JOSÉ MIGUEL SILVA (@jomisilvamerino)
Según los Centros de Emergencia Mujer del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, 48 mujeres fueron asesinadas por su pareja en los primeros seis meses del año.
La cifra, escalofriante desde cualquier punto de vista, responde a historias en donde casi siempre el nivel de violencia fue ascendente. De esta manera, al llegar a su tope máximo, explotó y se convirtió en una trágica noticia más para la sección policial de los diarios.
Para referirnos a esta problemática, conversamos con Cristina Alcalde, docente del Departamento de Estudios de Género y la Mujer de la Universidad de Kentucky y autora del libro La mujer en la violencia: Pobreza, género y resistencia en el Perú (Instituto de Estudios Peruanos - PUCP, 2014).
¿Cuál fue tu objetivo principal al iniciar esta investigación tan completa sobre la violencia contra la mujer?
No sólo en el Perú sino alrededor del mundo, el hogar es el lugar más peligroso para la mujer. Sin embargo, la violencia contra las mujeres aún recibe poca atención. Cuando hablamos de violencia, por lo general los tipos de violencia a los que nos referimos tienden a ser la guerra o la violencia política. La violencia contra la mujer muchas veces o se considera “tema de mujeres” y por eso es aislada de otros tipos de violencia, o no se le trata como un tema serio y legítimo para el análisis. Lo que he intentado hacer en mi trabajo es analizar las intersecciones entre diferentes tipos de violencia en la vida de mujeres para hacer visible el continuum de violencia en la vida de mujeres en el contexto específico de Lima. Las historias de vida de las mujeres que entrevisté subrayan que la violencia y discriminación que experimentan las mujeres en sus hogares, en comisarías y otras instituciones estatales, en casas particulares donde trabajan, y en la calle, todas están vinculadas, y sugiero que están basadas, no sólo en ideologías de género y sexismo sino también en estereotipos geográficos, raciales y étnicos que se traducen en discriminación, violencia, y desigualdad.
En las primeras páginas, principalmente, se observa un gran trabajo de documentación, es casi un repaso histórico sobre nuestro país. ¿Qué estereotipos lograste vencer o derribar luego de concluir este libro?
En parte, a través de mi trabajo de campo y del libro he intentado disipar ciertos mitos y estereotipos. Por ejemplo, particularmente con respecto a las mujeres pobres, indígenas, y mestizas, mi análisis desacredita los mitos que las retratan como pasivas, cómplices, o que aceptan la violencia como una forma de afecto. También, lo que intento hacer en el libro es mostrar las múltiples dimensiones de las vidas de las mujeres para ir más allá del foco de atención predominante en los actos y episodios de violencia física presente en la literatura acerca de violencia doméstica. Otra cosa que intento hacer es examinar el espacio entre el “irse y quedarse.” Me interesa ir más allá de esta dicotomía simplista y de la idea que las mujeres que no se van son masoquistas. Sentar una denuncia por violencia doméstica puede ser un proceso especialmente difícil y discriminatorio, e irse no siempre es una opción realista. Y, como antropóloga, me ha interesado atraer más atención a la violencia contra la mujer como tema antropológico porque no ha habido mucha atención al tema dentro de mi disciplina (aunque esto ha estado cambiando en los últimos años).
¿Hay algún tipo de relación entre el factor racismo (discriminación) y la violencia contra las mujeres entrevistadas?
Definitivamente sí, y me parece que es algo que muchas veces se ignora. Uno de los argumentos que hago en el libro es que el racismo de la sociedad peruana hacia las mujeres serranas se reproduce en los espacios más íntimos del hogar. Por eso, aunque la perspectiva de género es sumamente importante, también debemos tener en cuenta cómo el género se combina con el racismo en las experiencias de ciertas personas y grupos. Argumento que lo que llamo la regionalización de la raza, y la asociación resultante de diversas connotaciones negativas con las mujeres de la sierra, también sirve como telón de fondo para comprender las experiencias cotidianas de muchas de las mujeres que entrevisté. En el público y en las instituciones, podemos identificar actitudes racistas no tan sutiles que culpan a la cultura de ciertos grupos y ven a ciertas mujeres como cómplices en la violencia que sufren (por ejemplo, el dicho popular “más me pegas, más te quiero” y “amor serrano”). Entre las mujeres que entrevisté, existían casos en los que los insultos racistas eran utilizados por sus parejas en los espacios más íntimos para degradar a las mujeres como justificación para violentarlas, y estos insultos acompañaban a los golpes y al sexo forzado.
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La publicación presenta una serie de casos en los cuales mujeres que viven en la capital relatan sus experiencias como víctimas de la violencia que sus parejas ejercieron sobre ellas durante (muchas veces) años.
