(Foto: Violeta Ayasta/ El Comercio)
(Foto: Violeta Ayasta/ El Comercio)
Pedro Ortiz Bisso

“ No quiero pensar que está llorando más que María Magdalena”.
“Está viendo que le está quedando grande la cancha de Lima”.
“El alcalde se está poniendo nervioso por la valla tan alta que le está dejando el alcalde Castañeda”.

Había que ser muy ingenuo para pensar que la transferencia de mando en la Municipalidad de Lima iba a ser un proceso civilizado y no, como parece, un recorrido más tortuoso que transitar por la avenida Javier Prado a las 6 de la tarde.

Más aun si quien deja la posta es, a decir de su partido, “el mejor alcalde de todos los tiempos”.

Las frases son del regidor de Solidaridad Nacional Wilder Ruiz, quien el pasado jueves tuvo el encargo de responder a nombre de la Municipalidad de Lima los cuestionamientos que hiciera Jorge Muñoz sobre la situación del Metropolitano.

El alcalde electo había manifestado su preocupación no solo por el alza de los pasajes, sino por la probable paralización del servicio a causa de los incumplimientos al contrato tanto de la comuna como de las empresas concesionarias.

También hizo hincapié en los arbitrajes perdidos por el municipio, una de las más peligrosas bombas de tiempo que heredará, ya que representan pagos por más de 400 millones de soles.

Además, mostró su extrañeza porque a pesar de haber cursado tres cartas para iniciar el proceso de transferencia, la municipalidad respondió que solo lo atendería cuando fuera proclamado alcalde electo.

La presdisposición de la comuna provincial es sideralmente distinta a la del Gobierno, que, casi desde el momento en que se supo del triunfo del señor Muñoz, se mostró abierto al diálogo. El mismo jueves, el presidente Martín Vizcarra había asegurado que le proveería el financiamiento necesario para las obras que tenga planificadas.
A decir verdad, era poco lo que podía esperarse de este gobierno municipal que ya se va. Una de las características de su gestión –mediocre por donde se la mire– ha sido su rusticidad en el trato, sobre todo ante quienes osaron esgrimir alguna crítica relacionada con su trabajo.

Si su renuencia a aceptar objeciones ha sido su marca de fábrica (basta recordar frases como “no se cayó, se desplomó” o “no son grietas, sino fisuras”), esperar siquiera un esbozo de autocrítica resultaba un acto de extremo candor.
Su escaso respeto por las buenas maneras le ha hecho perder oportunidades de oro, como ocurrió ayer cuando brindó información imprecisa sobre la reducción del precio de los pasajes del Metropolitano.

Es difícil creer que el señor Muñoz se “esté poniendo nervioso” como señala el regidor Ruiz. Sí, en cambio, debe estar preocupado. Y mucho.

El “mejor alcalde de todos los tiempos” no solo le deja una ciudad abandonada, sino varias bombas de tiempo. Una más peligrosa que otra.

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