Los hijitos de los ex ministros, por Pedro Ortiz Bisso
Los hijitos de los ex ministros, por Pedro Ortiz Bisso
Redacción EC

Uno. El hijo de un ex ministro le dispara a la ex pareja de este tras una discusión. Luego abandona el lugar con rumbo desconocido. Su padre sale a los medios a pedir que se entregue. “Así todo se resolverá con facilidad”. El sujeto tiene antecedentes violentos. Y, detalle clave, carece de permiso para portar armas.

Al día siguiente, aparece su abogado en la televisión y afirma que el disparo fue accidental, que su defendido se fue sin saber que había herido a la mujer y que no se escapó, por favor, cómo se les ocurre. Solo se fue a su casa, tomó algo y se quedó dormido. Por eso no se enteró de nada, no sabía que lo buscaban. “Se va a poner a derecho”, repite con talante nervioso. Y así sucede. Dos días después del balazo, enternado, fresquito y con gesto contrito, el agresor aparece en la comisaría. Pide disculpas públicas a la agredida y, colorín y colorado, se va a su casa como si nada hubiera pasado.

Dos. El hijo de otro ex ministro sale de madrugada de una discoteca en Asia y con su auto atropella a un muchacho. Intenta fugarse. El atropellado pierde el conocimiento, se despierta y vuelve a desmayarse. En tanto, su agresor no encuentra la salida y, en su desaforada carrera por huir, choca otros vehículos y vuelve a arrollar al joven, arrastrándolo varios metros. Las consecuencias son terribles: el chico sufre múltiples fracturas y queda desfigurado. Entra en coma.

El hermano del herido cuenta que aunque intervino la policía, el hijo del ex ministro se resistió a la detención. Y no quiso pasar el dosaje etílico. Inesperadamente logró que lo trasladen a una clínica (¡¡!!) y allí se escapó por una puerta trasera. Al momento de escribir estas líneas, se desconocía cuál era su paradero. Su víctima, en tanto, empezaba su lenta recuperación.

Tres. Un hombre golpea a su hijastro a la salida de un restaurante. Lo hace sangrar. Una muchacha que pasaba por el lugar es testigo de la escena y lo graba en su celular. Increpa al tipo por su proceder, este no le hace caso y se va con el niño. La mujer cuelga el video en las redes sociales y se apura el desenlace: el sujeto es identificado, la justicia interviene, los medios presionan y recibe diez meses de prisión preventiva. 

La salvajada de este sujeto no tiene nombre, pero lo que ayer el analista Carlos Basombrío se preguntaba, y seguramente usted también, es por qué él sí fue preso y los otros no. Tecnicismos legales, dirán los abogados. Presión mediática, falta de ‘amigos importantes’ o simple corrupción dirán otros.

Lo cierto es que estas situaciones que hoy tanto nos indignan tienen, en realidad, poco que extrañarnos. Pasan a cada momento en Asia, Pueblo Libre, Miraflores, Carabayllo o cualquier localidad del país. La impunidad gobierna sin oposición, el principio de autoridad vale tanto como un billete de 3 soles y quien se atreve a pedir respeto por sus derechos parece un romántico extraviado, un loquito desavisado que desconoce cómo se manejan las cosas en el mundo real.

Así están las cosas en nuestro Perú.

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