(Foto: USI)
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Redacción EC

En 1989, se presentó en el set del programa “En persona” para debatir con Juan Incháustegui. El candidato para la Alcaldía de Lima del entonces Movimiento Obras asumió su condición de ‘outsider’ e hizo todo lo posible para hacer ver al representante del Fredemo como lo que quería: un político tradicional más.

Esa noche, Belmont se mostró jovial, entusiasta y sonrió cada vez que pudo. No perdió la compostura y aprovechó su experiencia televisiva para responder con infalible puntería los ataques que recibió de su circunspecto contrincante.

Además, hizo algo que probablemente sorprendió al mismo César Hildebrandt, moderador del debate: las exposiciones temáticas a cargo de los especialistas de su partido fueron acompañadas por animaciones hechas en computadora, rudimentarias si las vemos con ojos actuales, pero llamativas para la época. La presentación derrochó didactismo y modernidad.

El adusto rostro de Incháustegui –a quien intentaron posicionar como “el ingeniero”– era la congelada imagen de la derrota, la cual se concretaría en las urnas algunos días después.

Veintinueve años más tarde, la situación es otra. Belmont es más un ‘hermanito’ que un ‘hermanón’.

El ex animador de televisión es el candidato del partido cascarón, el plan de gobierno escrito con errores ortográficos, el impulsor de las propuestas vagas, la xenofobia antivenezolana y el machismo más retrógado.

Como bien señala el diario “El País”, el ‘trumpismo’ está en campaña por Lima y Belmont es su representante más fiel. Es nuestro Trump de cabello gris, blue jean y polito achibolado.

La elección municipal más aburrida que se recuerde ha tenido también sus escándalos (los plagios de , las firmas falsas del partido de Urresti, el frustrado debate trucho) y sus ridiculeces monumentales, como los intentos del por engrosar su voz.

Que uno de los candidatos con más probabilidades de ganar sea un acusado de asesinato () es la expresión más elocuente del interés de los políticos y votantes por enfrentar los problemas de Lima. Pero también de las profundidades a donde ha llegado su autoestima. Dolorosísimo.

En menos de tres meses, Lima completará ocho años perdidos. Habrán pasado dos períodos municipales consecutivos, con dos alcaldes de pensamientos distintos, sin que sus condiciones de vida hayan mejorado.

La discusión se ha quedado en la dermis, entre propuestas dispersas (cámaras de vigilancia, teleféricos), demagógicas (patrullaje del Ejército) o vagas (las palabras ‘mejorar’, ‘capacitar’, ‘implementar’ y ‘coordinar’ han sido las preferidas).

Demasiado triste para una ciudad donde sobrevivir es una aventura.

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