Corrupción
Corrupción

Lorena Rojas Parma

Quienes hemos leído a Platón en algún momento experimentamos cierta sorpresa ante una extraña voz que le habla a Sócrates desde la niñez. Me refiero a su célebre daimon. Los daimones son intermediarios entre hombres y dioses, con el poder maravilloso de comunicarlos entre sí. Ese daimon que acompañó a Sócrates durante su vida se manifestaba a través de una voz o de señales para cumplir una misión: disuadirlo, contenerlo. La contención tiene filiaciones profundas con una virtud cardinal de los griegos, la sophrosyne o templanza: ser dueños de nosotros mismos, estar siempre dispuestos a ir en nuestro rescate cuando algunas fuerzas interiores nos ponen en peligro. Reflexionar antes de actuar.

Esta pausa que implica la contención, ese detenerse, es lo que quiero rescatar de la anécdota. Tras la sentencia del tribunal de Atenas contra la vida de Sócrates, su entrañable amigo Critón apareció en su celda con una propuesta: la fuga. Su tono era de evidente premura. “No es mucho el dinero que piden los del escape”, decía. Entonces, aunque estaba en juego su vida, Sócrates invitó a Critón a examinar si su propuesta era justa o injusta. La propuesta de Critón quedó liquidada tras la reflexión de Sócrates, como seguramente quedaría toda inclinación al dolo. La corrupción tiene vínculos gruesos con la premura, la irreflexión, el hechizo del inmediato beneficio.

El corrupto, como diría Sócrates del tirano, cree que hace ‘un bien’ para sí cuando, al ignorar lo que realmente es el bien, solo está ‘deseando el mal’. La mediación reflexiva es el saber del bien, la sensatez que debe acompañar a cualquier otro saber. La premura, finalmente, se opone a los procesos reflexivos que Sócrates exige para ser ciudadanos justos. El saber y la vida —una de las grandes verdades clásicas— guardan un compromiso indisoluble. Por tanto, aquellos políticos que se entregan a la corrupción son ajenos a la contención, es decir, al diálogo consigo mismos, a la sensatez. En definitiva, ajenos a lo que Sócrates llamaba “cuidado del alma”.

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