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John F Kennedy y Jacqueline Kennedy 2

“Happy birthday to you, happy birthday to you, happy birthday, Mr. President, happy birthday to you”. Así cantó ella desde el escenario, con un brillante vestido de lentejuelas que parecía apretar su corazón y toda su sensualidad, tan voluptuosa como vulnerable. 15 mil personas presentes ese sábado 19 de mayo de 1962 en el Madison Square Garden de Nueva York habían visto cómo la reina rubia de Hollywood, Marilyn Monroe, encendía las velas de la torta, las luces del show, los ojos de hombres y mujeres, la música, y el silencio con su sola presencia.

Entre aquellos miles de personas estaba el hombre más poderoso de Estados Unidos, quizá también del mundo, que cumpliría 45 años pocos días después. “Ahora puedo retirarme de la política, después de haber tenido un ‘Happy Birthday’ cantado para mí de tan dulce y saludable forma”, dijo sonriente ante la multitud, segundos más tarde, John Fitzgerald Kennedy, JFK, el joven enfermizo que recibió la extremaunción varias veces; el convaleciente que ganaría el premio Pulitzer por un libro biográfico —Perfiles de coraje— sobre senadores consecuentes y valientes; el carismático descendiente de irlandeses que había vencido a Nixon en el primer debate televisado de la historia; el político hábil que negoció con Nikita Khruschev en plena Guerra Fría; el frívolo socialité que brindó mil veces con Frank Sinatra; el calculador imperialista que envió las primeras tropas a Vietnam; el osado que retó torpemente a Fidel Castro en Bahía de Cochinos; el gran aval occidental del Muro de Berlín; el único católico que logró sentarse como líder en el salón oval de la Casa Blanca; el aventurero que decidió conquistar la Luna “antes de que termine la década”, quizá por su natural tendencia a rodearse de estrellas; el personaje mediático —y todas sus personalidades juntas— que el 20 de enero de 1961, al asumir el poder, convertido en el segundo hombre más joven en hacerlo en la historia de su país —después de Ted Roosevelt—, se dirigió a los casi 180 millones de compatriotas suyos que habitaban entonces los Estados Unidos diciendo: “No pregunten qué puede hacer su país por ustedes, sino qué pueden hacer ustedes por su país”.

Ese hombre cumpliría mañana cien años y la pregunta sería: ¿aún le importa más al mundo quién lo mató que cómo vivió?

John F. Kennedy, su esposa Jacqueline, y sus hijos John Jr.y Caroline en  una foto familiar de 1962. (Foto: www.jfklibrary.com)
John F. Kennedy, su esposa Jacqueline, y sus hijos John Jr.y Caroline en una foto familiar de 1962. (Foto: www.jfklibrary.com)


—El nacimiento de una nación—
Ese año no parecía particularmente tranquilo en el mundo. El zar Nicolás se veía forzado a abdicar ante los movimientos sociales de una inminente Revolución rusa; mientras la célebre Mata Hari, espía y femme fatale en el más contundente de los términos, había sido capturada cerca de París; y tres humildes pastorcitos portugueses aseguraban haber visto a la Virgen en Fátima. Mientras tanto, Woodrow Wilson iniciaba su segundo mandato como presidente de Estados Unidos y, poco después, anunciaba su participación en la Primera Guerra Mundial. Entonces no, no venía siendo un año particularmente tranquilo, cuando el martes 29 de mayo de 1917, en Brookline, Massachusetts, nacía el segundo hijo de Joseph Patrick Kennedy y Rose Fitzgerald. Bautizado como John, el niño de ascendencia irlandesa sería conocido como Jack desde pequeño, e integraría un clan cuyos nueve vástagos llevarían inscrita en su sangre la leyenda de un sino trascendente y fatal.

