Próximos a celebrar el Día del Trabajo, le damos una mirada a un modelo que se impone en la hiperconectada sociedad contemporánea.
Próximos a celebrar el Día del Trabajo, le damos una mirada a un modelo que se impone en la hiperconectada sociedad contemporánea.
Óscar  Bermeo Ocaña

Sé tu propio jefe”. Una máxima que puede oírse en discursos motivacionales virales, charlas de emprendedurismo y libros de autogestión. Aquella aspiración condensada en cuatro palabras propone un choque intergeneracional frente a la oxidada “línea de carrera”.

Con el tiempo, la flexibilidad laboral dejó de verse como un juego inseguro o un peligroso salto al vacío y adoptó valores de independencia y libertad. La fijación en un centro de operaciones, que antes se vinculaba con la seguridad, parecería constituir más bien una traba para el desarrollo de nuestro potencial.

¿Por qué cambió este paradigma?

La expansión neoliberal y el avance tecnológico provocaron transformaciones sociales y económicas que tuvieron impacto directo en la dinámica laboral. Cambiaron roles, algunos agentes cobraron mayor relevancia y ciertos rasgos culturales adquirieron valoraciones que no tenían. Pero al sistema le cuesta aún adaptarse. “Los trabajadores buscan factores que ya no encuentran en las empresas. Muchos se sienten más empoderados sin la necesidad de tener un empleador”, refiere Roberto Ballón, miembro de la Academia Internacional de Teletrabajo.

Hasta la terminología parece haber mutado. “‘Buscar un empleo’ se vincula a estar empleado para alguien. ‘Buscar un trabajo’ es hacer algo que te guste”, agrega.

Trabajo y sacrificio son dos palabras cada vez más distantes para la actual masa laboral. Las nuevas subjetividades transitan por lugares distintos a la lógica material. Lo simbólico también juega un rol determinante. “Los jóvenes esperan de su actividad laboral satisfacciones mucho más diversas. Son satisfacciones poseconómicas. No solo quieren ingresos monetarios. Quieren buenos ambientes de trabajo, flexibilidad en horarios, recompensas sociales”, apunta Carlos Mejía, especialista en Relaciones Laborales.

Los trabajadores hoy conviven con múltiples intereses y capacidades. En un mercado tan cambiante, la ductilidad es la regla. La formación en una disciplina ya no define el rumbo. Antes, tocaba instruirse algunos años para luego insertarse en el circuito del rubro. La capacitación continua y la sobrecarga de estímulos reconfiguraron la ecuación. Nuestros destinos no están escritos, sino que continuamente enfrentamos páginas en blanco. “La línea de carrera en la que solo puedo crecer en un campo es una opción limitada para los intereses profesionales. El trabajo freelance aparece como una alternativa interesante, que me permite probar otros músculos, otras competencias”, dice Lorena Carrasco, psicóloga organizacional. Otra ventaja vendría con la administración de los tiempos. Ser freelance permite organizar la agenda sin sacrificar actividades importantes en la vida social. “Las mujeres están cada vez más interesadas en esta modalidad porque permite conciliar los desafíos de la vida profesional y familiar, sobre todo cuando se tiene hijos pequeños”, agrega Carrasco.

Entre los siglos XIX y XX se forjó el trabajo industrial y colectivo: surgió la figura del obrero como símbolo de aquella época.
Entre los siglos XIX y XX se forjó el trabajo industrial y colectivo: surgió la figura del obrero como símbolo de aquella época.

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Un gran segmento de la fuerza laboral no está encontrando respuestas a sus expectativas en el modelo tradicional. Diversos estudios anuncian un escenario muy disímil al viejo fordismo. La plataforma de profesionales independientes Upwork proyecta que para 2027 la mitad de trabajadores en Estados Unidos (la principal economía del mundo) será freelance.

Este panorama, con un creciente número de ciudadanos trabajando remotamente desde sus casas, sin ataduras de exclusividad, ajenos a los uniformes o rígidos horarios, remece también las formas de organizar y administrar la economía activa. Se abre una serie de dudas e interrogantes respecto a los derechos y beneficios sociales, que en la mayoría de países aún no contemplan esta modalidad.

