No seamos ilusos sobre el último debate municipal. ¿Alguien creyó que iba a modificar algo? Acaso solo genere un cambio en los lejanos segundo y tercero, tal vez un enroque entre los aun más distantes tercero y cuarto. No más.
Ya lo dijo la encuestadora Datum: para que el primero deje de serlo debería salir algo similar a un ‘vladivideo’. Hasta ahora, difícil. Más bien, propongo observar aspectos de nuestra rutina diaria que debemos superar. Quizá luego seamos más exigentes al momento de elegir a nuestros alcaldes. No parece, pero tiene mucho que ver. En serio.
En junio de este año, el Metropolitano alcanzó 500 millones de pasajeros. En mayo del 2010, como al inicio de toda relación, en que todo es ideal, los limeños recibimos el nuevo servicio con una conducta tan ejemplar como artificial. Duraría poco. Aún recuerdo la vez en que el autor anónimo de un nombre pintado con plumón fue tratado de traidor a la patria cuando se divulgó la foto del garabato.
Pero poco a poco aparecieron esas conductas que deberían ser despreciables. No obstante, los limeños, la mayoría, las asumimos como normales.
La escena ocurrió ayer, por la mañana, en una estación del Metropolitano. La mujer, de unos 45 años, vestida para ir a la oficina, apareció por las escaleras de la estación cuando la unidad se detuvo y aún no abría sus puertas. Corría, su apuro era obvio, esquivó a uno, a dos, se metió entre un par de pasajeros que bajaban las gradas tranquilos, a diferencia de ella. Fue entonces cuando las puertas del bus plomo se abrieron. La señora empezó a desviar su trayecto hacia el inicio de la fila. Ignoró a los que llevábamos un tiempo esperando con paciencia. Fue la primera en entrar.
Pocos le espetaron su conducta, ausente de todo respeto básico para una convivencia decente. Se coló, pero igual entramos. Es fácil atar cabos y caer en la cuenta de que ese “se coló, pero igual entramos” es un “roba, pero hace obra” a pequeña escala, digamos.
Los que han usado alguna vez el Metropolitano saben que está prohibido sentarse en la parte trasera porque está sobre el motor y resulta peligroso poner peso encima. Al inicio los pasajeros saltaban los pasamanos y se subían. Incluso se echaban. Ante la inutilidad de las barandas, la administración optó por poner carteles en los que advertían el posible peligro. Toda medida era ignorada. Los pasajeros siguen sentándose ahí. Asociemos las ideas nuevamente: no respetar un simple cartel de “Prohibido sentarse aquí” (¡con explicación incluida, además!) da señales de lo poco que interesa la autoridad.
Más ejemplos, cortesía de los pasajeros: los que se hacen los dormidos o los que se quedan solo en la entrada y no avanzan. Los choferes no se quedan atrás: parece que a veces añoran su pasado de choferes de combi y dan unas aceleradas dignas de un tren bala, entre una estación y otra. Las autoridades, tampoco: en varias estaciones las cajas de extintores están vacías.
El cambio está en nosotros mismos. Como dicen en Twitter para señalar lo obvio: #amigodatecuenta.