El estadio Alejandro Villanueva, popularmente conocido como Matute, en la mira de una iglesia cristiana. (Archivo)
El estadio Alejandro Villanueva, popularmente conocido como Matute, en la mira de una iglesia cristiana. (Archivo)
Pedro Ortiz Bisso

El nada santo deseo de la iglesia El Aposento Alto de adquirir el estadio de es una jugada astuta. Más allá de sus reales intenciones de construir una “megaiglesia”, ha conseguido desmarcarse de las decenas de organizaciones evangélicas que existen en el país, en un contexto en que su líder pretende dar el gran salto a los altares de la política nacional.

El pastor Alberto Santana, quien dijera que la homosexualidad es una aberración, durante un recordado encuentro con Keiko Fujimori, tiene un movimiento político (Perú Nación Poderosa) cuyo símbolo es un escudo en donde sobresale la palabra ‘Fe’. En marzo compró un kit electoral.

Pero el caso visibiliza otro tema del que poco se habla, en momentos en que medio país se cree ya en el Mundial de Rusia, sin que la selección hubiese pisado siquiera territorio neozelandés.

La explanada del estadio de Matute, donde El Aposento Alto ha adquirido dos lotes, nunca le perteneció a Alianza Lima, según ha explicado la ex administradora de la institución Susana Cuba.
Es decir, uno de los clubes más importantes del país no era dueño del terreno adyacente al acceso a su sede principal.

Aunque existen dudas sobre la transparencia de estas compras, El Aposento Alto tiene todo el derecho de construir lo que quiera frente a la puerta principal del ingreso a la tribuna de Occidente del estadio íntimo. Desde una sucursal de su iglesia hasta una bodeguita.

Pero este grosero signo de precariedad no es propiedad exclusiva de Alianza Lima.

Los íntimos y Universitario de Deportes tienen en común no solo ser las instituciones deportivas más populares del país. También comparten graves apuros económicos: Alianza debe alrededor de 46 millones de soles y la ‘U’ más de 380 millones de soles. De haber sido tratados como cualquier deudor, hace rato hubiesen dejado de existir.

Ahora que estamos tan entusiasmados por esta posible clasificación al Mundial, no debemos olvidar algo: nuestra organización futbolística es un desastre, el campeonato profesional es un laberinto indescifrable, los torneos de ascenso son un chiste y los clubes son de papel. Si no emprendemos la gran reforma que requiere el fútbol –en realidad, el deporte en general–, este momento de euforia será solo un hipo, uno más de los que nos han acompañado desde que un grupo de ingleses trajo el fútbol hace más de 100 años al país. 

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