MDN
Gabo deslumbró a Lima con su sencillez y talento - 4
Carlos Batalla

Mientras en Palacio de Gobierno juraba el nuevo Gabinete Ministerial del ingeniero Edgardo Seoane, durante la primera gestión presidencial de Fernando Belaunde Terry, en la sala de conferencias de la Facultad de Arquitectura de la UNI, Gabriel García Márquez explicaba a una masiva concurrencia cómo es que su novela “Cien años de soledad” reflejaba la realidad de América Latina.

Gabo no estaba solo en esa mesa, lo acompañaba su amigo Mario Vargas Llosa. Los dos estaban en momentos claves de su proceso creativo. Vargas Llosa disfrutaba de su reciente premio Rómulo Gallegos por “La Casa Verde”; y García Márquez tenía ya dos ediciones de “Cien años de soledad”, de mayo y junio de ese mismo año.

Eran los escritores más buscados, pero Gabo era el huésped de Lima, aunque solo vio de ella su cielo encapotado. Su figura caribeña se dibujaba por los pasillos de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) y los salones del hotel Crillón, donde se hospedó. Andaba algo asfixiado por el tiempo que le restaba la fama, pero conocer la capital peruana lo motivaba. Por eso aceptó la invitación de dar esas conferencias, que fueron todo un éxito, según los cronistas de la época.

Entre charlas y cocteles

La primera jornada fue un inquietante diálogo entre Gabo y Mario en torno a “Cien años de soledad”: la técnica narrativa, las influencias literarias y el compromiso social. “Narro mis historias con la misma cara de palo con que nuestras abuelas nos cuentan las suyas”, dijo esa vez el hombre de los mostachos prominentes.

En la segunda cita, el autor leyó un capítulo de la zaga de los Buendía. Las preguntas del público arreciaron para el autor colombiano, quien admitió que venía escribiendo una nueva novela, la que años después se publicaría con el título de “El otoño del patriarca” (1975).

Esa histórica conversación de dos grandes de la narrativa latinoamericana, cuyo centro fue la deslumbrante maquinaria literaria de “Cien años de soledad”, quedó registrada en el libro “La novela en América Latina: diálogo” (1968).

El Comercio publicó el domingo 10 de setiembre, en El Dominical, un reportaje en el que García Márquez aseguraba que se ganaba a la gente diciéndole las cosas con total sinceridad y siendo lo más ameno posible. Lo mismo hacía cuando escribía.

Abrumado tal vez por la hospitalidad limeña, o quizás gustoso por ella, asistió con saco y corbata a un coctel de despedida en la casa del arquitecto Santiago Agurto, rector de la UNI. Allí, entre pisco sours y camarones arrebozados, habló de la certeza que tenía de un ‘boom’ latinoamericano de “escritores y lectores”. Era todo un acontecimiento verlo y escucharlo hilvanar palabras y anécdotas que, como la punta de un iceberg, apenas nos daban una pequeña muestra de su febril imaginación.

Ese domingo, con Gabo montado en un avión rumbo a Bogotá, Lima quedó algo triste. Ni siquiera el clásico del fútbol peruano que se jugó esa tarde –con triunfo crema 3 a 2– hizo desaparecer la nostalgia de ver que un auténtico talento se alejaba de nosotros.

Contenido sugerido

Contenido GEC