
Un niño de cinco años abre su mano y cuenta: uno, dos, tres caramelos. Con una sonrisa generosa, le da uno a su hermano y otro a su mamá. Luego mira su mano otra vez, frunce el ceño y pregunta: “¿Cuántos me quedan?”. Sin saberlo, acaba de plantear una operación matemática. No tiene lápiz ni papel, pero ya está sumando y restando en su cabeza, en un lenguaje que todavía no domina del todo, pero que empieza a intuir.
Situaciones como esta se repiten todos los días en la vida de los niños mediante expresiones espontáneas del pensamiento matemático. Muchos, antes de enfrentarse a un cuaderno cuadriculado o una tabla de sumas, ya están explotando de forma intuitiva estas operaciones básicas de la aritmética. Al repartir juguetes, al calcular cuántos bloques necesita para terminar una torre o al pensar cuántos minutos faltan para que termine el recreo. Lo que para los adultos son simples juegos o comentarios inocentes, para el cerebro infantil son verdaderas aventuras de razonamiento.
Sin embargo, no falta quien se pregunte si su hijo ya debería saber sumar y restar “de verdad”. ¿A qué edad se espera que un niño entienda estas operaciones con claridad? ¿Cuándo es el momento adecuado para enseñarle a sumar y restar de forma comprensiva, más allá de memorizar respuestas? ¿De qué depende?
En un mundo donde las expectativas académicas a veces se adelantan al ritmo natural del desarrollo, esta pregunta cobra aún más importancia. Sumar y restar no es simplemente una habilidad matemática: es una muestra de cómo el pensamiento lógico empieza a estructurarse en la infancia. Requiere entender cantidades, reconocer patrones, seguir instrucciones, mantener la atención y, por supuesto, sentirse seguro para equivocarse y volver a intentar.
Por ello, si alguna vez te has preguntado si tu pequeño “va atrasado”, en Hogar y Familia podrás resolver esta y otras interrogantes de la mano de expertos, quienes nos ayudarán a explorar todo lo que implica el aprendizaje de la suma y la resta. Porque no se trata solo de un logro escolar: es una forma de empezar a entender el mundo con lógica, confianza y curiosidad.
¿A qué edad los niños están cognitivamente preparados para aprender a sumar y restar?
En primer lugar, como explicó María Claudia Valencia Salinas, líder pedagógica de Pasión por la Educación, es necesario entender que el aprendizaje de las matemáticas no comienza con la enseñanza formal de los símbolos y las operaciones, sino muchos antes, a través de la experiencia cotidiana y el juego.
“Los niños inician su camino hacia el pensamiento matemático desde temprana edad, cuando, por ejemplo, reparten galletas, comparan la cantidad de juguetes o notan que les falta una ficha para completar un juego. Estas vivencias son formas intuitivas de sumar o restar, incluso sin conocer aún los signos de más y menos. Por ello, más que hablar de una edad exacta, lo importante es observar si el niño ha tenido experiencias reales que lo lleven a juntar, quitar, comparar o anticipar cantidades, ya que estos son los cimientos del razonamiento lógico necesario para operaciones más complejas”.

En esta misma línea, Alberto Alegre Bravo, psicólogo y coordinador académico de la carrera de psicología de Continental Florida University señaló que, según Jean Piaget, las nociones de cantidad, adición y sustracción se inician en la etapa preoperacional (2-7 años), pero se consolidan entre los 7 y 11 años, en la etapa de operaciones concretas. Es en esta etapa donde el niño, a través de experiencias cotidianas, va construyendo una comprensión más profunda de las relaciones numéricas y es capaz de manipular mentalmente cantidades, más allá de una repetición mecánica. También comienzan a desarrollar la capacidad de estimar resultados y a identificar patrones numéricos básicos, agregó Tatiana Mogollon, docente y psicóloga.
Por su parte, la docente del área de matemática del Colegio de la Inmaculada, Verónica Cárdenas indicó que, si bien en promedio los niños están preparados para aprender a sumar y restar de una forma comprensiva alrededor de los 6 o 7 años (primer grado de primaria), no todos lo hacen al mismo tiempo ni de la misma manera.
