Redacción EC

LUIS GARCÍA BENDEZÚ /

En muchos sentidos, la vida de Javier Soto Fajardo se parece a la de cualquier universitario de 19 años. Por la mañana estudia inglés en una academia de . Pasa la tarde navegando en Facebook y, por la noche, estudia Administración en la . Lo que distingue a Javier es que él sufre de parálisis y no controla sus brazos ni sus piernas.  

Javier es un alumno excepcional. Sacó buenas notas en el colegio e ingresó a San Marcos en segundo puesto, en el 2012. Él sabe que no habría llegado tan lejos sin la tenacidad de su familia. Sus padres, oriundos de Apurímac, se dedicaron a la costura solo para trabajar en casa y cuidar de él. Además, sus tres hermanos mayores se turnan para llevarlo y traerlo de la universidad


En el colegio San José Obrero hay 14 niños con discapacidades que buscan progresar. (Rolly Reyna / El Comercio).

En el colegio San José Obrero hay 14 niños con discapacidades que buscan progresar. (Rolly Reyna / El Comercio).

Los Soto gastan semanalmente unos S/.200 solo para movilizar en taxi a Javier. Para ellos, el transporte público no es una opción. “Ningún micro quiere llevarnos por la silla de ruedas”, explica Santosa Fajardo, madre de Javier. La silla es voluminosa y pesa unos 15 kilos, sin el muchacho.

La injusticia del transporte es apenas uno de los problemas que afrontan jóvenes como Javier Soto. La Ley General de la Persona con Discapacidad, cuyo reglamento se promulgó en abril, establece que las universidades deben ser espacios inclusivos para esta población. 


Javier Soto sufre parálisis y eso no le impide destacar en la universidad San Marcos. (Rolly Reyna / El Comercio).

Javier Soto sufre parálisis y eso no le impide destacar en la universidad San Marcos. (Rolly Reyna / El Comercio).

Es decir, tienen que contar con rampas de acceso a los edificios, mobiliario especial y bibliotecas  para invidentes. Asimismo, los docentes deberían estar capacitados para trabajar con alumnos con discapacidad. 

En la práctica, la universidad de Javier y la gran mayoría del país todavía no son espacios inclusivos. Javier cuenta que su facultad no tiene  rampas de acceso, ni ascensores. La biblioteca del edificio queda en un sótano y tampoco tiene sillas adecuadas para él. “El año pasado me tocó estudiar en un cuarto piso. A veces pensaba qué pasaría en un temblor. ¿Mis amigos me hubieran dejado o bajarían conmigo? Nunca les pregunté”, comenta Javier. 


Los hermanos de Javier se turnan para llevarlo a diario hasta la universidad. (Rolly Reyna / El Comercio).

Los hermanos de Javier se turnan para llevarlo a diario hasta la universidad. (Rolly Reyna / El Comercio).

Pese a sus limitaciones, San Marcos sí reserva el 5% de sus vacantes para personas con discapacidad, como lo establece la ley. Desde el 2012, la casa de estudios ha admitido a 22 alumnos con habilidades diferentes.

POBLACIÓN IMPORTANTE
En el 2010, el Instituto Nacional de Estadística e Informática censó a 66.433 universitarios de pregrado con algún tipo de discapacidad en el país. Se trata de una población pequeña, si se tiene en cuenta que hay 651 mil peruanos en esta condición entre los 15 y los 64 años.

Para Wilfredo Guzmán, presidente del Consejo Nacional para la Integración de la Persona con Discapacidad, la educación de los peruanos con habilidades distintas ha mejorado en los últimos años. No obstante, aún falta mucho por hacer.

Guzmán resalta que el Estado ha destinado un presupuesto de 152 millones de soles para la educación de menores con discapacidad este año. Este dinero se invierte en colegios de inicial a secundaria y en la educación básica especial (la que reciben niños con discapacidades más severas). 

Y es presupuesto lo que más se solicita, por ejemplo, en el colegio San José Obrero de San Juan de Lurigancho. En esa escuela estudian 14 niños con discapacidades que viven en un sector de gran pobreza. La directora del plantel, Marita Robles, explica que el dinero no solo es necesario para construir rampas, sino también para capacitar a los profesores en métodos de enseñanza de niños especiales.

Al respecto, es valioso el trabajo que realizan las asociaciones Ayuda en Acción y Yancana Huasy. Esta última tiene su sede en San Juan de Lurigancho y atiende a 110 niños en su centro de educación básica especial. Asimismo, los especialistas de Yancana Huasy visitan otros colegios regulares para sensibilizar a los docentes.

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