(Foto: Dante Piaggio / El Comercio)
(Foto: Dante Piaggio / El Comercio)
Oscar Paz Campuzano

Antes de la llegada del huaico, Diógenes Balmaceda ya vivía con muchas carencias. Ahora, con 72 años y en calidad de damnificado, su condición de pobreza ha llegado al límite. Este anciano, que migró de Áncash hace 18 años, debe hurgar en la basura para conseguir dinero desde que una avalancha de lodo y piedras, el 15 de marzo, derrumbó la mitad de su casa y lo dejó sin las herramientas que usaba para reparar bicicletas. Por cada kilo de fierro o de plástico que junta, los cachineros le pagan 30 o 40 centavos.

Su casa está al borde de la ribera del río Huaycoloro. Para llegar hay que bajar al cauce y caminar entre desagües que discurren como en una alcantarilla. El asentamiento es una confusa hilera de casas derruidas y chancherías. Todo luce tan empolvado y maltrecho que uno tiene la falsa impresión de haber llegado a un pueblo deshabitado. Sin embargo, esta zona, denominada asociación agropecuaria Haras El Huaico, ha sido habitada por decenas de familias a la vista de las autoridades.

A lo largo de 10 kilómetros de cauce, entre la desembocadura y un relleno sanitario, hay varios asentamientos como ese, construidos precariamente, con gente que se dedica a la crianza de animales, a la agricultura o al reciclaje informal. Además de tener que subsistir con salarios por debajo del sueldo mínimo, a los habitantes de la ribera les preocupa que la reconstrucción no haya comenzado: en el último verano la quebrada se activó cinco veces con un volumen de lodo que no se había visto en décadas. Los desbordes derrumbaron las viviendas de 78 familias, inundaron campos de cultivo y arrasaron varias granjas.

—No se quieren ir—
“Somos pobres y no tenemos otro lugar para vivir”, se queja Miriam Taipe, natural de Huancavelica. Su casa y su tienda de abarrotes quedaron sepultadas el día del desastre. Ocurrió tan rápido que apenas le dio tiempo de activar la alarma comunal que amarraron a un poste y de rescatar a sus niños de 2 y 5 años.

La zona donde vive, que alberga a 150 personas, se llama asociación Las Riberas de Cajamarquilla. Sus integrantes vivieron en carpas varios meses hasta que un grupo religioso donó casas prefabricadas que se han instalado sobre los peligrosos e inestables cúmulos de barro seco que dejó el alud. A lo largo de la ribera hay incontables casos parecidos, sobre todo, de personas que vieron la bestialidad del Huaycoloro y que se resisten a abandonar la zona de peligro, empujadas por la necesidad, según dicen.

Unas 30 mil familias habitan en el entorno de la quebrada. Lo que la Municipalidad de Chosica no registra con precisión es cuánta gente ocupa ambas márgenes ribereñas, especialmente en la parte alta, donde el tráfico de tierras y los problemas limítrofes con Huarochirí son frecuentes. En el 2015, la Autoridad Nacional del Agua (ANA), la municipalidad y una empresa de la zona reubicaron a 180 familias que habían levantado precarias viviendas y chancherías sobre el cauce o muy cerca de este. Sin embargo, las ocupaciones ilegales no pararon y los terrenos se siguen lotizando.

—Zona de riesgo—
En su último discurso, el presidente Pedro Pablo Kuczynski incluyó al Huaycoloro en la lista de los 15 ríos que serán limpiados a partir de setiembre, trabajos que deberán terminarse antes de que la próxima temporada de lluvias comience. Quedan cinco meses y aún no hay obras.

Según un estudio hecho por ingenieros de la consultora Arvo Corporation, el 80% de la quebrada tiene riesgo de desborde, ya que las riberas son terrenos inestables formados por montículos de basura acumulada en décadas. Además, el cauce está colmatado a una altura de cuatro metros con el material acarreado por los huaicos y eso aumenta las probabilidades de desbordes, explicó el ingeniero Marco Núñez del Prado.

A pedido de la empresa Petramás, Arvo Corporation tiene listos los estudios topográficos, hidrológicos y geológicos que se necesitan para intervenir en el Huaycoloro. Sin embargo, eso dependerá de los compromisos presupuestales que haga el Estado.

Pablo de la Flor, director ejecutivo de la Autoridad para la Reconstrucción con Cambios, dijo que a mediados de este mes se presentará un borrador del plan de obras. Según voceros de la entidad adscrita a la Presidencia del Consejo de Ministros, los trabajos que empezarán en setiembre serán básicamente de limpieza de los ríos y no necesariamente para el tratamiento integral de la cuenca, como piden los especialistas.

El proyecto integral incluye obras para reducir la fuerza de huaico en la cabecera de la cuenca y encauzar 10 kilómetros de la quebrada en ambas márgenes. Se necesita también construir un mínimo de tres puentes peatonales y vehiculares.

Aunque este afluente de río Rímac es de alta vulnerabilidad, las autoridades aún no declaran la zona como de alto riesgo. Edward Pagaza, director de Defensa Civil de Chosica, dijo que ingenieros de la ANA y del Centro Nacional de Estimación, Prevención y Reducción del Riesgo de Desastre (Cenepred) ya comenzaron las evaluaciones. El Huaycoloro está en cuenta regresiva.

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