El rebrote que afecta Beijing es desesperanzador. Hasta ayer había 106 casos confirmados de COVID-19, ante lo cual las autoridades chinas decretaron el cierre de barrios y escuelas, además de cancelar más de 1.000 vuelos. A esta noticia se suman los dos casos detectados en Nueva Zelanda, que llevaba 25 días sin contagios y había empezado a vivir sin restricciones.
La reacción de las autoridades sanitarias ha sido rápida y se espera que eviten una nueva ola de infecciones. Los neozelandeses parecen tener la situación más controlada ya que sus contagiados son ciudadanos que llegaron del exterior.
Pero decíamos que lo ocurrido es desesperanzador porque deja la sensación de que este maldito virus no solo es rebelde, sino también cobarde, y al menor descuido ataca donde más duele. Si esto ocurre en países desarrollados, con sistemas de salud fuertes y eficientes, que llegaron a controlar las infecciones, ¿qué le queda a nuestro pobre y precario Perú?
La doctora Pilar Mazzetti, la voz más respetada entre los especialistas que combaten al coronavirus, ha dicho que la cuarentena no debe continuar. Considera que solo conseguiría “martirizarnos” y dañar aún más la economía. Ante ello, solo queda aprender a convivir con el virus, usando mascarillas en las calles, manteniendo el distanciamiento social y lavándonos las manos con agua y jabón.
Suena razonable y necesario… hasta que aparecen las imágenes de paraderos y buses atestados, vendedores deambulando por miles, mercados ahogados de compradores y personas que evaden el toque de queda para asistir a fiestas o tomarse unos tragos con los amigos.
Sí, tendremos que acostumbrarnos a convivir con el virus. Pero nos va a costar mucho. Muchísimo.