A pesar de que durante los siguientes 18 años intercalaría escuelas públicas con privadas y llevaría la vida opulenta y despreocupada de un heredero de familia poderosa, caería gravemente enfermo varias veces —apendicitis, colitis o ictericia, eso sin mencionar la enfermedad de Addison, una afección renal que varias fuentes le adjudican, y la leucemia que por un tiempo su familia temió que sufriera—, y sería un estudiante prometedor que ingresó a Harvard en 1936 —tras haber abandonado Princeton por sus problemas de salud— siguiendo los pasos de su hermano mayor, Joseph. Por esos años, su padre fue nombrado embajador en Gran Bretaña, lo que le dio a Jack sus primeros acercamientos a la política, y marcaría sus pasos por una Europa agitada, jadeante, trasnochada, en la que se encontraban tanto grupos artísticos con cualidades imponentes, como políticos cuyo grito era más poderoso que cualquier pluma o pincel: el joven Kennedy contempló de cerca cómo la ambición vencía a la creación: el “Boom Boom” sobre el “Big Bang”.

Abandonó casualmente Europa poco antes de la invasión de Alemania a Polonia. El mundo temblaba y JFK encontraba, por primera vez, un motivo para remecerse con él: en junio de 1940 se graduó cum laude con un título en Relaciones Internacionales y, poco después, en julio del mismo año, su tesis, Why England Slept (Por qué Inglaterra se durmió) —sobre los problemas que tuvo el Gobierno británico para prevenir la Segunda Guerra Mundial— fue un éxito de ventas. Un año después, estaba de viaje por América del Sur, quizá para satisfacer su curiosidad, tal vez para que un clima distinto le fuera benévolo a sus problemas de salud. Jack era un joven de 23 años que, entonces, y por una fuerte influencia paterna, ya intuía que su único camino posible en la vida sería servir a su país… aunque todavía no supiera cómo.

Primero lo intentó en el ejército, al que se presentó al volver de su periplo sudamericano. Aunque los problemas de columna que arrastraba se lo impidieron inicialmente, pudo ingresar a la armada. Tras algún tiempo de servicio más bien burocrático y gracias a una heroica acción en combate cerca de las islas Salomón, fue condecorado con la Medalla de la Marina y del Cuerpo de Marines y, más adelante, con el Corazón Púrpura.

Pero, aparte del honor, los años de la guerra le depararían grandes tristezas. Su hermano Joseph murió en combate en 1944, y en 1948 perdería a su hermana Kathleen, de 28 años, en un accidente de avión. Pero sus padres le guardaban un oscuro secreto: con la autorización de ambos, su hermana Rosemary, que tenía serios problemas de conducta y socialización en su juventud, había sido sometida a una lobotomía a los 23 años, en 1941. Tras ella, quedó totalmente incapacitada, por lo que permaneció alejada de la vista pública y recluida en una institución mental hasta los 86, cuando en el 2005 se convirtió en la primera de sus hermanos —ironías de la vida— en morir por causas naturales. El humo de la Segunda Guerra Mundial empezaba lentamente a disiparse cuando John F. Kennedy nació como político.

En 1937, un joven John F. Kennedy abraza a su perro Dunker en mitad de un tour por Europa. (Foto: Reuters)
En 1937, un joven John F. Kennedy abraza a su perro Dunker en mitad de un tour por Europa. (Foto: Reuters)


—Zoo Politikón—

“Kennedy es el primer presidente de la era mediática”, asegura el internacionalista Ariel Segal, mientras recuerda que las imágenes de su asesinato crearon un impacto visual, histórico, como no ocurrió con presidentes anteriores. Su simpatía y telegenia fueron elementos claves cuando, tras casi 14 años en política como representante o senador, y ya convertido en el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, apareció en el primer debate televisado de la historia para enfrentar a Richard Nixon, vicepresidente de Eisenhower en aquel momento. Después de esa noche, la política cambiaría para siempre.

