La muerte de Irwin Allen Ginsberg, a raíz de un cáncer al hígado, dejó al mundo sin una figura emblemática de la contracultura norteamericana, de la ‘generación beat’ (“generación golpeada”) de los años 50, la que expresó de la manera más descarnada el dolor, la angustia y la furia de estos tiempos de crisis, abusos y violencia en la segunda mitad del siglo XX. Ya se sabía que el poeta Ginsberg padecía de una enfermedad terminal, aun así su muerte por un paro cardiopulmonar fue inesperada, como un golpe seco, como quizás le hubiera gustado morir.
Uno de sus leit motiv fue la lucha contra la guerra de Vietnam, que atravesó las décadas de 1960 y 1970. En ese camino lo acompañaron otros escritores como Jack Kerouac (al inicio, pues este murió de cirrosis hepática en 1969) y William Burroughs.
Sus amigos lo fueron todo para él, de hecho en sus últimos momentos estuvo rodeado de algunos de ellos, como Patty Smith, Francesco Clemente y Lucien Carr… Hasta que el silencio venció la partida.
Ginsberg en la Lima de 1960
Nacido en Nueva Jersey, Estados Unidos, el 3 de junio de 1926, en una familia judía de ascendencia rusa, Ginsberg tuvo muchos amigos en todas partes del mundo, y también los tuvo en el Perú. Por eso su recordada visita a Lima, en mayo de 1960, dejó huella y una memoria de anécdotas sustanciosas.
Llegó el 5 de mayo de ese año. Tenía solo 33 años. Eran tiempos en que el poeta de Nueva Jersey llevaba en la mente esa “poesía-jazz” que escuchaban sus seguidores en sus tremebundos recitales, con un ejemplar de “Howl” (“Aullidos”, 1956) bajo el brazo o pegado en la frente.
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Ginsberg vino desde Chile no a Lima directamente, sino antes ingresó por tierra hacia el Cusco, específicamente para conocer y “convivir” en la ciudadela de Machu Picchu, en cuyos parajes pernoctó. Había llegado el 21 de abril de 1960, y se había quedado 15 días en el “ombligo del mundo”: cinco días en la ciudad, propiamente dicha, y diez días más en el escenario fantástico de Machu Picchu, bajo el cuidado de los guardianes del recinto. “El hotel es solo para los ricos”, diría en Lima.
El jueves 5 de mayo enrumbó a la capital en bus. Nunca tomó un avión en sus recorridos por el territorio peruano. La noticia de su llegada salió publicada el viernes 6 de mayo en la portada de “El Comercio”, en la que se destacaba su libro “Howl”, ya traducido entonces al español, alemán y francés.
Era la figura de un Ginsberg barbudo, miope, de pelo ya algo ralo y una gran mochila sobre sus hombros la que se vio por la Lima de los balcones y las plazuelas solitarias. En esa ciudad-jardín se encontraría luego con otros intelectuales peruanos como el poeta Sebastián Salazar Bondy, a quien conoció en Chile, el narrador Carlos Eduardo Zavaleta y el crítico José Miguel Oviedo.
Ese viernes, justamente, en horas de la noche, el gran poeta español Rafael Alberti dio un recital en la Asociación de Artistas Aficionados (AAA). Ginsberg lo conoció entonces con gran admiración y respeto de su parte. También llegó a Lima por esos días el compositor Igor Stravinski (a él no lo conoció).
La llegada del poeta ‘beat’ generó un revuelo en el ambiente cultural limeño. El lunes 9 de mayo, Salazar Bondy en su columna “El laberinto y el hilo” de “El Comercio” dijo: “Una imaginación muy brillante, colmada de intuiciones agudas sobre la existencia y la poesía, caracteriza a este 'beatnik', cuyo libro “Howl”, le ha valido un primer lugar en las letras de su idioma”.
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Si bien era “Howl” el libro del momento, por su traducción al español hecha por el chileno Fernando Alegría, Ginsberg estaba imbuido en un trabajo poético de gran aliento. Se trataba de un libro que para él era lo mejor que había escrito hasta ese momento.
Tenía ya título. Era “Kaddish”, una expresión hebrea que significa “ceremonia funeraria” o “lamento funeral” en una sinagoga. El libro se publicaría en 1961, y revelaría una hermosa oración de difuntos, un poema narrativo que el poeta dedicó a la muerte de su madre, Naomi, quien con graves problemas mentales llegó a inspirar esos largos y marcados versículos, plenos de memoria, imágenes y dolor.
El jueves 12 de mayo, la voz de Ginsberg se dejó escuchar en el local del Instituto de Arte Contemporáneo (IAC). Allí leyó sus poemas y los de otros poetas norteamericanos de su generación. La traducción inmediata corrió a cargo del crítico Oviedo y del narrador Zavaleta. Fue el único recital que dio el vate en Lima. En esos días, se dio tiempo para reunirse varias veces (hasta cuatro) con el poeta Martín Adán. Los encuentros ocurrieron en el bar Cordano, en el Centro de Lima. Martín Adán lo trató mal al comienzo, pero después, al ritmo de los brindis, entendió seguramente las ansias poéticas del visitante.Ginsberg escribió, además de los dos libros citados, “Sandwiches de realidad” (1963), “Las cartas de la ayahuasca” (1963) -con William Burroughs; “Noticias del planeta” (1968) y “Hadda Be Playing on the Jukebox” (1975), entre otros.
La muerte acecha al poeta
Siempre al lado de su pareja por más de 40 años, el poeta Peter Orlovsky, Ginsberg vivió intensa y sabiamente los años que pudo vivir. Buscaba la originalidad, el pensamiento propio, ser él mismo sin atarse a convencionalismos ni vivir con miedos o complejos. Fue un espíritu libre y un cuerpo suelto en plaza. Envejeció lentamente, al mismo tiempo que perdía irremediablemente el pelo.
El poeta amaba el silencio cuando le era vital, pero también buscaba el grito cuando le era imprescindible. Fue un pacifista activo y provocador, y su poesía tuvo todos los tonos cromáticos y todas las notas musicales que él quiso darle.
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Hasta el último momento no dejó de escribir. El poeta de “Howl” llegó a pergeñar tres volúmenes de poemas; una de sus últimas composiciones la tituló: “Fama y muerte“, quizás una forma de homenaje a su vida o lo que él creyó que era su vida.
En Nueva York, Estados Unidos, el 5 de abril de 1997 –cuando en el Perú se cumplían los cinco años del autogolpe del presidente Fujimori–, dejó de respirar este viejo poeta, de los más admirados durante el siglo XX.