Magallanes o un retrato de Lima, por Jorge Ruiz de Somocurcio
Magallanes o un retrato de Lima, por Jorge Ruiz de Somocurcio
Jorge Ruiz de Somocurcio

Hoy asistimos a un indudable renacimiento del cine peruano, en el que Lima empieza a ser una de las protagonistas. En sus barrios van tomando forma  las historias de personajes sumidos en callejones sin salida o en encrucijadas que pueden redimir sus oscuras vidas. A la manera de “El evangelio de la carne” de Eduardo Mendoza, el 2013, “Magallanes”, la ópera prima de Salvador del Solar, nos trae un poderoso retrato de la ciudad como escenario de racismo, desesperanza, secuelas de la violencia de los 90 no resueltas, pero también de hitos de dignidad, solidaridad y grandeza.

Las historias nos llegan desde Huanta, Ayacucho, para recordarnos que ese capítulo de terror de la guerra con Sendero Luminoso aún tiene heridas abiertas. Los sobrevivientes de las distintas orillas del conflicto son acogidos por la urbe, que vuelve a reunirlos. Para los pobres están los cerros de Villa María o San Juan de Miraflores, o San Cosme y La Victoria. Para los sobrevivientes ricos, los cerros de La Molina o Miraflores. Anverso y reverso de una ciudad extremadamente desigual.

Magallanes y su amigo Milton son dos excombatientes que viven en la Lima tugurizada engrosando la fila de los perdedores. Hasta que Magallanes, que habita literalmente una covacha urbana, haciendo taxi se encuentra con Celina, campesina ayacuchana que fuera sometida y vejada por el coronel Avelino, entonces jefe de la base militar de Huanta, donde sirvió él.

El intento de expiación de Magallanes después de ese encuentro, termina mezclando los destinos de los personajes ricos y pobres alrededor de  la circunstancia de Celina y su escondido hijo enfermo.

Para ella, la ñusta, la niña secuestrada, violada y su hijo, el modo en que se relacione con la ciudad definirá sus vidas. La ciudad en cuyos cerros de pobreza asciende en shock una noche como si fuera su natal Ayacucho, solo para vislumbrar desde la cumbre que la vida real está abajo en la urbe, desafiándola.

Esa ciudad misteriosa que ilumina obscenamente su pesadilla y su dolor, también le ofrece la posibilidad de  exorcizarlo.

Para el coronel Avelino, el mar de Lima, la vista al infinito desde el acantilado de la Costa Verde será el único bálsamo que le dará refugio trascendiendo los años de horror.

Lima es la ciudad de la usura, la codicia y la violencia para seres desprotegidos; sin embargo, ahí están también la generosidad y la solidaridad en un mundo donde el dinero arregla o compra todo o casi todo.

Celina se encargará, sin embargo, de enseñarnos que no es el dinero el que arreglará sus vidas, sino la dignidad, y su orgullo quechuahablante con el que ennoblece el futuro.

En una memorable escena final, en un cerro de Lima sur, la ciudad le sonríe a Celina cuando levanta la reja metálica (dejando atrás el pasado) de su pequeño negocio y se asoma a ver Lima bañada por el sol (la esperanza).

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