(Foto: Archivo)
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Lilia Córdova Tábori


Tuvo que vivir a la sombra de la escultural Marilyn Monroe, pero supo inventar su propio nicho de fama, convocar miradas masculinas y provocar envidias femeninas. Un final trágico -como el de Marilyn- le cortó la vida a Jayne Mansfield. Y como la “Monroe”, tampoco fue una gran actriz, pero derrochó sensualidad y belleza.

Vera Jayne Palmer, su nombre original, nació en Pennsylvania, Estados Unidos, en 1932; y fue figura del cine entre 1955 y 1967. Ya en la Universidad fue seducida por la actuación, formando parte de distintos grupos estudiantiles. Su vida da un giro total cuando se casa con Paul Mansfield -tras fugarse con él- y toma el apellido con el que sería famosa.

Luego llegó a California, donde continuó con sus estudios de teatro. Por su extremada belleza y sensualidad, terminó modelando para el lente de Playboy. Tuvo una hija con Paul a la que llamó Jayne Marie, y debutó en el cine con un papel en el filme “Illegal”, en 1955, donde impactó por sus extraordinarias medidas: 102-53-89. Un año después se divorcia de Mansfield y luego se casa con Mickey Hargitay, con quien tendría tres hijos.

Dentro de su 1.68 m. de altura se distribuían las curvas de un físico espectacular, tan llamativo como el tono rubio de su cabello. Alternó en “The Burglar”, un filme de 1957, en donde hizo una de sus mejores presentaciones.


​Se lució en “La Rubia y El Sheriff” en 1959 y actuó en “Promises! Promises!”, de 1963, -promocionada por la revista Playboy-, donde sus desnudos llevaron a que la cinta fuera censurada en algunas ciudades en donde iba a ser proyectada.

En la década de los sesenta se involucra en producciones de calidad discutible, más cerca de la comedia. En 1964 se divorcia de Hargitay y contrae matrimonio con el cineasta Matt Cimber, con el que tuvo otro hijo, llamado Antonio. Ese año participa en la comedia italiana “Amor primitivo”. En 1966 forma parte del elenco del filme “The fat spy” y también graba la película “Single Room Furnished”, paradójicamente su presentación más aceptable, y a la vez su última cinta.

Aunque fue encasillada como la “rubia bonita” que aspiraba a ser una nueva Monroe, todas sus biografías coinciden en resaltar un personalidad firme, que también sirvió para cautivar al público y consolidar su carrera. Había que estar con los pies sobre la tierra para encarar el vendaval de las presiones, la crítica, el divorcio y las pasiones del mundo en el que se manejó, dentro de Hollywood.

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​Por estar envuelta en el cascarón de la superficialidad, poco ha trascendido sobre su dominio de varios idiomas, su afición por la poesía y su habilidad para tocar el violín. Además de actriz, fue modelo y socialité. Y es justo mencionar que recibió el “Globo de oro” por “Nueva estrella del año”, por su actuación en 1956 en el filme “The Girl Can't Help It”.

Bueno, y hasta que un día la “chica mala” de Hollywood se topó con la tragedia. El 29 de junio de 1967, tras realizar un espectáculo de baile en un centro nocturno, Jayne abandonó el local con su novio Sam Brody; sus hijos Miklos, Zoltan y Mariska, y su chofer. Eran las 2:15 de la madrugada cuando en el trayecto su automóvil chocó contra un camión.

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Además de la diva rubia fallecieron Brody y su chofer. Sus tres hijos, que viajaban en el asiento trasero, se salvaron. El camión se encontraba detenido porque otro vehículo similar se había parado para hacer labores de fumigación. Una cadena de errores llevó a la muerte a la blonda actriz de tan solo 34 años de edad. “Murió Jayne Mansfield en accidente automovilístico”, tituló El Comercio en su edición del 30 de junio de 1967.

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