¿De qué manera las madres entrevistadas intentan proteger a sus hijos de futuras o probables escenas de discriminación?
Como madres, los logros de los que se sentían más orgullosas las señoras eran el poder mantener seguros a sus hijos e hijas, mandarlos a la escuela, y verlos terminar sus estudios, para que así ellos pudieran evitar los tipos de discriminación y violencia que ellas experimentan. En todos los casos, fue en su rol de madres que las mujeres que entrevisté tomaron la decisión de irse permanentemente. También, creo que es importante decir, fue en su rol de madres que sacrificaban su propio bienestar y se quedaban en relaciones abusivas cuando su pareja no abusaba de los niños porque así podían darles de comer y garantizar que sus hijos tuvieran un techo bajo dónde dormir. Y, claro, la presión familiar de mantener a la familia unida también dificultaba su salida. Una de las cosas que noté es que, aunque la prioridad de las mujeres era que todos sus hijos fueran a la escuela con el fin de facilitar su progreso como adultos, las mujeres estaban especialmente preocupadas por el futuro de sus hijas. Querían que ellas fueran independientes para que no tuvieran que depender de los hombres de la misma manera en la que ellas lo habían padecido.
¿Cómo así las mujeres que protagonizan tu libro lograron vencer ‘las pretensiones de propiedad y control’ que sus parejas buscaron ejercer sobre sus cuerpos?
En examinar el espacio entre el irse y quedarse, lo que queda claro es que lejos de ser dependientes, pasivas, patológicas o masoquistas, las mujeres resisten la violencia y el control de una pareja abusiva en los aspectos más íntimos de sus vidas. En algunos casos, mujeres se rehúsan a acceder a las demandas de sexo de sus maridos, se someten a esterilización en secreto y contra los deseos de su pareja, devuelven los golpes, le cuentan a la familia del marido sobre el abuso, o recogen en secreto copias de documentos importantes y dinero preparándose para irse. Son diferentes formas de lograr ejercer algo de control dentro de espacios extremadamente limitados y opresivos.
¿Consideras que, pese a los avances y a la promulgación de nuevas leyes, el Estado aún descuida mucho la integridad física y emocional de las mujeres peruanas?
Ha habido avances importantes en los últimos años. Sin embargo, la tasas de violencia contra las mujeres siguen siendo bastante altas-- a pesar de las leyes—y pienso que aún hay mucho más por hacer. Por ejemplo, hoy en día en el Perú aproximadamente 11 mujeres son asesinadas cada mes. La mayoría es asesinada por su pareja después de una larga historia de violencia por parte de esta. Los casos que aparecen en el libro son emblemáticos de los procesos de violencia largos que muchas veces culminan en feminicidio íntimo. De hecho, algunas de las señoras con quien conversé habían sufrido intentos de feminicidio. Tanto en casos de feminicidio como en los casos de mujeres que entrevisté, las mujeres no se sienten protegidas por las leyes, y existen muchas políticas y estructuras dentro de la sociedad que contribuyen a la vulnerabilidad de muchas mujeres peruanas.
¿Desde dónde debe partir el cambio de discurso en torno al género y a la violencia? ¿Desde el Estado o desde la propia sociedad civil?
Pienso que para ser efectivos, es esencial que los esfuerzos para cambiar el discurso vengan tanto de grupos en la sociedad civil como a través de políticas públicas del Estado que sean el resultado de diálogos inclusivos con diversos actores en la sociedad civil. Es importante que exista menos tolerancia hacía la violencia de género. Y también es esencial que aparte del trabajo tan importante de organizaciones y grupos feministas, de derechos humanos, y de casas refugio, y de capacitación de algunos espacios académicos, entre otros, el Estado contribuya recursos económicos, legislativos, y sociales para asegurar que las mujeres y sus hijos puedan cubrir sus necesidades y gastos básicos al dejar a una pareja abusiva y para conseguir dónde vivir, trabajar, y proteger a sus hijos al rehacer sus vidas-- sin sentirse obligadas a volver con su pareja por falta de recursos. Hay mucho que hacer para crear un ambiente menos inseguro, discriminatorio, y violento para las mujeres peruanas—por ejemplo, recientemente el acoso sexual callejero ya está recibiendo más atención y subraya otra área en la que el cambio en tolerancia hacia la violencia de género y otras formas de discriminación viene de la sociedad civil. Otro espacio en el que veo esfuerzos en la sociedad civil es en el tema de masculinidades: el año pasado me reuní con miembros del grupo La Red de Masculinidades Peruanas y he estado siguiendo sus actividades y esfuerzos a través de su página de Facebook desde entonces. Me parece que las actividades de ese grupo, entre otras iniciativas, también evidencian los grandes esfuerzos hacia un cambio positivo que tenemos en la sociedad civil.