[Ilustración: Mind of robot]
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Jerónimo Pimentel


La Feria Internacional del Libro de Lima deja sensaciones de optimismo: en los lectores, autores, medios y, finalmente, en los propios socios de la Cámara Peruana del Libro. La gestión de Germán Coronado ha logrado elevar el prestigio del evento, el nivel de los escritores invitados, la calidad y cantidad de publicaciones, el número de asistentes que visitan el Parque de los Próceres e, importante, el monto facturado en los stands. Como adelantábamos en una columna previa, la FIL se ha posicionado como el evento cultural más concurrido del calendario limeño, lo que pone en duda algunas ideas hechas respecto a la relación que los peruanos tenemos con la lectura. Los retos, sin embargo, se multiplican junto al crecimiento.

El lugar es uno de ellos. Augusto Ortiz de Zevallos ha logrado organizar los stands y las salas de tal forma que se mantiene la disposición concéntrica del parque atravesado por esa gran vertical que une las dos puertas de acceso, de la Salaverry a la intersección de Belisario Flores con Cápac Yupanqui. En el medio, la plazoleta Vargas Llosa (“los caballos”) sirve de espacio de reunión, improvisación, refrigerio y descanso. Con los años las salas han ganado en insonorización y orden, pues se ha asimilado un respeto por los horarios y turnos de programación, lo que no es poco en una sociedad donde la informalidad es una queja constante.

Para muchos, sin embargo, el “Matamula” ya ha alcanzado su límite. Los socios compiten por el metraje, que se define por sorteo; varias actividades paralelas sufren por la ausencia de salas de firmas en las que los ponentes puedan recibir a sus lectores (se habilitaron dos; alcanzar una de ellas no fue precisamente intuitivo); los servicios higiénicos, a pesar de su mejora, aún son rústicos en tanto portátiles (las colas en los baños de mujeres son recurrentes y considerables); y existen restricciones para alcanzar un nivel que sobrepase el de la compra-venta ferial: no hay privados en los cuales atender a escritores o agentes, y cuesta llevar la vida profesional “paralela” que exige una convocatoria que empieza a llamar la atención de la industria regional. Un apagón que afectó a la mitad de los stands el penúltimo día de la feria fue el recordatorio de cierta precariedad de la que aún no nos podemos despercudir.

A pesar de los esfuerzos de los organizadores, que han ido superando problemas año a año, la sensación que gana es que hay asuntos que no se resolverán hasta que Lima cuente con un recinto ferial propiamente dicho, lo que permitiría un diseño por pabellones, como existía con la desaparecida Feria del Pacífico. Como es evidente, esto no depende de la CPL, por lo que bien ha hecho en asegurar el favor del municipio de Jesús María por tres años hasta que se resuelva este problema de infraestructura en la capital. Mistura, que de alguna forma se ha convertido en el evento espejo en el que se mira la FIL, no parece haber encontrado una mejor solución y ha decidido migrar de la Costa Verde al club Revólver en el Rímac. Cuán feliz ha sido esta decisión lo sabremos en pocos meses.

Desde el punto de vista de la empresa privada, el éxito de la FIL es un respiro. Da oxígeno, pero se necesita más. La oferta comercial sigue concentrada en una fracción de Lima Metropolitana, por lo que nuestro ratio de librerías por habitante es en general pobre. Esto, aunado a que el sistema de bibliotecas se encuentra descentralizado y depende de los gobiernos locales, implica que el acceso a la lectura en demasiados sectores de la población sea fortuito, por decir algo suave. Los anuncios de apertura de nuevas librerías, siete para este año, hacen creer que las oportunidades de negocio están detectadas fuera de los distritos tradicionales. Pero la inversión privada no basta. El Ejecutivo debe repensar cómo mejorar el acceso gratuito a la lectura.

En provincias, la situación es paradójica. El Hay Festival de Arequipa goza de consenso y atención, pero la feria en dicha región se ha resentido (o desaparecido). En el lado positivo de la balanza tres capitales departamentales ofrecen buenas nuevas: en agosto Cusco tendrá una fiesta editorial en la Plaza de Armas; este mismo mes Huancayo confirma su lugar en el circuito cultural nacional gracias a la Felizh; mientras que Trujillo busca organizar en noviembre un festival remozado que se viene preparando con seriedad y antelación. Falta mucho por hacer, como lograr un calendario nacional establecido, posicionado y frecuente que permita predictibilidad.

A esto se unen dos puntos que se repiten cada cierto tiempo como una letanía: la Ley del Libro y la piratería. La CPL y el Ministerio de Cultura trabajan en lo primero con el objetivo de establecer una ley definitiva que recoja y multiplique los beneficios demostrados en estos 13 años, así como las mejoras producto de los debates que han surgido alrededor de este beneficio. Sobre la piratería, en cambio, no existen mayores avances, en tanto se encuentra normalizada y no posee siquiera sanción social.

¿El vaso está medio lleno o medio vacío?


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