Eso, claro, no podía Kennedy intuirlo en 1946, cuando obtuvo por primera vez un lugar en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, ni tampoco en 1952 cuando se convirtió en senador ni en 1956 cuando perdió la posibilidad de ser candidato a la vicepresidencia en una plancha liderada por Adlai Stevenson, notorio demócrata que perdió dos elecciones presidenciales. Pero aquella noche del 26 de setiembre de 1960, cuando llegó al estudio de televisión en Chicago perfectamente peinado y enfundado en un terno oscuro, fue capaz de convencer a millones de televidentes de que él era el líder que su país necesitaba. Mientras Nixon sudaba, no se había afeitado ni maquillado, y había hecho la peor elección posible de un traje, el aplomo y el ímpetu de Kennedy le facilitaron el camino a la Casa Blanca. Nixon aún tendría que esperar algunos años. Watergate, también. “Que él ganara era un indicio de que la sociedad norteamericana estaba cambiando. Una parte de los votantes ya no se decidía por la religión. Por eso se convierte en el primer y único presidente católico de los Estados Unidos, además del primero nacido en el siglo XX. Pertenecer a una minoría religiosa y obtener un triunfo era algo absolutamente simbólico de los tiempos que vendrían”, asegura el analista Farid Kahhat. Por su parte, para el periodista Mirko Lauer, Kennedy “era un presidente joven que tenía todos los aditamentos de la juventud dorada: era inteligente, simpático, un playboy exitoso. Todo eso ayudó a configurar una imagen. Su familia es lo más parecido que han tenido los norteamericanos a la realeza”.

Nada descabellado, si recordamos que al mismo gobierno de Kennedy se lo llamó en algún momento “Camelot”. Mirando atrás, muchos estadounidenses contemplan embelesados los dos años y medio que duró su presidencia como una especie de período idílico, en el que JFK era una especie de rey Arturo y su poder, quizá, una metáfora de la misma Excalibur. Tal vez por eso de que “todo tiempo pasado fue mejor”. La misma Jacqueline Kennedy reforzó este mito cuando, poco después de la muerte de su esposo, en una entrevista a la revista Life, aseguró que a él le gustaba mucho escuchar una canción de Camelot, un popular musical de Broadway. “Habrá grandes presidentes nuevamente”, dijo entonces. “Pero no habrá otro Camelot”. Como cantaría Bob Dylan poco después, “the times they are a changing…

John Jr. y Caroline jugando en el despacho presidencial en 1962, bajo la mirada de su padre. (Foto: Reuters)
John Jr. y Caroline jugando en el despacho presidencial en 1962, bajo la mirada de su padre. (Foto: Reuters)


—What’s the frequency, Kennedy?—
“Su momento estelar fue la crisis de los misiles. Una cuestión positiva en su imagen pública era que mostraba la lozanía de un hombre joven, carismático, que llega a la presidencia, y tiene a sus niños deambulando y jugando en la Casa Blanca”, nos dice Farid Kahhat —lo que nos recuerda que, aparte de John Jr. y Caroline, la pareja tuvo otros dos hijos que también murieron prematuramente—. “Asimismo, fue un presidente que contribuyó a la lucha por los derechos civiles, que era otra razón por la que los grupos conservadores no lo querían y, a pesar de la amistad de McCarthy con su familia, rompe con el estilo macartista de persecución contra algunos cineastas, artistas o directores”, añade Kahhat. El analista internacional se refiere al día en que Kennedy y su hermano Bobby fueron a ver una película que el Comité de Actividades Antiamericanas había vetado porque el guionista fue uno de los “10 de Hollywood”, apestados por la industria a causa de su sospechada filiación comunista.

El filme era Espartaco y el escritor, Dalton Trumbo. Kennedy, recientemente electo, daba muestras desde el inicio de que una nueva América se estaba fundando. Esa a la que pertenecía el flamante campeón olímpico de boxeo, Muhammad Ali, quien pronto se convertiría en una voz de fuerte influencia social en el camino de la igualdad racial, que a Kennedy no le era un tema ajeno: como senador, votó a favor de la Ley de Derechos Civiles de 1957, la primera que protegía algunos derechos de las minorías, como el voto en los estados sureños. Lyndon Johnson, su sucesor, promulgó la Ley de Derecho al Voto de 1965, pues formaba parte de los compromisos de JFK. “Cuando matan a Kennedy, no matan todo con él, ni los derechos civiles ni Vietnam”, anota Ariel Segal. Y agrega: “Fue el primer presidente de Estados Unidos asesinado en la época de la televisión, por lo que todos pudieron ver las imágenes del crimen. Eso, por supuesto, produce un shock y queda en los archivos de la historia; hace que su figura todavía trascienda”.