“Algunos niños necesitan más tiempo para comprender lo que significa “agregar” o “quitar”, mientras que otros lo asimilan con mayor rapidez a través del juego o de experiencias cotidianas. Por ello, es fundamental respetar el ritmo y estilo de aprendizaje de cada uno, ofreciendo diversas formas de explorar los conceptos matemáticos. Además, es importante reconocer que sumar y restar no implican el mismo nivel de dificultad cognitiva. La suma suele resultar más accesible porque forma parte de su vida diaria: juntar fichas, contar amigos en el recreo o repartir dulces. En cambio, la resta requiere imaginar lo que ya no está o lo que falta, lo cual demanda un razonamiento más abstracto. Por eso, es natural que a muchos niños les cueste un poco más comprenderla al inicio”.
¿Qué habilidades matemáticas previas debe haber adquirido un niño?
Antes de iniciar el aprendizaje formal de la suma y la resta, un niño debe haber desarrollado una serie de habilidades matemáticas fundamentales que le permitan comprender el sentido de estas operaciones. De acuerdo con la docente del área de matemática, es esencial que el niño cuente en voz alta con seguridad, reconozca los números escritos y entienda que cada número representa una cantidad. También debe ser capaz de comparar grupos de objetos, identificar cuál tiene más o menos, y comprender nociones como “agregar” o “quitar” en contextos cotidianos.
“Un niño está preparado para iniciarse en estas operaciones cuando previamente ha jugado espontáneamente con cantidades, sin que se le indique hacerlo. Si agrupa objetos, reparte caramelos o pregunta cuántos faltan para tener lo mismo que su hermano, por ejemplo, ya está utilizando herramientas básicas del pensamiento matemático. Otra señal clave es cuando empieza a explicar sus ideas, aunque no sean completamente precisas, ya que eso indica que está construyendo una forma propia de razonar. No es necesario que sepa contar hasta 100 o domine todos los números; lo importante es que tenga curiosidad, explore y se atreva a probar soluciones por sí mismo”, sostuvo Valencia.
Además, el lenguaje cumple un rol fundamental en este proceso. Como mencionó Patricia Cornejo, neuropsicóloga de Clínica Internacional, comprender enunciados como “¿cuánto le queda si le quitan 3?” o “¿cuánto tiene si le dan 2 más?” requiere no solo saber contar, sino también entender el significado de las palabras y las acciones que implican. Por esta razón, es necesario enseñar a pensar con palabras que tengan sentido en su mundo, usando ejemplos cercanos que permitan imaginar y resolver situaciones.
¿Cómo funciona el cerebro cuando un niño aprende a sumar y restar?
Cuando un niño aprende a sumar y restar, su cerebro activa simultáneamente diversas áreas encargadas de procesar información numérica, lógica y emocional. Según Verónica Cárdenas, el lóbulo parietal cumple un papel clave al permitirle comprender las cantidades y ubicarlas en el espacio, mientras que el lóbulo frontal actúa como un centro de control que organiza los pasos, mantiene la atención y guía la resolución del problema. En este proceso también participa la memoria de trabajo, que le permite retener temporalmente los datos necesarios para operar.

“Procesos como la memoria visual, la atención sostenida y la inhibición cognitiva son clave para comprender y resolver operaciones básicas. Además, intervienen redes neuronales vinculadas al lenguaje, la planificación y la representación espacial. El aprendizaje significativo, al involucrar múltiples conexiones cerebrales, potencia tanto la retención como la transferencia del conocimiento a nuevas situaciones. Por ello, es fundamental ofrecer experiencias variadas y multisensoriales que estimulen diversas rutas cerebrales y consoliden el aprendizaje”, agregó Mogollon.
¿Cuáles son las estrategias más efectivas para enseñar a sumar y restar?
Según la experta del Colegio de la Inmaculada, una de las claves principales es comenzar con material concreto como bloques, botones, cuentas, regletas o material base 10, ya que estos permiten al niño manipular cantidades reales, asociar número con numeral y comprender lo que significa agregar o quitar.
Esta base concreta es esencial para construir un pensamiento matemático sólido. A ello se suma el uso de juegos de cálculo, como dados, cartas, bingos o “culebra comelona”, que transforman el aprendizaje en una experiencia divertida y significativa. Otra estrategia útil es el trabajo en grupo, ya que explicar ideas o escuchar a otros puede clarificar conceptos que resultaban confusos.
“Hoy en día, el uso de aplicaciones y juegos interactivos son una excelente herramienta, ya que refuerzan el aprendizaje a través de estímulos visuales y auditivos atractivos. Además, es importante ajustar las estrategias a las necesidades individuales, explorando apoyos visuales o ejemplos más simples cuando surgen dificultades, siempre valorando el esfuerzo del niño”, destacó Cárdenas.
