El pianista en la comunidad de Quispicanchi, en el Cusco.
El pianista en la comunidad de Quispicanchi, en el Cusco.


Por Jorge Riveros Cayo



La provincia de Quispicanchis en el centro oriental de Cusco. Es una de las zonas más remotas y agrestes del Perú, donde el macizo Ausangate, el apu, la montaña sagrada, se alza por encima de una de las cordilleras más altas y gélidas del país. Una carretera serpenteante, construida hace unos años, le abrió el paso a cientos de poblaciones que, salvo senderos de arrieros y caminos prehispánicos, estuvieron aisladas por siglos.

Hoy en día, estas comunidades pueden transportar sus productos y sus gentes, desde las mesetas altiplánicas a la selva amazónica y los valles interandinos. Por estas tierras estuvo hace un par de semanas el pianista Juan José Chuquisengo realizando una travesía difícil, valiente y, de alguna manera, necesaria a más de cuatro mil metros de altura. Su misión fue llevar la música que él denomina universal a peruanos que nunca han oído a Bach, a Beethoven o a Brahms.

“Esta vez fueron ocho días durante los cuales ofrecí 20 conciertos en varias comunidades como Andahuaylillas, Urcos, Marcapata, Kcauri, Urpay, Ocongate, Ccatcca, entre otras —recuenta Chuquisengo—. Iban a ser 24, pero tuvimos que suspender cuatro por los paros”. Y entonces, inesperadamente, se alegra y confiesa: “En total, hemos llegado ya a los cien conciertos. Yo ofrezco mi tiempo, mi trabajo, mi energía, y quedo tirado en el piso, extenuado”. Pero es feliz. Todo un logro, la suma de un esfuerzo con la ayuda principal de la Compañía de Jesús, la cual tiene una presencia significativa en esta zona del país por su trabajo en el campo social y educativo. “El proyecto empezó hace seis años”, relata el pianista, “con el objetivo de llevar la música universal a todos aquellos que no tienen acceso a ella. Es un grupo de personas que nunca ha oído las sonatas de Mozart, los preludios de Chopin o las sinfonías de Beethoven. Esto va más allá de la cultura. Es un tema de justicia, porque estos peruanos nunca han tenido la oportunidad de escuchar estas creaciones”.

El vínculo con el Perú
El periplo lleva cuatro años en marcha. El otro protagonista es el padre jesuita Carlos Miguel Silva Canessa, “Calilo” para los amigos, quien, entendiendo la necesidad de propagar el arte en su sentido más amplio, apoyó la iniciativa desde el principio. “Tanto se habla de los malos sacerdotes, pero he encontrado gente que lucha desde hace más de 30 años por mejorar la situación de miles de peruanos marginados, con remotas posibilidades de mejorar sus vidas. Para mí, estos sacerdotes son verdaderos héroes porque los he encontrado dedicados a una labor encomiable”, explica Chuquisengo. “La sensibilidad es universal. Bach, por ejemplo, sugiere serenidad, y la música de Beethoven contagia una energía explosiva. La música es prerreflexiva, se trata de sonido y vibración, pero requiere de cierta introducción para poder apreciarla mejor”, asegura.

El pianista ha recorrido costa, sierra y selva ofreciendo recitales con un teclado eléctrico Yamaha, porque llevar un piano de cola sería una odisea solo comparable a la de Fitzcarraldo jalando su barco a vapor con poleas por las faldas de los cerros.

“Se toca donde haya un buen tomacorriente, ya sea en una iglesia, en el patio de un colegio, el salón de una comunidad o hasta en capillas. Pero hay caseríos donde no hay luz. Una vez pedí instrumentos de un colegio para acompañar, y solo tenían un cajón viejo y un triángulo oxidado”, explica.

Distrito de Ocongate, en la provincia de Quispicanchi, Cusco. 
[Foto: Francesc Xavier Marzal-Abarca]
Distrito de Ocongate, en la provincia de Quispicanchi, Cusco. [Foto: Francesc Xavier Marzal-Abarca]

¿Pero qué sienten estos peruanos que viven en comunidades tan lejanas al oír a Mozart o a Beethoven por primera vez? Un señor se levanta y abraza a los niños; los oyentes se mueven al compás de la música, de la resonancia; a una mamacha le empieza a correr una lágrima por la cara, cuenta el artista. “No entendemos esa música, pero sentimos su fuerza”, le ha dicho un hombre en alguna comunidad. “Me serena el corazón”, le confesó una niña al escuchar a Bach. “Y es que resulta increíble lo que la música puede hacer por nosotros —explica Chuquisengo—. Siento que mi misión en el país es transmitir los valores de este arte que no pertenece a una élite, sino que fue compuesto por genios que nunca lo hicieron para un grupo sino para la humanidad”. El repertorio, por cierto, no solo incluye a los compositores nombrados sino también música andina, canciones tales como “Valicha”, “Flor de cactus”, “El cóndor pasa” o el clásico centenario “Hanacpachap cussicuinin”.

Juan José Chuquisengo lleva décadas viviendo en Alemania, donde realizó estudios de piano y composición y tuvo la oportunidad de ser pupilo del excéntrico director de orquesta rumano Sergiu Celibidache. Pero siempre regresa al Perú. “No perdí nunca el vínculo con el país. Musicalmente ha habido tantos cambios para bien, de la época que vivimos a fines de los ochenta a la actualidad. Pero todavía hay mucho por hacer en el ámbito social y de justicia”, sentencia. Música, maestro.

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