(Foto: El Comercio)
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Pedro Ortiz Bisso

era un señor gordo, de cabellos enrulados y corbata ancha, que aparecía en los programas de música criolla de la televisión en blanco y negro, cuando solo existían tres canales, íbamos al colegio con un uniforme color rata y la prensa estaba en manos del general que manejaba el país.

No es ese, sin embargo, mi recuerdo más lejano de quien hizo de sus canciones himnos que cantamos mientras el corazón se nos acelera. Era también el papá de Selena, la niña que para admiración de sus compañeritos de kindergarten de un colegio miraflorino [mi hermano, uno de ellos] celebró su cumpleaños no en su casa o el salón de clase, sino en un local enorme de la Avenida del Ejército. Y lo hizo con luces psicodélicas, como solían ser las fiestas de los adolescentes de la época.

Era también el hombre sonriente, casi siempre presuroso, a quien sin mediar razón Augusto Ferrando hacía pasar a su set, cuando el ‘Negro’ gobernaba las risas sabatinas en su inolvidable “Trampolín a la fama”.

Hay otra imagen que revolotea en esta hora triste: Polo Campos en camisa de mangas cortas, a cuadros, abrazando a Alfonso ‘Pocho’ Rospigliosi, con Arturo ‘Zambo’ Cavero y Óscar Avilés. Un cuarteto entrañable que le daba color, cunda y música a la carátula de “¡Perú al Mundial!”, un long play lanzado en 1977 después de que la selección consiguiera clasificar a la Copa del Mundo que se celebraría en Argentina al año siguiente.

“Contigo Perú”, el tema principal de esa producción, lo escribió en 15 minutos. Según su propio relato, un general le pidió que compusiera una canción que animara a la gente, cuando la selección aún no iniciaba su participación en las Eliminatorias para el Mundial argentino.

Sentado en el desaparecido café Haití de la plaza Pizarro, los versos empezaron a fluir. Y así, sobre una factura, escribió el segundo himno nacional del Perú.

Hay otra imagen un poco más cercana. En plena Teletón, uno de los invitados, el argentino Luisito Aguilé, tras haber cantado por enésima vez “Ven a mi casa esta Navidad”, le lanza un reto al aire: soltar una palabra y que con ella componga una canción en segundos.

No recuerdo exactamente cuál palabra fue, pero sí cómo Aguilé reía, lo abrazaba y no cesaba de preguntarse cómo hacía ese hombre que decía no haber leído un libro en su vida para lanzar versos como metrallas.

Las últimas imágenes son un poco más tristes: anciano y frágil, deglutido por la minucia chollywoodense, jaloneado por penosos líos familiares que expusieron secretos y algunas miserias.

“Cuando tengas que partir, quiero que sepas que estaré pensando en ti toda mi vida”.

No será difícil recordarlo, don Augusto Polo Campos.

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