Hace 500 años un fraile alemán hizo públicas sus desavenencias con la Iglesia de su tiempo, y dio origen a la más grande revolución en la historia de la cristiandad. [Foto: Getty Images]
Hace 500 años un fraile alemán hizo públicas sus desavenencias con la Iglesia de su tiempo, y dio origen a la más grande revolución en la historia de la cristiandad. [Foto: Getty Images]
Juan Manuel Chávez



El 31 de octubre de 1517 se clavó un manifiesto en la puerta de la iglesia de Todos los Santos de Wittenberg: las 95 tesis en torno al sacramento de la penitencia de manos del fraile Martín
Lutero. Así nació un suceso más grande que una reforma; surgió una revolución social, ideológica, doctrinal y política. Un acto. ¿Qué sería de la humanidad sin las acciones, la decisión?

Martín Lutero nació en 1483, varias décadas después de que se inaugurara la proliferación editorial con la impresión de la Biblia de 42 líneas que hizo famoso a Johannes Gutenberg, y nueve años antes de que Cristóbal Colón confundiera un continente con otro. El ambiente rural en el cual creció fue dejado atrás cuando su padre buscó fortuna en la administración minera. Así, la familia gozó de cierta holgura económica y destinó sus fondos para la formación del hijo. Este hombre, criado a finales del Medioevo, es uno de los protagonistas del principio de la Edad Moderna.

Antes de cumplir los 30 años, Lutero ya se había doctorado y era un profesor universitario bastante indignado. Le indignó que los pecadores, campesinos pobres e ignorantes, se tuvieran que despojar de sus monedas para recibir el perdón clerical; a cambio de su dinero les entregaban papelillos como indulgencias. Cada una de estas liberaba a las personas de las consecuencias que acarreaban las faltas que cometían. Este negocio del papado; sí, negocio que eximía de sus pecados a la feligresía pagante, pudo exterminar la oración y otras prácticas esenciales del cristianismo. Lutero se hastió de tanto comercio con la fe y se rebeló.

Cuadro de Ferdinand Pauwels ( 1872 ) que retrata a Martín Lutero en 1517, clavando sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Todos los Santos en Wittenberg, Alemania.
Cuadro de Ferdinand Pauwels ( 1872 ) que retrata a Martín Lutero en 1517, clavando sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Todos los Santos en Wittenberg, Alemania.

Sus 95 tesis lo llevaron a sostener que cada varón piadoso es un sacerdote y, por tanto, no hay más necesidad de intermediarios. Sería una falsedad decir que exagera. Cierto es también que este ilustrado montaraz, hosco y propenso a la ira, era un hombre valiente, coherente y obstinado; algunos lo tacharían de intransigente.

De entre los rasgos de su personalidad, el valor que le asignaba a la amistad se eleva por encima de sus defectos. Un amigo era un corazón para siempre, y así lo percibió Lutero más de una vez en las reuniones clandestinas donde esperar su llegada era una manera de protegerlo. Él, que desafió con su visión al papa y a reyes, recibió el amparo de los rivales del Vaticano y de otros monarcas; lo recibió de uno en especial, creyente entre los creyentes: Federico, príncipe elector de Sajonia. La iglesia donde se colgaron las 95 tesis era del castillo de Federico, a quien no por gusto llamaban “el Sabio”.

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Cada una de las tesis de Martín Lutero aborda aspectos teologales con mirada práctica y sentido de cotidianeidad. A su vez, su desacato a la autoridad papal es ejecutado con expresiones breves como si emprendiera una demolición a cincel, casi un ciento de arremetidas, sobre los muros de la basílica de San Pedro; su estilo es así de terminante. Además, el sentido de sus reflexiones va hacia una profunda evaluación del lenguaje como instrumento de poder y, asimismo, como herramienta para la autonomía. La 24 dice: “…la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas”.

Ca. 1530. Grabado satírico que muestra a Lutero y a su esposa Katharina von Bora. [Foto: Getty Images]
Ca. 1530. Grabado satírico que muestra a Lutero y a su esposa Katharina von Bora. [Foto: Getty Images]

Desde que Martín Lutero colgó sus tesis contra las indulgencias hasta que lo excomulgaron en 1521, mediante la bula Decet Romanum Pontificem, pasaron más de tres años. Fue un periodo en que el impacto de sus palabras recorrió Europa y esto conllevó las exigencias de que negociara su posición; a pesar de ello, nunca se retractó. Por el contrario, pasó por el fuego los documentos eclesiásticos que lo conminaban a retroceder.

Para evaluar a Lutero, es menester valorar su existencia al amparo del tiempo que fue transcurriendo, con atención a las razones de su postura y no solo a sus secuelas. Han pasado 500 años. Si bien su vida se alinea con el caos, ya que hordas saquearon la Santa Sede en su nombre y 30 mil familias fueron masacradas o exiliadas por creer en sus ideas, él repudió estas formas de violencia y sostuvo que “nunca había sido su intención llegar tan lejos” (así lo cita Jacques Barzun en su monumental trabajo Del amanecer a la decadencia). No existe razón para dudar de este gesto de humildad.

Abrazando la verdad, no debió llegar tan lejos; sin embargo, es un personaje de máxima influencia en su época. A partir de su biografía, se aprende que las trayectorias individuales no se labran exclusivamente con voluntad, sino en medio de azares y designios ajenos. Algo más: la imprenta, esa tecnología de orfebres, se inventó de nuevo con Lutero.

1535. Martín Lutero recibe en su casa a una familia para celebrar la Navidad. [Foto: Getty Images]
1535. Martín Lutero recibe en su casa a una familia para celebrar la Navidad. [Foto: Getty Images]

De todos los libros germánicos que se comercializaron en un quinquenio, la tercera parte fue de Lutero; y de Lutero son las obras que alcanzaron 430 ediciones en 30 años. Entre sus secuelas, se debería contabilizar el saldo del progreso. Tras sus pasos, el juguete de tipos y tinta alcanzó el rango de industria.

Lutero colocó 95 tesis sediciosas en el portón de una iglesia campechana. De Wittenberg a Germania, de Germania a todo el orbe, un ser humano agitó la razón de la fe y la estridencia de su proclama remeció cimientos hasta dividir una institución milenaria.

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