Javier Echecopar es no solo un gran guitarrista sino también un investigador de las raíces musicales del Perú.
Javier Echecopar es no solo un gran guitarrista sino también un investigador de las raíces musicales del Perú.
Jorge Paredes Laos


No recuerda bien si fue a los siete u ocho años cuando se subió a una silla, bajó de lo alto de un armario una guitarra y empezó a jugar con ella. Tocaba las cuerdas con un dedo y trataba de sacar melodías que escuchaba en la radio. Desde entonces supo que iba a ser músico. Han pasado más de cincuenta años, y Javier Echecopar está en su departamento, en el malecón de Miraflores, y dice que, a pesar de que ha sido cantante, modelo publicitario y actor, nunca abandonó esa vocación que tuvo de niño: después del colegio ingresó al Conservatorio, estudió en Francia, y se interesó por rastrear las huellas del barroco en el Perú.

El próximo 24 de agosto, en el Country Club, presentará su nuevo disco grabado en vivo, que es un viaje por los orígenes musicales de un país único y mestizo. Lo acompañan en esta aventura Manuelcha Prado, Sylvia Falcón, la soprano Edith Ramos, La Lá, entre otros intérpretes.

¿Qué tan importante fue su paso por Francia para su definición profesional?
Fue importante, y creo que seguirá siendo importante para los peruanos salir a estudiar a alguna buena escuela del mundo, no solo en Europa sino también en Estados Unidos, Canadá o Australia. Eso mientras tengamos dificultades tanto en el Conservatorio como en los centros regionales, e incluso en los privados, que aún están lejos de un gran estándar. Llegar a Francia me hizo valorar la rigurosidad del trabajo, la teoría musical y la interpretación; pero a la vez comprender hasta qué punto los latinoamericanos tenemos una espontaneidad que es maravillosa.

En Europa valoró eso que nos hace únicos…
Sí, mucho. Yo ya había trabajado con la música peruana antes de irme, sobre todo cuando descubrí, en los años sesenta, los discos de Raúl García Zárate, pero aquí no tenía acceso a libros ni a partituras. En Europa, en cambio, pude conseguir material, y la nostalgia hizo que me impulsara fuertemente a trabajar cosas peruanas.

¿Qué lo llevó a buscar esa fusión feliz entre la música culta y la popular?
Llevamos 400, 500 años de intercambio musical, y tenemos que sacar el mejor provecho de eso. El barroco cumplió aquí un papel fundamental. Con las disculpas a México, yo creo que nuestro barroco es el más importante de América Latina. No sé si por la geografía o por haber estado más aislados, aquí hay cierta suavidad y también algo telúrico que no se ha dado en otras partes. Nuestra asignatura pendiente está en descubrir, desde la música, las danzas, las vestimentas, cómo se ha dado todo este mestizaje.

Por ejemplo, el origen sincrético de muchos ritmos que consideramos autóctonos…
Por supuesto. Si uno toca un huaino, dependiendo de la zona en la que esté, tendrá diferentes porcentajes de mestizaje. Uno de Canas tiene 70 u 80 por ciento de precolombino; otro de Huamanga tiene 60 por ciento y el resto es colonial. Si queremos encontrar el punto medio, tal vez ese sería la marinera, que tiene tanto de negro como de hispánico y de andino. Esta fusión se da en todos los temas populares. Yo estoy contento porque, al fin, están apareciendo intérpretes y arreglistas que toman conciencia de la riqueza musical del Perú.

Sin embargo, todavía existe una separación marcada entre ello, lo culto y lo popular.
Eso es difícil de borrar. Son procesos históricos que toman tiempo. El Conservatorio ha tratado siempre de poner lo popular en un cajón distinto. Y eso no ha permitido la integración. La teoría y la academia son necesarias e importantes pero hasta cierto punto, porque si no terminamos matando al músico y al artista en general.

¿El nuevo disco va en esa línea?
Sí, es algo que se ha ido acumulando por este derrotero de haber abrazado lo académico, que fue mi primera veta, pero también lo popular. Hace dos o tres años, cuando tomé conciencia de que nos acercábamos al Bicentenario, nació la idea de este concierto, que ha dado origen a un disco de hora y media de duración, con tres bloques: el primero trata del barroco temprano, el segundo sobre nuestros ritos, y el tercero sobre la transición del Virreinato a la República.

Participan varios intérpretes, como Manuelcha Prado…
Sí, Manuelcha es mi gran amigo de toda la vida. Hay un tema muy significativo llamado “Las tonadas de Túpac Amaru”. Yo he rescatado tres partes, y con Manuelcha empezamos cantando en quechua la primera. En el disco también recupero composiciones de Pedro Ximénez Abril, un personaje extraordinario que en los tiempos de la Independencia creó 42 sinfonías, 17 divertimentos, 22 yaravíes para guitarra y 73 misas. Luego, toco “La danza de las hachas”, que se cree es la primera pieza llegada al Perú… El disco es un recorrido que integra y unifica. Por el Bicentenario necesitamos hacer este recuento para reencontrarnos y repensarnos como país.

El conservatorio se ha convertido en Universidad Nacional de Música, pero nadie quiere que esto sea solo una cosa nominal. ¿Qué opina?
Nadie quiere eso… Yo le escribí una carta al presidente Kuczynski que titulé “Catorce sueños musicales”. Algo muy concreto. Y lo primero que puse ahí fue el tema del Conservatorio, que tenga un local propio y que se mejore la enseñanza de los profesores. Eso luego se debe repetir en las escuelas regionales y en la Escuela Nacional de Folklore. Ojalá no se quede todo en el papel. En el país seguirá habiendo problemas, pero por eso no se deben dejar de lado las cosas fundamentales. Es triste que el Conservatorio no tenga un local propio, y si es universidad debería tener ya un campus. Es el momento de reaccionar, de ir al Ministerio de Economía y pedir eso. No puede seguir más en una casa donde no hay auditorio, donde los sonidos de las trompetas se pelean con los de la batería o los del violín porque no hay ambientes independientes.


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