Se cumplen 50 años de los sucesos de Praga, punto de partida de los movimientos políticos y culturales que sacudieron el mundo moderno. [Foto: Del libro Invasión 68. Praga, de Josef Koudelka]
Se cumplen 50 años de los sucesos de Praga, punto de partida de los movimientos políticos y culturales que sacudieron el mundo moderno. [Foto: Del libro Invasión 68. Praga, de Josef Koudelka]


Por Gabriel Meseth

El año de la protesta fue 1968. La reforma universitaria que invadió las calles de París, las marchas que condujeron a la masacre de la plaza Tlatelolco, en México D. F., o las protestas lideradas por Martin Luther King en nombre de la igualdad de derechos para la población afroamericana constatan uno de los periodos más convulsivos de la historia reciente. Pero sería la Primavera de Praga, iniciada en enero de aquel año, el fenómeno que prendería la revolución en el resto del mundo.

“Praga siempre fue un lugar de aventureros”, sentenció el escritor Miloš Marten a inicios del siglo pasado. Su ubicación geográfica, al medio del medio de Europa, nunca le fue propicia a sus habitantes, cuya suerte se regía entre la masacre y la conquista al servicio de los imperios más crueles. Maldición recurrente a la cual la población respondió con insurgencias libertarias, sin meditar las consecuencias. Evidencia de ello son las defenestraciones de las autoridades públicas a inicios del siglo XV, ejecutadas por una turba de la iglesia husita —predecesora del protestantismo—, cuyo líder Jan Hus llevó a sus fieles a una cruzada sanguinaria en pos de una nueva Bohemia.

Desde entonces, lanzar por la ventana a los mandos políticos se convertiría en un castigo común como expresión de descontento. Siglos más tarde, la invasión del ejército nazi que precipitaría la Segunda Guerra Mundial fue otra oportunidad para que Checoslovaquia demuestre el valor otorgado a la libertad. Desde su exilio en el Reino Unido, el presidente Edvard Beneš condujo la Operación Antropoide para ultimar a Reinhard Heydrich, el carnicero de Praga, arquitecto de la Solución Final que exterminó a dos tercios de la población judía en el país. El asesinato de Heydrich sería un golpe fatal para el Tercer Reich, aunque el éxito de la misión condujo a una matanza indiscriminada para dar con los responsables, quienes prefirieron morir quemando municiones al verse sitiados en una iglesia de la ciudad vieja.

En 1948, Checoslovaquia pagaría un precio demasiado alto por el breve periodo de paz que vivió al librarse del nazismo. Su suerte volvería a estar echada con el golpe comunista conocido como Febrero Victorioso. La cúpula socialista tomó el control de la Asamblea Nacional para purgar a la oposición y firmar una nueva Constitución, rendida a los designios del Kremlin, y convirtió al país en un estado satélite de la coalición soviética. El Bloque del Este, sellado por el Pacto de Varsovia, enfrentaría con mano de hierro la amenaza del capitalismo occidental durante la Guerra Fría. Cerrando filas ante el Plan Marshall, la potencia soviética impuso sus propias medidas restaurativas a través del control estatal de la educación, los medios, el abastecimiento alimenticio y domiciliario, la expropiación de la empresa privada, y la economía basada en la industrialización interna y la extracción de materias primas. Cualquier intento de fuga era severamente castigado, con el fin de preservar el hermetismo del régimen. Cómplice del abuso totalitario a través del silencio, la vida intelectual fue atravesada por la ideología marxista-leninista, e infiltrada por un severo aparato de represión para alertar cualquier asomo de insurgencia.

La Primavera de Praga se inició el 5 de enero de 1968 cuando el presidente Ludvík Svoboda tomó las riendas del país. [Foto: AFP]
La Primavera de Praga se inició el 5 de enero de 1968 cuando el presidente Ludvík Svoboda tomó las riendas del país. [Foto: AFP]

“La ciudad se volvió gris, desaparecieron los pequeños cafés y las célebres tabernas, de los rótulos de las tiendas desaparecieron los nombres de los comerciantes, así como desapareció la mayoría de los anuncios de neón que tanto me gustaban cuando era pequeño; desaparecieron las librerías en las que se ofrecían cientos de títulos de libros y desapareció la mayoría de las revistas de los quioscos; lo único que daba algo de colorido a la ciudad eran los lemas escritos generalmente con letras blancas sobre un fondo de tela roja: ‘¡Con la Unión Soviética para siempre! ¡Construye patria y afianzarás la paz! Cumpliremos los cometidos del plan quinquenal’, etcétera. Todos los días de fiesta comunistas también adornaban la ciudad miles —o más bien millones— de banderas y banderines, palomas de la paz e imágenes de líderes comunistas, todo colgado o pegado de manera obligatoria en las ventanas de colegios, edificios públicos y casas particulares”, recuerda el editor y dramaturgo Ivan Klíma en su libro de memorias, El espíritu de Praga (1990).