Por su parte, la líder pedagógica de Pasión por la Educación resaltó la importancia de usar cuentos matemáticos y problemas cotidianos para enseñar a sumar y restar, ya que ayudan a contextualizar las operaciones y darles sentido. Asimismo, señaló que lo primero es lograr que el niño comprenda qué significa sumar o restar, y solo después pasar a la memorización.
Cuando hay entendimiento, los resultados se aprenden con lógica y se pueden aplicar con flexibilidad. En cambio, si solo se memorizan respuestas sin comprenderlas, cualquier cambio en el problema puede generar confusión y, tarde o temprano, el aprendizaje se estanca.
En definitiva, el uso de enfoques activos como el método Montessori o el enfoque ABN (Algoritmos Basados en Números), que trabajan a partir de cantidades reales en lugar de símbolos, favorecen una comprensión más profunda, promueven la autonomía del niño y aumentan su motivación. El aprendizaje debe ser vivencial y significativo, para que las matemáticas conecten con la vida diaria y no se reduzcan a una simple repetición de pasos sin contexto.

¿Qué hacer si se trata de niños con altas capacidades matemáticas o con dificultades de aprendizaje?
Atender a la diversidad en el aula implica adaptar la enseñanza tanto para los niños con altas capacidades como para aquellos que enfrentan dificultades en el aprendizaje de las matemáticas. En el caso de los primeros, Cárdenas mencionó que es fundamental reconocer que su cerebro tiende a establecer conexiones más rápidas y profundas en el ámbito lógico y numérico. Para evitar la desmotivación o el aburrimiento, se recomienda ofrecerles desafíos acordes a su nivel, como enriquecer o adelantar contenidos, siempre que exista una preparación emocional y cognitiva adecuada.
Sin embargo, esto debe hacerse con sensibilidad, respondiendo a su interés y entusiasmo, sin imponer presión y sin olvidar que el avance académico no debe implicar renunciar al juego ni al disfrute propio de su etapa, advirtió María Claudia Valencia.
Por otro lado, es importante tener en cuenta que no todos los niños que presentan dificultades con las matemáticas tienen discalculia. Otras condiciones como dislexia, trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o problemas en el procesamiento visual o auditivo, también pueden interferir en su aprendizaje. Algunas señales de alerta son: errores frecuentes al copiar números, dificultad para seguir secuencias numéricas, confusión entre el nombre y la forma del número o frustración constante frente a actividades que impliquen cálculo o razonamiento.
“Si estos signos persisten, es esencial realizar una evaluación profesional para establecer un diagnóstico y diseñar estrategias adecuadas, ya que un abordaje temprano puede evitar que se vea afectada su autoestima”, precisó la psicóloga.
Además, como resaltó Alberto Alegre, el acompañamiento debe incluir apoyo emocional, uso de recursos visuales y manipulativos, y una valoración del esfuerzo más allá del resultado. Crear un ambiente seguro, donde el error se entienda como parte del proceso, y ajustar el nivel de dificultad son acciones clave para ayudar a que estos niños recuperen la confianza en sus habilidades matemáticas.
¿Qué factores emocionales y motivacionales influyen en el aprendizaje matemático?
Sin duda, uno de los principales obstáculos es la ansiedad o el estrés, ya que interfieren con procesos esenciales como la concentración, la memoria de trabajo y el razonamiento lógico. Esto puede provocar bloqueos mentales o dificultades para aplicar lo aprendido, lo cual disminuye la confianza y la motivación del estudiante. El miedo a equivocarse también puede generar una actitud de evitación que afecta no solo el rendimiento inmediato, sino también la disposición futura hacia las matemáticas.
“Cuando un niño experimenta ansiedad, su cerebro activa mecanismos de defensa que dificultan el acceso a funciones cognitivas superiores. Por eso es tan importante crear un clima de aula positivo y brindar apoyo emocional, además de enseñar estrategias de autorregulación como la respiración consciente o las pausas activas. Promover una visión del error como parte del aprendizaje también puede reducir significativamente la ansiedad matemática”, enfatizó Tatiana Mogollon.

