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Un año antes de la publicación del “Ulises”, James Joyce le escribió a Harriet Shaw, su editora, sufragista y mecenas, lo siguiente: “La tarea de índole técnica que me he propuesto —escribir un libro desde dieciocho puntos de vista y con el mayor número de estilos, que al parecer desconocen o no han descubierto aún mis compañeros de oficio— y la clase de leyenda que he elegido, bastarían para desquiciar a cualquiera”. Cinco años después, y siguiendo esa obsesión por la técnica, Joyce decide llevar la lengua inglesa a límites insospechados en el “Finnegans wake”. Sin embargo, cuando ya había escrito los primeros capítulos de la novela empieza a dudar sobre su propio criterio con respecto a los experimentos lexicales que eran el centro de su atención. ¿La razón? La desaprobación de Harriet Shaw a esos juegos lingüísticos. Ese es un momento de crisis: Joyce necesita que le den ánimos y su editora y sus primeros lectores se los niegan.
Pero nada importa ya: Joyce se reafirma en sus principios estéticos y creativos y persiste como buen irlandés. Sabe de la hostilidad que despierta su experimento interpretativo de la “noche oscura del alma” (se refiere al “Finnegans wake”) y se dice a sí mismo, en tono burlón, que si lo dejara todo, perdería la inmortalidad. “He introducido tantos enigmas y acertijos que tendrán a los profesores ocupados durante siglos discutiendo sobre lo que quise decir; esa es la única manera que uno tiene de asegurarse la inmortalidad”.
Incomprendido y vapuleado por la crítica de su tiempo, Joyce, al parecer, ha conseguido su objetivo: lanzarnos un desafío que, Richard Ellman, su más autorizado biógrafo, formalizó del siguiente modo: “¿podremos algún día ser contemporáneos de Joyce?”.
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Detrás del enigma
Esta pregunta, al parecer, ha sido asumida, como un reto posible, por el mexicano Juan Díaz Victoria quien, en el propósito de hacer accesible un libro-enigma, nos ofrece, en edición de Colmena editores (2021), una lectura anotada de cuatro capítulos del “Finnegans wake”. ¿Cómo traducir y a la vez interpretar (porque de eso se trata) un libro escrito en una lengua artificial? ¿Cómo recrear aquella subjetividad poblada de sueños tormentosos que escarban en la culpa y se montan e intersecan unos a otros durante una noche en la vida de Humphrey Chimpden Earwicker? ¿Cómo descifrar esos enigmas y acertijos lingüísticos que el mismo Joyce sembró a lo largo de su novela como bombas bajo tierra?
Para Joyce, las lenguas mantenían vínculos entre ellas y las palabras eran depósitos inconmensurables de significados cuya supervivencia dependía del tiempo, del uso y de la creatividad humana. La prueba para él era que las palabras iban ganando y perdiendo acepciones; mutando a lo largo de los siglos. Lo que la crítica ha llamado en Joyce vocabulismo es ese interés por experimentar con las palabras tratando de establecer, a través de juegos homofónicos, vínculos entre ellas, incluso si pertenecen a lenguas diferentes. ¿El objetivo? Forjar palabras nuevas, capaces de portar diversos significados a la vez. Juan Díaz Victoria nos dice que en el “Finnegans wake” “asistimos al desdoblamiento (…) no de una sola lengua nativa, sino de los varios idiomas a los que Joyce tenía acceso, desde dialectos sudamericanos hasta léxicos alusivos al extremo oriente, en un discurso polisémico que fluye principalmente en voces del Atlántico, el Mediterráneo y el Mar del Norte”.
Pero es el juego y su aparente gratuidad, propios de la vanguardia, los que han llevado a lectores de toda índole a ver el “Finnegans wake” como una fuente de inspiración. Es el caso conocido de un físico como Murray Gell-Mann, Premio Nobel 1969, quien utilizó el término quark (empleado por Joyce en su novela: “Three quarks for Muster Mark!”) para designar a los constituyentes fundamentales de los nucleones, las partículas más pequeñas del universo, un tipo de partícula subatómica elemental. El uso que hacía Joyce de la onomatopeya le pareció adecuado a su propósito descriptivo (ya que las partículas hipotéticas venían en tríos) y decidió tomarlo.
Cada día es más cierto: la lengua literaria que Joyce forjó en el “Finnegans wake” es la prueba más patente de las infinitas posibilidades de trasmitir diversos niveles de significado, a la vez, a partir de un solo signo lingüístico, convirtiendo, de ese modo, a su libro, en un libro plural, abierto a múltiples interpretaciones. Por ello, el “Finnegans wake”, sigue siendo uno de los más hermosos retos a los lectores no solo en lengua inglesa, sino de todas las lenguas.
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