En un  extremo, Cleo; en el otro, su jefa Sofía. Dos mujeres cuyas historias se desarrollan de forma paralela y encuentran similitudes.
En un extremo, Cleo; en el otro, su jefa Sofía. Dos mujeres cuyas historias se desarrollan de forma paralela y encuentran similitudes.
Claudia Salazar

Roma, la más reciente película del director mexicano Alfonso Cuarón, comienza con una escena en la que el agua enjabonada fluye sobre unas baldosas y crea un pequeño marco donde se refleja un avión que aparecerá otras veces durante la película. Desde ese inicio, la película es clara en su propuesta de descubrir la belleza de lo cotidiano y el lugar desde el cual se contará la historia: la mirada de Cleo, una joven trabajadora del hogar.

Ubicada en la colonia Roma de la Ciudad de México, a inicios de la década de los setenta, la película de Cuarón ha generado una multitud de reseñas que se enfocan centralmente en su virtuosismo técnico —uso de los planos secuencia y los travelling— y en su propuesta estética, en la que se reconocen homenajes a clásicos del cine como La regla del juego, de Jean Renoir, Ladrón de bicicletas, de Vittorio De Sica, entre muchas otras.

También se ha comentado extendidamente la recuperación nostálgica que hace Cuarón de la Ciudad de México y del recuerdo de Liboria Rodríguez, su niñera, a quien dedica la película.

—El mundo de Cleo—
Más allá de la cuestión estética, autobiográfica y nostálgica en Roma, me interesa reflexionar sobre la mirada femenina. Cleo es una trabajadora del hogar, personaje usualmente invisibilizado en las representaciones culturales, quien se encarga de las labores domésticas y también cumple una función emocional dentro de una familia que está desmoronándose por al abandono paterno.

La cámara sigue a Cleo para mostrarnos su día a día: sus conversaciones con Adela, la muchacha que trabaja con ella en casa; el amor con que despierta y cuida a los niños, y la estoicidad con la que soporta los gritos de su patrona. Encuadra también sus ojos enamorados de Fermín en el hotel, su pudor para hablar con una ginecóloga sobre su incipiente vida sexual y su profunda tristeza tras el abandono de Fermín cuando se entera de su embarazo. Aunque el ejercicio nostálgico puede ser problemático, la mirada de Cleo se torna esencial para presentar los conflictos provocados por “esta relación tan perversa que tiene la burguesía con los trabajadores domésticos”, como lo ha señalado el propio Cuarón, y que refleja la persistencia de una mentalidad colonial.

Lo que acontece fuera de la casa va dejando sus marcas en la vida cotidiana, ya sea de modos sutiles como al interrumpir la conversación en una cena familiar o más devastadores al provocar muertes. La escena del parto, tal vez la que genera más reacciones de dolor en los espectadores, puede ser vista también como un momento de liberación. Como ha sucedido con miles de mujeres pobres, a Cleo nunca se le informa la posibilidad de detener su embarazo y ella se resigna a seguirlo a pesar de que al final de la película declara: “Yo no la quería. No la quería. Pobrecita”.

Fermín no solamente la ha abandonado, sino que demuestra ser un personaje violento que quizás, como tantas historias de violencia de género, terminaría asesinándola. Y es lo que hace simbólicamente al apuntarle con un arma durante la histórica masacre del Corpus Christi. Nos enteramos de que Fermín y muchos jóvenes pobres han sido entrenados como fuerzas paramilitares del Estado, una macabra alianza que decanta en la muerte de estudiantes y de las mujeres más indefensas.

Cuarón y Libo, su antigua nana.
Cuarón y Libo, su antigua nana.

—El abandono paterno—
Roma es una película marcada por el abandono paterno y la violencia, que atraviesan de manera transversal las vidas femeninas. La mirada de Cleo nos acerca a ese sufrimiento, pero también al amor, a esa fuerza que usualmente está en manos de las mujeres y que cuida, acompaña y permite que la vida continúe a pesar del dolor y el abandono.

Sofía, la patrona de Cleo, le dice: “Estamos solas. No importa lo que te digan, siempre estamos solas”. Aunque vemos cómo ambas mujeres tejen lazos y mantienen un vínculo que podría entenderse como familiar, no se trata de una situación idílica, pues las diferencias de clase social permanecen y se hacen tangibles en varias escenas. Pienso especialmente en ese abrazo tan profundo, que se nos presenta desde el afiche de la película como una imagen de tintes casi sagrados, después de que Cleo ha salvado a los niños de ahogarse. Sin el padre, las mujeres parecen más unidas que nunca y, acaso, menos solas. Ya en casa, cuando comienzan a relatar el rescate a la abuela, uno de los niños le pide a Cleo que le prepare un licuado de plátano. Cleo mira, Cleo salva, pero Cleo seguirá sirviendo.

A través de su mirada femenina, Roma se constituye en uno de esos momentos en que el arte toca la vida con sus iluminaciones, oscuridades, imperfecciones y lo que puede provocar indignación y hacernos estremecer, ya sea de empatía, de dolor o de rabia.

Revisa el trailer de la películar en el siguiente enlace:

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