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El modelo soviético, que no tardaría en caerse a pedazos, alimentaría la eterna lucha entre el poder y la cultura. La historia de Bohemia ya había demostrado que la derrota y la privación de libertades servían como catalizadoras de espíritus creativos, de Kafka y Rilke a Dvořák y Janáček. En estos tiempos no habría excepción: la Unión de Escritores Checos fue la primera organización en aventurarse a la disidencia, expresando sus opiniones a través de la gaceta editada por Klíma, Literární Noviny, cuyo tiraje era, aproximadamente, 300 mil ejemplares. Según el grupo, la actividad literaria y los medios de difusión tenían que mantenerse independientes de la doctrina política. Estas ideas alimentaban la impopularidad del líder Antonín Novotný, cuya obediencia a los lineamientos del ruso Leonid Brézhnev condujo a una feroz recesión, al tiempo que el ánimo reformista de Alexander Dubček iba cosechando seguidores en su ascenso a la secretaría general del KSČ, el Partido Comunista de Checoslovaquia.

La Primavera de Praga se inició el 5 de enero de 1968 cuando el presidente Ludvík Svoboda tomó las riendas del país y Dubček, la cabeza del partido, con un discurso con el que enfatizó su apuesta por medidas que guiasen hacia un “socialismo con rostro humano”. Un sueño de ocho meses en el cual se redefinieron los derechos de vida. Milan Kundera, afiliado a la Unión de Escritores, rememora la autonomía de la prensa escrita y la televisión dentro del régimen, capaces de denunciar actos de corrupción y hablar de asuntos prohibidos a la esfera pública. “En el periódico de los escritores se hablaba también de quién y cómo era culpable de los asesinatos judiciales durante los procesos políticos al comienzo del régimen comunista. En todas estas polémicas se repetía siempre la pregunta: ¿sabían o no sabían?”, escribe Kundera.

Se cumplen 50 años de los sucesos de Praga, punto de partida de los movimientos políticos y culturales que sacudieron el mundo moderno. [Foto: Del libro Invasión 68. Praga, de Josef Koudelka]
Se cumplen 50 años de los sucesos de Praga, punto de partida de los movimientos políticos y culturales que sacudieron el mundo moderno. [Foto: Del libro Invasión 68. Praga, de Josef Koudelka]

Un programa de acción que apuntaba a las elecciones democráticas, al libre comercio y a la revolución científica y tecnológica como alternativas para la reactivación económica. A la soñada autonomía de Chequia y Eslovaquia. A las mismas oportunidades para las mujeres. El tránsito dentro y fuera del país no sería más deserción, y las universidades invitaban a las principales figuras intelectuales de la época a manera de intercambio cultural. La pérdida de rigor en el control policial y la ausencia militar propiciaron la libre circulación por las calles y plazas de la ciudad. La juventud descansaba a la sombra de los palacios barrocos del casco histórico, y asistía por las noches a una escena subterránea donde proliferaron bandas de rock contestatarias, como The Plastic People of the Universe —con una propuesta a caballo entre Frank Zappa y The Velvet Underground—, cuyas letras se convirtieron en himnos de la liberación.

El español Miguel Delibes, enviado de la revista Triunfo, fue testigo de aquella Praga sui generis cuya organicidad iba contagiando a las comunidades europeas. En mayo del 68, Delibes escribió con entusiasmo que el país podía “alumbrar unas bases de convivencia con una amplia perspectiva de futuro. Es decir, Checoslovaquia puede consumar su evolución hacia un socialismo humanista y democrático o puede fracasar, abrumada por las presiones de su poderoso enemigo”. Serían los demás países signatarios del Pacto de Varsovia —confabulados con la facción más radical de la izquierda— los que negarían a Praga su derecho al progreso, viendo en sus reformas la inadmisible tentación de Occidente, una amenaza a la supremacía del Bloque y al hermetismo exigido por la causa soviética.

