El autogol del racismo, por Pedro Ortiz Bisso
El autogol del racismo, por Pedro Ortiz Bisso
Redacción EC

Cada vez que el italiano Paolo di Canio marcaba un gol con la camiseta del Lazio, corría hacia una de las curvas del estadio Olímpico de Roma, donde se ubicaban los barristas ultras de su equipo. Allí, frente a ellos, les rendía honores con el saludo fascista, levantando el brazo derecho. No solo por esto Di Canio generaba controversia. Además de llevar un águila imperial tatuada en la espalda,  tiene grabada en su cuerpo la palabra Dux (Duque) en honor al personaje que más admira, Benito Mussolini.

Aunque algunas barras bravas peruanas usan esvásticas y llevan nombres ligados a la barbarie nazi (una de las facciones de la Trinchera Norte se llama Holocausto), el racismo en el fútbol local está lejos de tener una simbología de ese tipo. Es más, las alusiones al nazismo no responden a una identificación ideológica, sino a un patético intento de demostrar una supuesta fiereza, de hacer sentir miedo. Probablemente algunos de estos barristas crean que Hitler era el puntero derecho de un equipo berlinés y Goebbels, un despiadado volante que le cubría las espaldas.

El racismo en nuestras canchas es, si cabe el término, más simplón. Se expresa a través de los “uh uh uh” que, a la manera de sonidos simiescos, grandes y chicos repiten en la tribuna cuando un jugador afrodescendiente toma la pelota.  Y con los “negros de mierda” o “serrano estúpido” que se repiten en las graderías o entre los propios jugadores durante el juego.

Sin embargo, el reciente vejamen sufrido por durante el partido entre Cienciano y Aurich en el Cusco subleva por varias razones. Además de los insultos que obligaron al panameño a abandonar el campo, ni el árbitro ni los organizadores del encuentro reaccionaron adecuadamente. El juego continuó como si nada importante hubiese ocurrido.

Lo peor vino después. El administrador del cuadro cusqueño, Jorge Balbi, envió una carta a la Asociación Deportiva de Fútbol Profesional solicitando que el delantero sea castigado por “victimizarse e incitar a la violencia”, ya que, según dijo, los insultos que recibió no fueron racistas.

Sin embargo, luego indicó:  “Para el próximo partido, si a uno de mis jugadores le dicen ‘chino de m...’ o ‘cholo’, ¿voy a pedir que se retiren del campo? No pues. Esto es un mal precedente en el fútbol”. El remate de sus declaraciones fue, para usar términos futbolísticos, de campeonato: “En el Perú, los insultos que hay no tienen la connotación negativa de racismo que hay en Europa y la gente del fútbol lo sabe”.

En realidad, el mal precedente es que existan personas que quieran pasar por agua tibia actitudes que se deben erradicar sin miramientos. Lo que sufrió Tejada sobre el césped del Garcilaso se repite con los mismos o más decibeles en la combi, el mercado, plazas, colegios y avenidas en todo el país. El racismo en el Perú está enraizado y para ponerle fin un requisito fundamental es empezar por reconocerlo.  

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