(Foto: AFP)
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Pedro Ortiz Bisso

El Caso ‘Fifagate’ no existiría sin Andrew Jennings, el incansable periodista inglés que cuando medio mundo miraba de costado se enfrentaba en solitario a los jerarcas del fútbol mundial y denunciaba sus tropelías.

En el 2002, poco después de que Joseph Blatter fuera reelegido presidente de la FIFA, pidió la palabra durante una conferencia de prensa para preguntarle si había recibido un soborno. Esa pregunta que parece simple, poco riesgosa, nadie se la hacía, por ese respeto cuasivirreinal que se le tenía a quien manejaba una organización con más países miembros que la propia ONU. Las amenazas no hicieron que bajara la guardia; por el contrario, persistió.

“Tarjeta roja: el libro secreto de la FIFA”, su trabajo publicado en el 2006, fue la llave maestra para que el FBI investigara el andar de esta mafia de distinguidos caballeros de bolsillos sin fondo que vivían atornillados a sus jugosos puestos, mientras recibían millones de dólares de las empresas que participaban en el mundo futbolístico.

Cuando siete directivos de la FIFA fueron detenidos en el 2015, la noticia tuvo las mismas repercusiones que una explosión nuclear. La onda expansiva llegó al Perú y se llevó a uno de sus personajes más odiados: el ex presidente de la Federación Peruana de Fútbol, Manuel Burga Seoane.

Amigos y ex amigos de Burga cuentan que no fueron pocas las ocasiones en que le aconsejaron que dejara la Videna, la sede del reino en la cual se entronizó por 16 años. “Defender la institucionalidad” fue una frase que, palabras más, palabras menos, repitió cuando le preguntaban por qué no dejaba el puesto, pese a la seguidilla de estrepitosos fracasos deportivos que acompañaron su gestión.

Más allá de los insultos, el periodismo peruano hizo muy poco para investigar su labor con rigurosidad. Y aquellos que se dieron el trabajo de hacerlo, no tuvieron réplica a nivel judicial.

Por eso, cuando en diciembre del 2015 Burga fue detenido y un año después extraditado a Estados Unidos, muchos se frotaron las manos. Ahora sí, una justicia de verdad, libre de enjuagues e influencias, daría castigo al hombre que encarnaba todos los demonios del deporte más popular del país.

Pero hace pocos días ocurrió lo inimaginable: un tribunal de Brooklyn declaró no culpable a Burga y este ya camina libre en Lima. El jurado no halló pruebas para acusarlo por asociación ilícita y lo convirtió en el primer dirigente del Caso ‘Fifagate’ en ser absuelto.

¿Qué pasó? ¿No hubo pruebas suficientes? ¿El fiscal no hizo bien su labor? ¿La justicia estadounidense está sobreestimada?
¿O es que Manuel Burga es solo un pésimo dirigente, de los peores de la historia de nuestro país, pero solo eso, no un delincuente?
Para la justicia, al menos, es así. 

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