Entrada la noche del 20 de agosto, medio millón de soldados escoltados por cinco mil tanques de guerra asaltaron Checoslovaquia. Dispuesta a aplastar cualquier resistencia militar, la armada soviética no imaginó la estrategia de no violencia promovida por el gobierno, cuya organización civil era coordinada por los medios desde la clandestinidad. La marea humana que impedía el paso de los tanques marchaba con el tañido de las campanas desde lo alto de las iglesias, las sirenas y las bocinas, a fin de desconcertar a los invasores. Rumores del envenenamiento del agua potable obligaban a los soldados a beber las aguas grises del Moldava y el Danubio. Los trenes soviéticos que transportaban los equipos para la detección de radios piratas eran detenidos por los ferroviarios. Las señales de tránsito a las afueras de los pueblos eran saboteadas para desviar a ejércitos que se perdían, viajando en círculos por la periferia. Las avenidas se llenaron de caricaturas de Brézhnev y de grafitis con mensajes en rechazo al atropello: “EE. UU. en Vietnam, URSS en Checoslovaquia” o “Un elefante no puede comerse a un puercoespín”.

Las tropas soviéticas marchan por el centro de Praga, Checoslovaquia. [Foto: Getty Images]
Las tropas soviéticas marchan por el centro de Praga, Checoslovaquia. [Foto: Getty Images]

“La euforia general solo duró los siete primeros días de la ocupación”, escribe Milan Kundera en La insoportable levedad del ser (1984), tratado sobre las relaciones humanas con la invasión de Praga como telón de fondo. “Las autoridades del país habían sido capturadas por el ejército ruso como si fueran criminales, nadie sabía dónde estaban, todos temblaban por su vida y el odio a los rusos embriagaba cual alcohol a la gente. Era una fiesta ebria de odio. […] Pero no hay fiesta que dure eternamente. Mientras tanto, los rusos obligaron a los representantes del Estado detenidos a firmar en Moscú una especie de compromiso. Dubček regresó con ellos a Praga y después leyó en la radio su discurso. Tras seis días de cárcel estaba tan destrozado que no podía hablar, se atragantaba, se quedaba sin aliento, de modo que entre frase y frase había pausas interminables que duraban casi medio minuto”.

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Josef Koudelka había regresado a Praga dos días antes de la invasión tras retratar a los gitanos de Rumania. El año previo había abandonado su carrera como ingeniero para dedicarse exclusivamente a la fotografía, cubriendo comisiones para revistas de teatro. Una de sus fotos más conocidas presagia el fin de la Primavera: la plaza de Wenceslao, con el Museo Nacional en el horizonte, tan vacía como un pueblo fantasma. Se antepone su reloj de pulsera, las manecillas marcan el mediodía, evidencia de cuán inusitada resulta la inercia. A las pocas horas irrumpieron las tropas y Koudelka se aventuró a las calles para cubrir su primer acontecimiento político, sin sospechar la trascendencia que ello tendría.

Escondiendo su Rolleiflex, cuyo visor óptico se ubica discretamente en la parte superior de la cámara, Koudelka se escabulló para revelar a través de sus imágenes el lirismo que se esconde en la tragedia. La perspectiva del conductor de un tanque, con el cañón abriéndose paso entre los marchantes. Estudiantes increpan a los ejércitos, los asaltan con cócteles molotov que oscurecen el cielo, flamean la bandera de su país trepados sobre un carro de combate. El cadáver de un muchacho fusilado por intentar izar un banderín sobre un tanque. Una muchacha que rompe a llorar al cargar la tela manchada de sangre. El rostro derrotado de un anciano, de espaldas a un edificio quemado. El pavor en la cara de un militar cargando su fusil, tan joven como los universitarios a los que se enfrenta.

Publicadas por The Sunday Times, las fotos iban acompañadas de las iniciales P. P. (Prague Photographer) a manera de crédito. El anonimato de Koudelka, además del asilo político concedido por Gran Bretaña, lo protegían de las represalias contra su vida y la de su familia. En una entrevista con el diario The Guardian, Koudelka recordó la primera vez que vio sus fotos publicadas. Se encontraba de viaje en Londres, acompañando a una compañía de teatro, cuando un miembro del grupo le pasó la revista. “Decía que estas fotos fueron tomadas por un fotógrafo desconocido y los rollos de película habían abandonado el país como material de contrabando. No podía decirle a nadie que eran mis fotos. Era una sensación extraña. Tenía miedo de volver a Checoslovaquia, pues si querían descubrir quién era aquel fotógrafo desconocido, lo podían averiguar fácilmente”, contó. El trabajo no solo le valió la admiración de Henri Cartier-Bresson y su posterior inducción a Magnum, la asociación de fotografía documental más prestigiosa del mundo, sino que desenmascaró el hambre de poder del bloque oriental.

