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Del odio y amor por Internet
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La corredora inmobiliaria está sola, aburrida y molesta con el mundo. No han pasado ni diez minutos desde que la conocimos y ya lleva tres cigarros fumados, recurso que más adelante subrayará su envidia descontrolada. La dramaturga británica Phoebe Eclair-Powell la construyó así: desde “los celos”, como ha confesado, y en un proceso de “auténtica catarsis”. De allí que “Daño” (“Harm”) acierte al ser un monólogo: es ella contra un universo al que solo podemos acceder a través de sus ojos.

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En consonancia con los tiempos actuales llenos de streamers, dibujitos y extorsión, “Daño”, que se monta en el Teatro Británico, muestra cómo una celebridad es torturada virtualmente. Y no necesariamente se lo merece: Alicia -influencer, todo lo define en hashtags, su buena onda se confunde con hipocresía- contrata a una empresa de corretaje para dar con la casa perfecta para vivir su maternidad. A ella se le asigna una corredora, la protagonista de la puesta en escena y encargada de boicotear sus planes. Karina Jordán asume ese papel en una interpretación que, al inicio, se entiende poco porque su voz se pierde a partir de la novena fila. Pero cuando entra en calor, Jordán demuestra su pericia al lograr que el público se ría y a la vez se incomode por tanto veneno en una tragedia/thriller que toma la comedia para cuestionar la vida de los más acomodados de Lima y, a su vez, complejizar los dolores y contradicciones de una persona deprimida. La intensidad y compromiso que logran que su performance sea notable, se coronan con un libreto que hila fino. “Quiero que Alicia sufra algo desafortunado. O que sea mi amiga. No lo sé. ¿Ambas?”, repite en varios momentos.

De vomitar como rechazo a la frivolidad de las redes sociales y a las ganas de Alicia por sacar dinero al exponer los aspectos más íntimos de su vida, la protagonista pasa al éxtasis que resulta de trolearla y exponer lo más feo en foros de Internet. El diseño de luces acierta al combinar esos momentos llenos de rojo con un gris verdoso que pinta casi toda la puesta en escena, aunque la proyección de una espiral roja peca de ser muy literal. Muy literal también es la escenografía: un cuarto cuyos elementos van desapareciendo a medida que avanza la historia. Bastaría con ver fotografías del Bush Theatre -en el estreno de la obra en el 2021, en escena hubo un gran peluche de conejo, en respuesta a las referencias a “Alicia en el país de las maravillas”- para recordar que a veces basta solo un objeto/símbolo para trasladar al público a otro universo.

En “Daño”, Jordán y el director Mikhail Page logran una colaboración que incomoda al público y, por tanto, lo cautiva. Eso sí: quizás en un espacio más pequeño y con la audiencia más cerca, se podrían sumar otros matices. Mientras tanto, las preguntas quedan a cargo de los espectadores: frente a vidas solitarias y aburridas, como propone la modernidad, ¿es inevitable refugiarse en las redes sociales y crear mundos paralelos más fáciles de habitar? ¿Existen otros caminos para sortear las crisis?