Otro factor clave es el refuerzo positivo. El psicólogo de Continental Florida University señaló que reconocer y celebrar los esfuerzos y avances del niño, incluso los más pequeños, fortalece su confianza y motivación. Este tipo de refuerzo ayuda a generar un vínculo emocional seguro con el aprendizaje, en el que el estudiante se siente capaz y acompañado ante los desafíos. No siempre es necesario un premio material: una palabra de aliento o una mirada de orgullo pueden tener un impacto significativo. Cuando se relacionan los logros con la perseverancia, se fomenta la resiliencia frente a las dificultades.
De igual manera, un niño motivado y con una autoestima positiva es más persistente y se enfrenta a los errores sin frustrarse, adoptando una actitud proactiva. En definitiva, un estudiante que cree en sus capacidades y encuentra sentido en lo que aprende participa más activamente en clase. Por el contrario, una autoestima baja puede derivar en el rechazo hacia las matemáticas. Crear entornos donde se valore el esfuerzo, se reconozcan los avances y se relacionen los contenidos con intereses personales, contribuye al desarrollo de una autoestima saludable y una motivación intrínseca sostenida.
¿Qué papel juega el entorno familiar en este proceso de aprendizaje?
El entorno familiar desempeña un papel fundamental en el proceso de aprendizaje de los niños, especialmente en áreas como las matemáticas. Según Patricia Cornejo, un hogar que ofrece apoyo y un ambiente positivo fortalece la confianza del niño e impulsa su interés por aprender. Las experiencias familiares cotidianas, como cocinar, ir al mercado o jugar en casa, brindan oportunidades valiosas para que los niños interactúen con conceptos matemáticos de manera significativa y práctica, sin generar presión ni ansiedad.
Tatiana Mogollon añadió que la actitud del niño hacia las matemáticas está profundamente influenciada por la dinámica familiar. Elogiar el esfuerzo, evitar críticas y compartir experiencias lúdicas favorece un aprendizaje sin presiones y refuerza el vínculo emocional con el conocimiento. Además, los niños aprenden por imitación: si perciben una actitud positiva hacia las matemáticas en los adultos, tenderán a replicarla.
“La familia es el primer lugar donde los niños aprenden a mirar el mundo, y las matemáticas no son la excepción. No hace falta hacer tareas o repasar cuadernos: basta con contar pasos, repartir panes, ordenar los platos y dialogar sobre cantidad. Las oportunidades están en todas partes, si las sabemos mirar. Y lo más importante: sin presionar, sin comparar y sin corregir todo. Solo acompañar con amor y con presencia. Porque cuando las matemáticas se viven en familia, dejan de ser una tarea y se convierten en parte de la vida”, aseguró Valencia.
¿Qué errores comunes se cometen al enseñar la suma y la resta?
De acuerdo con Verónica Cárdenas y María Claudia Valencia, algunos de los errores más comunes al enseñar matemática son:
- Forzar la memorización sin comprensión: Pedir al niño que memorice procedimientos sin entender qué está haciendo ni por qué, dificulta un aprendizaje significativo y duradero.
- Enseñar matemáticas descontextualizadas: Presentar operaciones de forma aislada, sin vincularlas a situaciones cotidianas, limita el desarrollo del razonamiento y genera dificultades a futuro.
- Falta de uso de material concreto: En la etapa de operaciones concretas los niños necesitan manipular objetos para entender los conceptos. No hacerlo —ya sea por falta de recursos o desconocimiento— obstaculiza su aprendizaje.
- Retroalimentación insuficiente o inadecuada: Es esencial observar el proceso del niño, comprender la estrategia que utilizó y explicarle su error con claridad. Esto refuerza su comprensión, confianza y motivación.
- Comenzar desde los símbolos sin construir el significado: Empezar enseñando los signos matemáticos sin que el niño entienda previamente qué representan puede generar confusión y desinterés.
- Imponer un único método o ritmo de trabajo: Cada niño aprende a su manera y a su propio ritmo. Exigir que todos lo hagan igual puede provocar frustración y afectar su motivación.
- Corregir desde el enojo o la comparación: Reprender al niño o compararlo con otros no contribuye al aprendizaje; por el contrario, puede generar bloqueos emocionales y rechazo hacia la materia.
- Desconectarse de los intereses del niño: Cuando la enseñanza no parte del juego, de lo concreto o de lo que al niño le importa, las matemáticas pueden parecer ajenas y difíciles. En cambio, si se conectan con su mundo, comienzan a tener sentido.