Un residente de Praga sosteniendo la bandera nacional checoslovaca ensangrentada, frente a un tanque soviético que invade las calles de Praga. [Foto: AFP]
Un residente de Praga sosteniendo la bandera nacional checoslovaca ensangrentada, frente a un tanque soviético que invade las calles de Praga. [Foto: AFP]

La aparición de las fotos de Koudelka dividiría las aguas. Una facción de la izquierda intelectual permaneció callada ante la gravedad de los hechos, al considerar la opresión del Pacto de Varsovia como el mal menor frente a la amenaza capitalista. De otra parte, la condena internacional no tardaría en aparecer. La columna “El socialismo y los tanques” (1970) es acaso la primera condena pública que Mario Vargas Llosa firmaría contra la ideología a la que se hallaba adherido. Según el autor, la intervención militar se trató de “una agresión de carácter imperial que constituye una deshonra para la patria de Lenin, una estupidez política de dimensiones vertiginosas y un daño irreparable para la causa del socialismo en el mundo”. El abuso de poder era evidencia de una servidumbre colonial que jamás permitiría a los pueblos ser en verdad libres e independientes. La complicidad de Fidel Castro, otrora defensor de la autonomía nacional, fue denunciada por Vargas Llosa: “A muchos amigos sinceros de la revolución cubana, las palabras de Fidel nos han parecido tan incomprensibles y tan injustas como el ruido de los tanques que entraban a Praga”.

Tras dejar un saldo de 82 muertos y más de 800 heridos, la invasión de Praga concluyó con la firma del Compromiso de Moscú, que salvó a Checoslovaquia de los fusilamientos y exilios masivos a los campos de Siberia. “Bohemia iba a tener que inclinarse ante el conquistador, iba a tener que atragantarse ya para siempre, que tartamudear, que quedarse sin aliento como Alexander Dubček. Se había acabado la fiesta. Habían llegado los días hábiles de la humillación”, escribió Kundera. Eran los tiempos de la normalización. La prensa amordazada, la policía secreta más agresiva que nunca y el cerco migratorio cerrado. Las bandas de rock perseguidas, los estudiantes apresados. Y la memoria de los estudiantes Jan Palach y Jan Zajíc, quienes se inmolaron prendiéndose fuego en radical protesta, llorados como hijos por una multitud que hacía frente a la derrota ignominiosa.

Pero la bestia comunista ya estaba herida de muerte. En 1989, las calles de Praga volvieron a ser tomadas en la Revolución de Terciopelo liderada por el dramaturgo Václav Havel, a contracorriente de sus constantes persecuciones y encarcelamientos luego de firmar el manifiesto disidente “Carta 77”. Entonando canciones prohibidas y haciendo sonar sus llaveros, el pueblo derrocó pacíficamente al Partido Comunista —convertido por las leyes en una organización criminal—, pocas semanas después de la caída del muro de Berlín. Eran tiempos de la Doctrina Sinatra instaurada por Mijaíl Gorbachov, que permitía a cada país del bloque resolver los problemas intestinos “a su manera”. Havel se convirtió en el primer presidente de la República Checa, hecho histórico que el reformista Alexander Dubček no pudo ver: perdió la vida en un accidente automovilístico dos meses antes de la separación de las regiones.

Los residentes de Praga rodeando los tanques soviéticos cuando la invasión del ejército del Pacto de Varsovia aplastó la llamada reforma de la Primavera de Praga. [Foto: AFP]
Los residentes de Praga rodeando los tanques soviéticos cuando la invasión del ejército del Pacto de Varsovia aplastó la llamada reforma de la Primavera de Praga. [Foto: AFP]

Algunos años después de que se dinamitara el gigantesco monumento a Stalin, en Praga se erigió sobre el mismo pedestal una estatua de Michael Jackson para conmemorar el primer concierto del Rey del Pop, como parte de su gira History. Una vez más, la clase dirigente no dejaba desatendida a la voluntad del pueblo.

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