India se ha propuesto lanzar una vacuna contra el COVID-19 este 15 de agosto y la que prepara la Universidad de Oxford podría empezar a distribuirse masivamente a fin de año. Pese a estos anuncios esperanzadores y a declaraciones como la del señor Raúl Delgado Sayán, miembro del Comando COVID -está convencido de que el mundo volverá a la normalidad antes de que finalice el 2020-, el grueso de la comunidad científica prefiere la cautela. El consenso es que tendremos que aprender a convivir con el virus un buen tiempo. ¿Cuánto? Imposible saberlo.
Otro virus con el que tendremos que convivir, por suerte solo hasta julio del próximo año, es el Congreso. No hay día en que no lance algún proyecto sin pies ni cabeza o que favorezca a un grupo de interés. Al momento de escribir estas líneas, sus intentos por socavar la reforma universitaria superaban los niveles del descaro. La discusión en el pleno tenía ribetes vergonzosos.
A ello se añade la denuncia contra la congresista de Acción Popular, Rosario Paredes, por recortarle el sueldo a una de sus trabajadoras. ‘Charito’, como la apodan cariñosamente, es una de las legisladoras que se había mostrado contraria a la eliminación de la inmunidad parlamentaria. Como recordaban los periodistas Fernando Vivas y Martín Hidalgo, en el debate de la Comisión de Constitución, utilizó el siguiente argumento: “Los que luchamos contra la corrupción sabemos que los sinvergüenzas nos van a estar denunciando. Es absurdo que nos quitemos el escudo para luchar contra la corrupción”.
¿Qué falta ahora? ¿Un ‘comepollo’, una ‘robacable’, un ‘mataperro’? ¿Qué más se necesita para confirmar que este Congreso es uno de los peores de la historia? Pues nada. El problema es que ello no les mueve ni un pelo y que no existen evidencias de que quienes los reemplacen, en un añito nomás, vayan a ser mejores.