El director George Romero durante el Festival de Sundance, en 2008.  [Foto: AP]
El director George Romero durante el Festival de Sundance, en 2008. [Foto: AP]


Por José Carlos Cabrejo


Es mentira que el recientemente fallecido George Romero fuera el creador del cine de zombis, como dicen algunos, pero es verdad que convirtió al cine en zombi. En realidad, la figura del muerto viviente apareció en las primeras décadas del cine sonoro ligada a las creencias vudú, con La legión de los muertos sin alma (1932), de Victor Halperin; y Yo anduve con un zombi (1943), de Jacques Tourneur. Posteriormente, la formidable The Plague of the Zombies (1966), del británico John Gilling, con sus zombis sometidos a trabajos forzados, se convirtió en el antecedente más importante de La noche de los muertos vivientes, la primera cinta que Romero escribió y dirigió solo dos años después.

Romero supo convertir al zombi en una radiografía visceral de la sociedad estadounidense. Lo muestra como un ser lerdo y de apetito voraz que encarna el terror hacia el otro. En sus siguientes entregas, es la representación figurada del consumismo desenfrenado (El amanecer de los muertos, de 1978), de las siniestras alianzas entre la ciencia y el militarismo (El día de los muertos, de 1985), o del sujeto engañado por las imágenes artificiales de la guerra televisada (El diario de los muertos, de 2007).

¿Por qué Romero convirtió al cine en zombi? Porque el cine, justamente, devoró y explotó su construcción narrativa del muerto viviente, sea como entidad repugnante y viscosa, sea como metáfora de sociedades en crisis o descomposición: los spaghetti zombie de Lucio Fulci, la paródica Braindead de Peter Jackson, o la saga Exterminio iniciada por Danny Boyle.

La exitosa serie The Walking Dead parte de esa misma visión crítica de los Estados Unidos, inicialmente desarrollada en el cómic de Kirkman y Moore que el programa televisivo adapta. La historieta, por cierto, también hereda esa estética en blanco y negro que Romero impuso para esbozar a sus zombis en su hoy clásica ópera prima.

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