Caos vehicular y basura por obras de demolición del antiguo puente Circunvalación. (Foto: Rolly Reyna/El Comercio)
Caos vehicular y basura por obras de demolición del antiguo puente Circunvalación. (Foto: Rolly Reyna/El Comercio)
Pedro Ortiz Bisso

Es amarilla. A estas alturas sobra explicar por qué. De ese color es la estructura metálica que desde hace unos días forma parte del paisaje de la Vía Expresa, a la altura de la calle Junín. En unas semanas se convertirá en un puente que conectará Surquillo con Miraflores.
La inauguración está prevista para octubre. El diseño incluye unos arcos que recorrerán toda la plataforma. Y sí, adivinaron: también serán amarillos.

El puente Junín es el triste símbolo de una gestión que será recordada por su chatura e intrascendencia. Ha impulsado obras pequeñas, muy puntuales, algunas innecesarias o mal hechas –e iniciadas con sospechoso apuro– como el ‘by-pass’ de 28 de Julio. Pero nada sustancial que pretenda resolver alguno de los graves problemas que arrastra la ciudad desde hace décadas.

Enfrentar el caos limeño cuesta. No dinero, sino capital político. Es el costo de cambiar malas costumbres, enfrentar mafias, quebrar el statu quo. Y para ello se necesitan visión de estadista y una alta dosis de valentía. Puentes como el Junín o el ‘by-pass’ de El Derby solo buscan el aplauso fácil de la tribuna. En los hechos tienen el mismo efecto de un desenfriolito en un enfermo del corazón.

Para sonrojo de la administración que se va, la mejor noticia que haya podido recibir Lima en años no ha salido del Palacio Municipal. Aunque restan un par de pasos para que se convierta en ley, la creación de la Autoridad de Transporte de Lima y Callao es un regalo adelantado de Navidad. Suena extraño siquiera pensarlo, pero al fin existe una posibilidad real de acabar con la locura que se vive en las calles todos los días.

No va a ser fácil. Además de concluir con el proceso (resta una segunda votación en el Congreso y la promulgación de la ley), hace falta darle forma a su reglamento y definir a sus integrantes. Y con tantos intereses en juego –económicos y políticos– no faltarán encontronazos y, probablemente, intentos de boicot.

Ya Renzo Reggiardo, el candidato con mayores posibilidades de ganar las elecciones de octubre, ha señalado que el alcalde de Lima debería encabezar la autoridad y no un representante del Ministerio de Transportes y Comunicaciones como establece la norma.
Lo peor que podría pasarle a la nueva autoridad es que su manejo responda al juego político, lo que no quiere decir que quien la encabece carezca de muñeca para la mar brava que deberá enfrentar.
Pero sus decisiones deben ser fundamentalmente técnicas, fruto de un plan que integre sistemas, unifique rutas, establezca una lógica detrás de la infraestructura vial y acabe de una vez con el salvajismo que vivimos en cada esquina.

Para servir a la ciudad no se necesitan placas o pintar de un determinado color un puente. A ver si lo empezamos a entender.

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