En este estado se encuentra el malecón de la Costa Verde, a pocos días del inicio de los Juegos Panamericanos 2019. (Foto: Renzo Salazar / El Comercio)
En este estado se encuentra el malecón de la Costa Verde, a pocos días del inicio de los Juegos Panamericanos 2019. (Foto: Renzo Salazar / El Comercio)
Pedro Ortiz Bisso

La reúne parte de los grandes males que hacen de Lima un infierno: un tráfico desesperante y peligroso, informalidad a raudales, obras inconclusas, suciedad, delincuencia, caos casi en cada centímetro cuadrado y plataformas de cemento que exudan corrupción.

A los limeños no nos basta vivir de espaldas al mar; pareciera que le profesáramos un odio profundo. No valoramos que la nuestra sea una de las pocas capitales con playa. El trato que recibe la Costa Verde es el de un lastre irremediable.

Lo que hemos visto esta semana no tiene nombre. No solo por el tamaño de la destrucción, sino porque ya se había advertido. Más temprano que tarde el mar iba a carcomer el malecón de Magdalena, mandado a construir por la señora Villarán durante su penoso mandato. Similar futuro asoma sobre el que construyó el llamado “mejor alcalde de la historia” entre y , que además dejó inconcluso.

De su próxima destrucción hablaron desde especialistas hasta ciudadanos de a pie. Solo repitieron lo que resultaba evidente: el mar iba a buscar su destino natural y los millones de soles invertidos se iban a perder.

Dijeron lo mismo de la pasarela levantada durante el último castañedismo, y cada día su oxidada desnudez parece darles la razón.
A lo largo de los 18 kilómetros de la Costa Verde podemos encontrar desde clubes privados hasta restaurantes gourmet que sobreviven con la venia de oportunos amparos judiciales. Hay un centro de convenciones abandonado, un muelle de pescadores cercano a una marina de acceso exclusivo, la pileta kitsch más concurrida de la ciudad, canchas de fulbito, una pista de karts, puentes que no llevan a ningún lado y veredas que se caen a pedazos.

También vestigios de ferias de comida y sabe Dios qué, patios de juegos, escenarios de conciertos y un polideportivo que se construye a los trancazos para llegar a tiempo a los .

Este abanico de alternativas no es una demostración de versatilidad, sino de desorden. Del más burdo. Cada alcalde distrital hace lo que quiere con su pedazo de Costa Verde. Sus decisiones no responden a un sentido de continuidad ni a las necesidades de sus vecinos. No hay detrás una mirada integral. Lo suyo es pura oferta al mejor postor.

El viejo deseo de hacer de la Costa Verde un lugar que integre la ciudad con el mar se ha tornado en pesadilla. Hoy es la nueva Vía de Evitamiento de Lima, una autopista con el regalo de la vista al mar.

En la afirman estar en plena actualización de su plan maestro, del gran marco que señale su camino. Pero no es lo único que se necesita. La Costa Verde clama por una figura que la represente, sea el alcalde de Lima o quien este designe. Alguien que ponga orden en este mercadillo de arena, piedra y cemento.

La fuerte erosión se presenta en las playas Punta Roquitas y La Estrella. (Foto: Alessandro Currarino / El Comercio)
La fuerte erosión se presenta en las playas Punta Roquitas y La Estrella. (Foto: Alessandro Currarino / El Comercio)

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