A Jim Carrey nunca le importó ser un kamikaze de la comedia. Un documental explora sus delirios y transformaciones. [Foto: Netflix]
A Jim Carrey nunca le importó ser un kamikaze de la comedia. Un documental explora sus delirios y transformaciones. [Foto: Netflix]
Claudio Cordero


Casi todos los documentales sobre actores que merecen contarse fueron hechos póstumamente, a manera de homenaje a un ídolo de la pantalla grande, sea Marilyn Monroe o Marlon Brando, Ingrid Bergman o Marcello Mastroianni.

El culto a la personalidad es una exigencia en todos estos relatos, construidos alrededor del talento y carisma de una estrella de cine. Nada de esto se cumple en Jim y Andy (Chris Smith, 2017), no solo porque su protagonista está vivo y participa activamente en su realización; también porque el material de archivo que hace público difícilmente lo pondrá en un pedestal. Es decir, si ustedes son de los que siempre detestaron a Jim Carrey, esta película no los convertirá a la causa de los que reconocemos su genio.

Razón no les faltaba a los ejecutivos que impidieron por 20 años la difusión de estas imágenes, capturadas durante el rodaje de El lunático (Miloš Forman, 1999): estaban demasiado horrorizados y preocupados de que su gallina de los huevos de oro pareciera un imbécil. Pero a Jim Carrey nunca le importó ser un kamikaze de la comedia, menos aun en esta etapa de su existencia. A los 55 años, tiene casi la misma edad de Jerry Lewis cuando hizo El rey de la comedia (Martin Scorsese, 1982). Jim y Andy es, de alguna manera, el retorno al ruedo de este comediante maduro.

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Para los que no han visto El lunático, esa obra maestra injustamente olvidada narra la vida de Andy Kaufman, uno de los personajes más excéntricos surgidos del mundo del espectáculo, artífice de una carrera tan intensa como fugaz, impredecible, desconcertante. Muerto de cáncer en 1984 a los 35 años, Kaufman abandonó el mundo dejando una marca indeleble en la cultura popular: sus apariciones en la TV se volvieron legendarias, y la banda R.E.M. le dedicó la canción “Man on the Moon” (1992), donde hacen referencia a sus imitaciones de Elvis Presley y sus peleas de lucha libre.

Kaufman tenía algo especial, y el adolescente Jim Carrey supo reconocerlo. Diez años después de la muerte de su héroe, Carrey alcanzó el éxito que tanto se había esforzado por conquistar: 1994 fue el año de Ace Ventura, La máscara, El tonto y el más tonto, estrenadas una tras otra rompiendo récords de taquilla. El respeto de la crítica finalmente llegó con The Truman Show (Peter Weir, 1998). Esta película, junto con El lunático, son los hitos creativos de su carrera: nunca volvió a ser tan ambicioso; quizá el gran valor de Jim y Andy sea devolvernos al Carrey más auténtico y osado.

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Cuando hablamos de actores de método solemos pensar en transformaciones físicas extremas (subir o bajar de peso a lo Robert De Niro o Christian Bale), o en ganadores del Óscar que dejaron de lado sus comodidades para ponerse en el lugar de sus afligidos personajes (Adrien Brody en El pianista, Leonardo DiCaprio en El renacido). ¿Es posible ir aun más lejos? ¿Qué tal quedarte en tu personaje durante todo el tiempo de filmación, incluso cuando las cámaras no están rodando?

Esta técnica es la que ha convertido a Daniel Day Lewis en una leyenda en vida; por ejemplo, durante el rodaje de Lincoln (2012), Steven Spielberg y todos los que allí trabajaron solo podían dirigirse a él como “Señor presidente”. Al menos Abraham Lincoln era un personaje reverenciado. Pero, si vas a interpretar las 24 horas del día a Andy Kaufman y a su alter ego Tony Clifton (un patán con ínfulas de cantante), más vale que estés preparado para convertirte en un dolor de cabeza para todos a tu alrededor. Debes estar dispuesto a ser incomprendido y soportar todo tipo de humillaciones, insultos y golpes. ¿Por qué alguien en su sano juicio se expondría así? Pues eso fue exactamente lo que hizo Jim Carrey, y pocos lo sufrieron tanto como Miloš Forman. El autor de Amadeus (1984) confesó nunca haberse sentido intimidado por un hombre hasta hallarse con Tony Clifton. Forman estaba harto de la situación, pero le pidió a Carrey que no pare de hacer su trabajo: él tampoco quería una imitación de Andy Kaufman, también anhelaba la perfección.

Parte de la belleza de Jim y Andy está en su exploración sin adornos del misterio de la actuación. Cualquier persona interesada en este oficio debería verla para interpelarse a sí misma y amar más su vocación. Lo sorprendente es que la fuente de inspiración sea alguien como Andy Kaufman, quien nunca se consideró un actor, ni siquiera un comediante, sino más bien un performer. Para todos los que creen que los actores (y, mientras más famosos, peor) son criaturas narcisistas desesperadas por llamar la atención, este documental presenta a un discípulo hablando con veneración y erudición de su maestro.

La actuación de Jim Carrey consolidó El lunático como una ofrenda de amor hacia un ser excepcional. Jim y Andy también es la historia de un joven idealista que llegó a Hollywood para hacer realidad sus sueños de gloria y encontró decepción al otro lado del arcoíris. Hoy Jim Carrey no derrocha sonrisas, más bien intimida, pero asegura estar mejor que nunca sin tener nada que demostrar a nadie; sabe que entregó su alma al papel que nació para interpretar y que fue un irrepetible acto de posesión.

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