Por su parte, Mirko Lauer sostiene que Kennedy “está muy presente porque, al ser asesinado, se convirtió en un enigma, y en un enigma que es parte de una historia de conspiración, por un asesinato cuya versión estándar muy pocos creen y no ofrece una historia alternativa. Entonces, es una muerte sin calma. Es una tumba sin sosiego la de Kennedy y eso lo mantiene de alguna manera entre nosotros”. Además, agrega el periodista, “otro factor es Jackie Kennedy, quien también borra un poco el recuerdo de su esposo. Es una especie de leyenda insertada sobre la leyenda”. Imposible negarlo: la entereza y dignidad mostradas por ella tras el asesinato en Dallas en 1963, sumado, por supuesto, a su elegante imagen, su inteligencia y carisma, le otorgaron su propio lugar en la historia. Su posterior romance con el millonario Aristóteles Onassis le daría también sus propias páginas en la comidilla farandulera. La misma comidilla que, confundida entre los 15 mil asistentes de aquel sábado 19 de mayo de 1962 en el Madison Square Garden de Nueva York, intercambiaba chismes e insidias mientras Marilyn Monroe le cantaba al presidente: se decía que tenían meses envueltos en un intenso y desesperado idilio que le había ocasionado a Kennedy sufrir su propia “crisis de los misiles” y “Bahía de Cochinos” juntas, pero tras las cuatro paredes de su blanca casa.

Curiosamente, Cuba fue clave en su vida como presidente y lo fue más allá de su sabida predilección por los habanos. Los analistas coinciden en que su momento más aciago fue Cochinos, en 1961. “Un plan mal concebido que decidió llevar a cabo y que fracasó estrepitosamente”, según Farid Kahhat. Aquel fue un torpe intento de infiltrar exiliados cubanos en la isla para derrocar a Fidel Castro. Aunque fue concebido inicialmente por Eisenhower, Kennedy lo llevó a cabo. Por otro lado, las opiniones sobre el momento más feliz de su gobierno, también coinciden. Fue en octubre de 1962, cuando resolvió la crisis de los misiles, después de más 13 días en los que el mundo permaneció en vilo. A juicio de Kahhat, “salió relativamente airoso de la crisis más grave producida entre potencias mundiales. Y salió airoso no solo porque prevaleció, sino porque, además, tuvo la perspicacia suficiente como para ofrecerles una salida honrosa a los soviéticos. Al derrotado no había que humillarlo. A cambio de retirar los misiles nucleares que había instalado en Cuba, Estados Unidos aceptó que se presentara el retiro posterior de misiles estadounidenses en Turquía como un quid pro quo cuando, en realidad, Rusia retiró los misiles porque no se atrevió a desafiar el bloqueo”.

* * *
“Se puede engañar a todos poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo” es una frase de Lincoln atribuida erróneamente a él por la historia con no poco sabor a ironía, considerando que con las numerosas teorías conspirativas que intentan explicar su muerte podrían empapelarse todas las calles de Dallas por las que hizo aquel último recorrido de su vida.

Quizá JFK pensaba en esa frase aquel mediodía del 23 de noviembre de 1963, segundos antes de que tres disparos acabaran con un presidente y crearan una leyenda. Sobre ella camina su sobrino nieto, Joseph Patrick Kennedy III, de 36 años, que ya es miembro de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.

KENNEDY POP
La figura de JFK es ampliamente recurrida en la cultura popular. Novelas como 22/11/63, de Stephen King, American Tabloid, de James Ellroy, o Libra, de Don DeLillo; películas como JFK, 13 días, El mayordomo, Parkland o la reciente Jackie; miniseries como The Kennedys; el documental JFK, tres disparos que cambiaron América; la canción “The Day John Kennedy Died”, de Lou Reed; las letras de “Sympathy for the Devil”, de los Rolling Stones o “Civil War”, de Guns ‘N Roses; el grupo punk Dead Kennedys; el video “Coma White”, de Marilyn Manson. Su rostro aparece en las monedas de 50 centavos y también, en obras de Robert Rauschenberg y Andy Warhol.
Y mucho más.

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