Según las neurociencias, la lectura de poesía estimula zonas del hemisferio derecho cerebral.
Según las neurociencias, la lectura de poesía estimula zonas del hemisferio derecho cerebral.
/ Chinnapong
Tilsa Otta

“Yo solía decirle a mi personal que me trajera poetas como directivos porque los son nuestros pensadores sistémicos originales. Miran los entornos más complejos y reducen la complejidad a algo que pueden entender”. Cuando leí que un empresario afirmaba en The New York Times que todo alto mando debería ser un , me llené de optimismo. ¿Acaso al fin la gente está comprendiendo que la poesía es el más completo suplemento vitamínico para el organismo humano ávido de significado?

Es obvio. El Perú es la última rueda del coche en comprensión lectora en Latinoamérica y hay demasiada gente que no está leyendo poesía en el Metropolitano. Asumo que quien lee estas líneas está preocupado por el presente y el futuro de sus hijos. En un sistema oscurantista, la realidad está escrita entre líneas. Los últimos gobiernos sabotearon el sentido de comunidad, movieron cielo y tierra para vender el cielo y la tierra, mientras los peruanos cubríamos nuestras escasas posesiones con rejas y ventanas reflectantes. Nos acostumbraron a la corrupción y quisieron hacernos indiferentes al dolor ajeno. “No es mi problema. Que ellos se arreglen. Yo cuido lo mío”. Cada vez estoy más segura de que la misión de los poetas en este planeta es estimular la empatía a través de la poesía; por ello, esta palabra va a repetirse en esta página, como una lluvia que fecunda el desierto.

Una lectura múltiple de la realidad

Está probado que la poesía modifica nuestra estructura de pensamiento, como la religión o el Facebook, pero para bien: expande nuestra comprensión y multiplica nuestra lectura de la realidad. Como todo, la realidad es un texto que puede ser leído, y la poesía nos permite leerla en varios sentidos, con imagen y sonido.

No hay duda de que el lenguaje estructura nuestro mundo, entonces ¿por qué leerlo al pie de la letra? Científicos monitorearon a voluntarios mientras leían poesía, y comprobaron que las áreas del cerebro correspondientes a las emociones y sensaciones se activaban como si estuvieran viviendo lo expresado en los versos. Y esta transferencia de experiencias ejercita la empatía. A mí la poesía me transformó y no hay vuelta atrás: me sensibilizó al punto de sentir que todo es alegre y triste en el fondo, que todo está vivo, y pierdo mucho tiempo evacuando hormigas. “Hombre soy; nada humano me es ajeno” es una frase que repite mi padre y a mí me suena a invocación. La “gran transformación”, el respeto y la tolerancia requieren ponerse en los zapatos del otro, sobre todo del que no tiene zapatos. Eso es posible gracias a las neuronas espejo, las artífices de la empatía y la buena onda. Todos las tenemos, pero algunos las reprimen.

Y, para los pequeños de la casa, la imaginación descontrolada es el atajo para comprenderlo todo, para descubrir, encontrar, inventar. La lectura de poesía en los primeros años estimula el desarrollo del pensamiento abstracto, nos induce a percibir las conexiones invisibles y las relaciones posibles entre hechos, ideas y seres. La tecnología nos permite ver imágenes de alta fidelidad del espacio y la naturaleza, pero la visión humana es cada vez menos fiel a la naturaleza y más limitada.

Cuando un niño comprende que el tiempo es oro y el Perú un mendigo sentado en un banco de tiempo, el mundo se descubre pleno de significados, y su subjetividad e imaginación, claves para desentrañarlo. Cuando Novalis escribió que “la poesía es la religión natural de la humanidad”, no solo se refería a que la conciencia encarna en el lenguaje, sino también a que cada ser humano es portador de una verdad y un misterio, y puede escribir su propio evangelio, regalarnos su visión del universo.


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