Un trabajador independiente no está atado a una empresa a través de un contrato laboral. El compromiso se pacta en un vínculo de índole civil por una obra o resultado específico. A cambio de autonomía, se pierden exigencias ante el empleador. Estas condiciones podrían devenir en precarización, una irregularidad en los niveles de ingreso (meses altos y otros bajos) y la carencia de protección social. También aparecen dificultades para ser vistos como sujetos de crédito en el sector financiero.

Si un porcentaje alto no cotiza para una jubilación, se va a convertir en un problema social en unos años”, advierte Mejía.

Pero la dinámica del trabajo autónomo continúa expandiéndose y cada vez resulta más difícil no atender una realidad latente. En el sector profesional, esta modalidad se extiende entre analistas, programadores, diseñadores, creativos, administradores y todos aquellos rubros que no requieran de un compromiso físico con el destinatario del servicio. “La economía colaborativa es muy influyente. La nueva liberalidad del mercado impacta en las relaciones laborales. Eso hace que el trabajo independiente no sea un empleo o actividad informal sino parte de una tendencia que tenemos que ir aceptando”, sostiene Ballón. Mientras algunas empresas dan pasos en el trabajo colaborativo, los entes oficiales todavía no conectan con la problemática. Nuestra regulación no considera aún como una práctica formal a los freelance. ¿Estará muy lejano el momento de hacerlo?

En el siglo XXI, la cultura freelance se genera gracias a las facilidades que otorgan las tecnologías.
En el siglo XXI, la cultura freelance se genera gracias a las facilidades que otorgan las tecnologías.

—Mitos y creencias—
Apostar por la independencia y la autonomía laboral tiene buena prensa. Continuamente estamos expuestos a historias de éxito de aquellos que dejaron empleos formales para concretar sus sueños. Creadores de start-ups que cotizan en bolsa, diseñadores que venden piezas a grandes corporaciones son algunos modelos. Bajo la promesa de la libertad, el control de los tiempos y la elección de clientes, se promueve que más personas apuesten a vivir de sus verdaderos intereses. Pero ¿qué riesgos conlleva esta elección? ¿Realmente los tiempos son nuestros? ¿La rentabilidad económica llegará rápido? ¿Resultará sencillo separar los espacios de vida familiar y trabajo? Partiendo de su experiencia personal, Lorena Carrasco, psicóloga organizacional, considera que hay cierta idealización del modelo independiente.

Ser freelance supone muchísimo esfuerzo. Al principio quizás tengas que dedicarle más horas que a un trabajo dependiente. Hay muchas personas que no están dispuestas a ello o se desencantan porque no obtienen una recompensa inmediata”, dice.

Altos niveles de perseverancia y constancia serán bien valorados en este modelo. No habrá a quien reprochar. Los niveles de productividad dependerán de uno mismo. No habrá un jefe midiendo la performance.

En la cultura freelance se presume que debe existir una autodisciplina. No siempre es fácil abstraerte de la dinámica familiar. Entonces, muchas veces la jornada se alarga. Quizás hasta se termine en la autoexplotación, pero no nos damos cuenta porque en el modelo emprendedor está instalado un fuerte discurso de épica”, refiere Mejía.

Para quienes trabajan remoto las relaciones interpersonales no son detalles menores. Los ratos de soledad suponen un cambio en los hábitos de socialización. Enfrentar la toma de decisiones, identificar errores puede ser más fácil con otros. “Es recomendable integrarse a alguna comunidad freelance, ya sean físicas en espacios de coworking o virtuales. La interacción permite que alguien muestre cuáles son nuestros puntos ciegos”, afirma Carrasco. El trabajo se reconfigura de acuerdo con el cambio de paradigmas culturales. Pasar de la sociedad de encierro a la sociedad de control, citando a Michel Foucault, tiene su correlato en las relaciones laborales. Las corporaciones ya no parecen ser los objetivos de las mentes jóvenes. Las grandes firmas van perdiendo su encanto.

Es hora de los nombres propios.

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