publicar un libro por año. Hasta la fecha, su obra se compone por cerca de 40 piezas, entre textos autobiográficos, relatos, novelas y obras de teatro. Sin embargo, la calidad no va en desmedro de la calidad de su prosa. De estilo irreverente y ácido, sus obras han sido elogiadas por la crítica y devoradas por los lectores. En 2006 recibió el Premio Cultural Leteo, y en 2008, el Gran Premio Jean Giono.

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