El historiador Alberto Flores Galindo en La Habana, Cuba.
El historiador Alberto Flores Galindo en La Habana, Cuba.
Jorge Paredes Laos

Por Manuel Burga
El próximo 28 de mayo Alberto Flores Galindo cumpliría 70 años. Falleció en 1990 cuando tenía 40 años, una edad maravillosa para la escritura, la docencia, la creación, la investigación, para los sueños, la política y la amistad.
Lo conocí en 1969, en las tertulias que Pablo Macera organizaba en su casa de la calle José Díaz, frente al Estadio Nacional. Era el otro Macera, el que conocían sus alumnos, que hablaba de realidades, de sueños, no el que los periodistas hacían hablar, a veces, de pesadillas.


Yo formaba parte del grupo sanmarquino, por supuesto; y Tito, como le decíamos, pertenecía al de la Católica. Sin embargo nos distinguía una formación ética e intelectual llamada entonces “clasista”, abierta, fraterna, sin prejuicios, amante del Perú oculto, con conciencia de nuestros orígenes, tal vez decir revolucionaria sería demasiado. Todo esto facilitó que pudiéramos desarrollar una amistad muy sincera, de mutuo respeto y admiración. Llegamos a ser grandes amigos y compañeros de trabajo, sin importar que él viniera del colegio La Salle y de la Católica; y yo, del colegio Guadalupe y de San Marcos.

La utopía en París
En París, en esa hermosa ciudad posterior a mayo del 68, de grandes maîtres à penser, como Fernand Braudel, Claude Lévi-Strauss, Michel Foucault, Pierre Vilar y nuestro maestro Ruggiero Romano, para mencionar algunos, trabajamos juntos, en un intercambio intenso que se puede apreciar en el libro Cartas de Francia. 1973-1974 (2010). Éramos veinteañeros y esas cartas, creo, pueden inspirar a muchos jóvenes universitarios de la actualidad.

Tercera parte de las obras completas de AFG, en la que figura su ensayo "Buscando un inca".
Tercera parte de las obras completas de AFG, en la que figura su ensayo "Buscando un inca".

A partir de entonces, como peones de la investigación histórica, nunca paramos. Escribimos dos libros juntos: "Apogeo y crisis de la república aristocrática" (1979), que nos permitió acercarnos a lo andino, y "Feudalismo y luchas campesinas, 1867-1960", edición Juan Mejía Baca, vol. 11 (1980). En 1981 comenzamos a trabajar el tema de la utopía andina y en 1982 publicamos un artículo con el nombre “¿Qué es la utopía andina?”, que fue muy comentado, recusado y apreciado. Ahí cuestionábamos la república criolla y pretendíamos explicar el proceso de la historia peruana desde el ostracismo del Inca Garcilaso de la Vega, en Montilla, hasta el suicidio de José María Arguedas en 1969. Esa otra historia que sobrevivía enérgicamente en el misterio de las memorias, de las familias o colectividades.
Alberto Flores Galindo publicó "Buscando un inca" en 1986, trazando todo ese derrotero de una manera extraordinaria. Yo publiqué "Nacimiento de la utopía andina", en 1988. El libro de AFG cautivó, pues mostraba otro itinerario de nuestra historia. De cómo el Perú también podía construirse desde abajo, desde las memorias y las expectativas de los que no tenían historia, como finalmente se construyen las naciones, de acuerdo a la propuesta de Benedict Anderson. Mi libro sirvió para reforzar la propuesta de Alberto Flores Galindo, mostrando el complejo nacimiento de esa idea imaginada, sentida, de quienes eran, mayoritariamente, indígenas.

El zócalo de nuestra historia nacional estaba ya cimentado; nos faltó tiempo y quizá contexto para hacer que la utopía andina dialogue y ajuste cuentas con esa república, excesivamente, occidental. Invito a leer de nuevo "Buscando un inca", de AFG, para tratar de entender esa búsqueda, que no era de ninguna manera, como algunos pensaron, de un inca; sino de un orden más nacional y racional, en el que las regiones, las serranías, las amazonías, conservando lo propio, se volvieran ciudadanas de un país que imaginaban propio, seguro y amable.

El choque de dos tiempos
Acabo de ver en ARTBO, de Bogotá, una performance escénica en la que tres actores se ocultan dentro de dos pirámides mayas y una voluminosa iglesia. El más alto, el dramaturgo y autor de la obra, Naufus Ramírez, lleva la enorme catedral; y los otros dos —un hombre y una mujer—, las pirámides. Los tres se mueven al compás de una letanía musical. Repentinamente, la iglesia y las pirámides chocan y se desbaratan, y dejan a los actores completamente desnudos ante el público. Naufus nos había advertido —antes— que las pirámides eran el pasado y las iglesias el presente, pero que ambas podían colisionar dejándonos en una espantosa desnudez.
AFG, en Buscando un inca, buscaba precisamente que la pirámide no fuera destruida por la Iglesia, que lo propio, lo nuestro, pudiera danzar y entenderse en esa metáfora de la nación moderna en la que todas las culturas e identidades tuvieran cabida. AFG sigue reencontrándose con el presente.

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