Los mejores lugares para comer en los museos limeños
Los mejores lugares para comer en los museos limeños
Catherine Contreras

Considerando que la gastronomía forma parte de nuestra cultura y que la práctica culinaria es reconocida en el mundo como un arte, es justo destacar en Perú una emergente presencia de cafés y restaurantes cuyos conceptos han sido creados y/o adaptados a museos, galerías y espacios similares que tienen por misión el estudio y la difusión de toda obra creativa que forma parte del patrimonio material e inmaterial de un pueblo.

Lo vemos en museos que por años siguen acogiendo dentro de sus paredes conceptos gastronómicos que han convertido en aliados, sumando al placer de alimentar el intelecto el disfrute de saborear una comida que transforma cada visita en una experiencia más completa.

ALIMENTO PARA EL ALMA
Cuando el año 2006 Gastón Acurio estampó su sello en el café del Museo Larco, el sendero que conjuntamente debían caminar la gastronomía y el arte se empezó a afianzar. El más influyente de los cocineros peruanos nos conminó a seguir el ejemplo de instituciones como el MoMA de Nueva York, y sin ir muy lejos del Museo de Arte Precolombino del Cusco, que abrió sus puertas el 2003 acogiendo en un rincón de la Casa Cabrera al MAP Café.

Nueve años después, somos testigos de una exitosa convivencia: luego de la remodelación del Museo Larco el 2010, y de la ampliación del café/restaurante el 2012, ambos espacios bailan uno  al compás del otro, complementando servicios que el turista disfruta y agradece. El Museo Larco, que en la década de los 60 se trasladó de la hacienda de la familia Larco en Chiclín (La Libertad) a la mansión del siglo XVIII ubicada en Pueblo Libre, acoge una sorprendente colección de arte precolombino peruano, desde textiles hasta arte erótico, pasando por un almacén que alberga 45 mil objetos arqueológicos.

Precisamente en esta última sala encontramos piezas de cerámica que dan cuenta de la existencia de patos silvestres oriundos del Perú, que fueron aprovechados como insumos de cocina por los antiguos pobladores norteños, creadores de un vasto recetario.

Platos como el tradicional cebiche de pato, que el chef Pablo Lazarte incluye en la carta del Museo Larco Café/Restaurante. El sabroso potaje norteño ha tenido acogida entre turistas y comensales locales, que quizá no saben que el joven cocinero lo aprendió a preparar gracias a que su familia es del valle de Nepeña (Áncash), donde floreció la cultura Sechín primero y Moche después. “El estilo es comida fusión con toques caseros”, indica Diana Macedo, quien dirige el espacio culinario “sembrado” en la terraza de la casona, entre buganvilias y una que otra pieza histórica que enmarcan la experiencia culinaria.

BARRANCO LLAMA
El distrito más bohemio de Lima también muestra interesantes ejemplos de convivencia museosgastronomía. Por un lado está la Fundación Mario Testino, creada el 2012 por el célebre fotógrafo de moda peruano para albergar sus colecciones fotográficas e impulsar desde esta plataforma el trabajo de jóvenes talentos del lente. En este espacio, el Café MATE es responsabilidad de Augusto Baertl (Tragaluz) y su jefe de cocina Jean Paul Barbier. El diseño respeta la decoración minimalista característica del museo, matizando la decoración de su comedor con tres piezas fotográficas de Vicky Aguirre.

La carta que el turista y comensal tienen a disposición en el Café MATE responde al estilo ‘comford food’, para platos como el taboule de quinua perlada o el clásico lomo saltado. La propuesta también ofrece brunch los sábados y domingo; la hora del té y pronto relanzarán un menú ejecutivo de bajo costo, que atraerá a propios y extraños y los animará a integrarse a este espacio cultural.

La visita al cálido espacio gastronómico (que tiene capacidad para 35 comensales) suele marcar el fin del final del recorrido por el museo, que por estos días acoge la muestra de Philippe Gruenberg “Geografía de la diferencia”, que va hasta el 2 de agosto. En las salas de MATE también se exhibe la exitosa “Alta Moda”, serie de fotografías en las que Testino aborda la riqueza textil de los trajes andinos. Finalmente, muy cerca del MATE, el Museo de Arte Contemporáneo (MAC Lima) comparte su terraza norte con La Bodega Verde (LBV), emprendimiento culinario que en noviembre del año pasado se instaló con su propuesta de cocina saludable, artesanal y casual.

Por estos días, quienes visitan el MAC para apreciar el video documental “Saynatakuna: máscaras y transfiguraciones en Paukartambo”, dirigido y producido por el cineasta Carlos Llerena, pueden acceder libremente a LBV y probar platos como la hamburguesa de quinua con espinaca y ajonjolí, las ensaladas de fideos sin gluten o las bruschetas vegetarianas de berenjena, zucchini, pimiento y champiñones salteados a las finas hierbas.

Espacios como estos cautivan y otorgan valor agregado a la experiencia que tradicionalmente ofrecen los museos. Un servicio elevado a otro nivel, donde el placer de consumir cultura es más completo. Animemos pues a que los buenos conceptos gastronómicos encuentren acogida en estos escenarios. Porque el divorcio de las artes, en la cultura, no es aceptable.

ART MEETS FOOD
En la casona de los años veinte que es sede de la galería Lucía de la Puente, los Quispe & Mamani son los nuevos convidados. Han replicado en este espacio barranquino su propuesta culinaria, aquella que nació hace casi tres años en el Centro Empresarial Camino Real bajo un concepto que enmarca su cocina en frases foráneas (‘uncomplicated food’ y ‘fast casual’) que contrastan con el nombre (dos apellidos comunes en Perú), sugiriendo una reivindicación social que obedece más a factores de trascendencia de marca en el mercado.

Así, mientras Lucía de la Puente acoge la colectiva “Señalamientos”, que va hasta el 23 de mayo, esta cafetería con capacidad para 25 personas se contagia del arte y viste para la ocasión, aunque sin olvidar sus valores fundacionales: ser un restaurante de cuidadoso diseño, con comida casera para el día a día, donde el pan con palta es un clásico y la opción ‘to go’ es atendida con celeridad. Pero sí, en Barranco los Quispe & Mamani se han tenido que adaptar a un lenguaje distinto.

La carta es reducida y atiende desayunos y almuerzos, los descartables han dado paso a la vajilla, las mesas largas de madera se acortan y lucen la textura del mármol, las paredes exhiben piezas en venta, como una extensión de la galería. Los cambios se basan en el tipo de cliente que reciben: más contemplativo, porque consumir arte toma su tiempo.

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