Subunidad de Atención Integral al Paciente Quemado incrementa atenciones por uso de pirotécnicos. (Carlos Hidalgo / El Comercio)
Gladys Pereyra Colchado

El hijo de Olga Espinoza tiene 8 años y le encantan las chispas. Por eso, cuando encontró un cohete en el suelo camino a su casa, el 2 de noviembre, lo guardó en su bolsillo. Con un fósforo que tomó de la cocina, varias horas después, lo prendió. “Solo botó humito”, cuenta. Usó su pie para tratar de apagarlo y el cohete explotó. Casi dos meses después, sigue internado en el Instituto Nacional de Salud del Niño de San Borja (INSN-SB) tras 4 operaciones y amputaciones de dedos.

Él es uno de los casos de quemados recibidos en el hospital, que aumentan 20% en Navidad y Año Nuevo, debido a los pirotécnicos. Desde noviembre el INSN-SB ya ha atendido a 9 niños, uno de los cuales está por perder la vista. Lo peor es que cada fin de año la cifra llega a un promedio de 35 menores heridos por estos artefactos.

—Jugar con pólvora—
“¿De qué tamaño era el cohete?”, pregunta Olga a su hijo. “Chiquito”, responde mientras deja un espacio de cuatro centímetros entre sus índices. ¿Qué hubiera pasado con una ratablanca? Zulema Tomás, directora general del INSN-SB, tiene la respuesta: quemaduras de tercer grado en ambas manos con compromiso de músculo y hueso, y más amputaciones de dedos. Un niño que acaba de ser atendido tiene ese diagnóstico.

De las 24 camas de hospitalización en la Subunidad de Atención Integral al Paciente Quemado, 22 están ocupadas ahora. El 70% por agua hervida, pero también por fuego y pirotécnicos, cuyo agravante son las explosiones.

“Todos los pirotécnicos tienen pólvora, incluso la luz de bengala. Nuestra ropa es sintética y basta una chispa para que se prenda”, explica. También tienen plomo, arsénico, mercurio, cloratos y fósforo rojo.

Cuando Mesa Redonda se incendió en el 2001, Tomás trabajaba en el Hospital del Niño de Breña. Ese día llegaron 32 niños con quemaduras graves. Desde entonces la cifra de víctimas ha disminuido, pero no lo suficiente. “Siguen llegando niños quemados. En otros países esto está regulado y no hay hospitales de niños quemados porque existe prevención”, dice.

—Heridas a largo plazo—
En el taller de mallas del INSN-SB, Gladys Ayala, trabajadora del hospital, cose las prendas a presión que evitan que la piel de los niños quemados se levante. Pero no solo cose, también escucha. A las madres y padres, a los niños que han hecho una pausa en sus vidas por una olla con agua hervida en el piso o un fuego artificial aparentemente inofensivo. Los conoce lo suficiente porque el tratamiento no acaba con las cirugías (entre 4 y 12), sino que sigue una larga rehabilitación, física y psicológica de al menos un año y medio. 

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