(Foto: Nancy Chappell / El Comercio)
(Foto: Nancy Chappell / El Comercio)
Milagros Asto Sánchez

Nací en Lima el 4 de marzo de 1967. Estudié Terapia de Artes Expresivas en Suiza. Soy artista visual y por un tiempo me dediqué a esculpir piedra. Todos me dicen ‘Yoyo’, el nombre que elegí cuando me convertí en clown de hospital. De hecho, pertenecí a Bola Roja durante seis años y fue lo que más me ha gustado hacer.

Georgina Santibáñez llama “pez” a la casa en la que crio a sus tres hijos. Aunque ellos ya no viven ahí ella disfruta jugar con decenas de niños entre sus muros y desea que esa capacidad dure aunque pasen los años. El Pez en la Luna –dirigido por ella– es una organización que usa el juego, la imaginación y la educación como puentes para lograr una buena salud y bienestar.

—¿ Cuál es el secreto para mantener viva a tu niña interior?
Seguir jugando. Mantener la curiosidad, la capacidad de asombrarse por todo, incluso por lo más pequeño. Es resignificar todo lo que se encuentra en la vida. Porque el niño hace eso. Llega al mundo para descubrir y ofrecerle algo nuevo, pero muchas veces lo que hacemos los adultos es imponerles nuestro mundo.

—¿Qué has aprendido de ti misma gracias a los niños ?
Todo. Los niños son grandes maestros. Nuestra cabeza es esa loca que nos dice: “Pero no puedes, pero no sabes, pero no debes, pero no tienes”, las cuatro terribles frases del mundo. El niño te quita esas palabras y te lleva nuevamente a sentir. Y en los sentidos está el espíritu, el alma. Entonces ahí es donde dices: “Sal de acá, deja de pensar tanto, vuelve a sentir”.

—¿Y cuándo es momento de bajar a la realidad?
Siempre. Es un ida y vuelta. Siempre digo que tienes que tener los pies en la tierra y la cabeza en las estrellas.

—¿Cómo tu casa terminó convirtiéndose en un pez?
Yo soy mamá de tres hijos. Esta era mi casa. Aquí fui madre desde los 19 años. Yo siempre decía: “Lo mejor que hago en la vida es ser madre y quiero serlo toda la vida”. Cuando mis hijos ya tenían 14 o 15 años empecé a preguntarme: “¿Y ahora qué hago si no fui a la universidad?”. Y decidí que iría. ¿Qué quería ser? Artista. Mis hijos se fueron y me di cuenta de que esta casa tenía que seguir siendo lo que había sido, un espacio para niños, un espacio para jugar, un espacio para crear.

—¿Es tu gran obra de arte?
Es una obra de arte colectiva. Yo solamente siento que propongo y creo espacios y es en la interacción con todos donde todo sucede.

— ¿Qué significa “el pez en la luna”?
Es una utopía, significa lo que tú quieras. Cuando terminamos de construir el pez quería hacer en la entrada una escultura de varios materiales de tal manera que alguien pudiera coger algo, lo cambiara de posición y todo encajara, pero pasó el tiempo y nunca lo hice. Un día Enrique Sierra, mi pareja y el otro fundador de El Pez en la Luna, me dijo: “Eso que querías hacer en la entrada es lo que has hecho en todo el lugar”. Este pez interactúa con las personas y cambia con ellas. Todo va cambiando, por eso no tenemos una metodología, sino una filosofía.

—Y en esa filosofía está muy presente la relación con las familias.
Si no existe el vínculo, no existe nada, somos seres en relación constante. Lo que hacemos nosotros es cuidar al niño y dejar que sea lo que es y hay que acompañar al padre en su proceso para que empiece a mirar a su hijo tal como es y no a través de sus ojos.

—¿Qué disciplinas utilizan?
Yo soy muy juguetona, en todo momento estoy en estado de juego, que es lo que te enseñan en el clown. Me encanta el absurdo, porque el niño vive en el absurdo. El otro día le pregunté a un niño: “Qué estás haciendo”. Me respondió: “Estoy dibujando a Dios”. Le dije: “Pero nadie lo ha visto”. Y me contestó: “Ahorita lo van a ver” [risas].

—Muchos adultos se preocupan cuando el niño es “hiperactivo” y lo quieren inscribir en actividades interminables para que se canse.
Lo que pasa es que los adultos estamos siempre haciéndole caso al especialista, siempre es el de afuera el que tiene la razón. Yo invito a los papás a que sean ellos y su intuición de padres los que respondan a sus dudas.

—En su trabajo con empresas, han enseñado temas como reciclaje o contaminación del mar. ¿Un niño puede aprender de todo a través del juego?
Sí. Porque lo que hay que enseñarles es la pasión y el amor. Si tú le enseñas a un niño a que ame, todo lo que conoce lo va a amar y todo lo que ama lo va a cuidar. Por el Día del Agua enseñamos que el agua era divertida y los niños escribían promesas de que iban a cuidar el agua porque la habían disfrutado.

—Y ahora también llevarán esa filosofía a los hospitales con más fuerza.
En ese caso trabajamos con Jugamos, un proyecto que tiene 10 años. Empezó en Belén, Iquitos, y luego lo trajimos a Lima. Jugar es una gran necesidad, no solo para los niños, sino también para los adultos. Ahora queremos llevar eso al hospital. Tenemos un proyecto lindo con la periodista Silvia Miró Quesada para trabajar con los personajes de su cuento “Unos días con Bobby”, para ayudar a los niños con cáncer a enfrentar esa enfermedad con imaginación. En el hospital jugamos con lo mejor que tenemos: nosotros mismos.

—¿Cómo funciona?
No llevamos absolutamente nada, solamente hacemos una pregunta: ¿Jugamos? Se trata de ver cómo el otro te acepta. La risa es la distancia más pequeña que existe entre dos personas.

—¿Cuál es el mejor regalo que se le puede dar a un niño?
Tiempo. Es el regalo que ya no damos, que cada vez es más caro, más preciado y menos existente. El objeto siempre está delante del tiempo.

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