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Dos muchachas encontraron en los estudios una oportunidad para transformar sus vidas.  Jesica Rosalía Panllo Vargas, de 22 años, es hoy diseñadora de modas y actualmente trabaja para una empresa que confecciona uniformes para trabajadores de salud.

Jesica es la segunda de cuatros hermanos. Creció en . Su mamá era ama de casa. Su papá, técnico en refrigeración. "Éramos una familia muy unida. Los fines de semana mi papá nos hacía jugar vóley a mí y a mi hermana mayor. Un día mi mamá se puso mal", cuenta.

La mujer desarrolló una enfermedad crónica en los riñones. Luego vino la depresión. Sus defensas bajaron y el cuadro se complicó con la llegada de enfermedades oportunistas. Jesica tenía apenas 13 años cuando su madre murió. Sus otros hermanos habían cumplido 5, 6 y 15 años.


Su padre falleció también al poco tiempo. "Un día se quedó dormido y ya no despertó", recuerda Jesica.

Al inicio sus tíos y vecinos se turnaban para cuidarlos. Luego, una tía los llevó a Aldeas Infantiles S.O.S. "El primer mes nos chocó. Todo era nuevo. Pero nos acostumbramos poco a poco. La encargada de hogar se volvió como nuestra mamá. Llenó el vacío", dice. 

Al albergue llegaban muchas donaciones del extranjero. "Nos traían ropa de Francia, cosas muy bonitas, telas diferentes. Cuando venían, yo aprovechaba para preguntarles a nuestros padrinos sobre sus países. Un día me hablaron de Coco Chanel y supe que quería ser como ella. El diseño era sinónimo de libertad para mí", asegura.

Comenzó a soñar con ser parte de algún evento de Victoria Secret, por ejemplo, y vestir a los que influencian en la moda. En el 2014, gracias a una beca de , ingresó al instituto Chío Lecca. "Cada ciclo hice una colección distinta de ropa. La primera fue experimental. Mi tema fue la crisálida. Hice un vestido de lentejuelas, muy brillante", cuenta.

En el 2017 egresó. Se capacitó en confección de lencería y ahora está estudiando negocios. "Quiero abrir mi empresa de ropa para niños. Mi sobrino de 4 años (hijo de su hermana mayor) es mi inspiración. Ya le he hecho varios conjuntos de pijama, camisas, poleritas", dice. 

Además, está por iniciar una segunda carrera en la Universidad Nacional Agraria La Molina. "Quiero prepararme bien para gestionar las tierras que nos dejaron mis papás y trabajarlas para que mis hermanos y yo tengamos otro ingreso", dice. 

—Reparaciones—
Estefanía Soledad Gómez Velásquez, de 27 años, nació en Huaccana, Chincheros, Apurímac (), un centro poblado rodeado de cerros y bosquecitos donde se habla tanto español como . Creció sin un padre. Desde chica tuvo que 'recursearse' pelando pollos, lavando y picando verduras, y como trabajadora de limpieza de una clínica local. Cuando quiso estudiar la carrera de Producción y Gestión Industrial en Tecsup, varios le dijeron que no lo lograría. Hoy cursa el sexto ciclo y ocupa el segundo puesto.

"Siempre fui aplicada, pero en el colegio le agarré miedo a las matemáticas. Unos chicos me hacían 'bullying' por sacar buenas notas. Me jalaban las trenzas", recuerda.

Hace cuatro años llegó a Lima para hacer un curso de técnico en Logística con la ayuda económica de Pronabec. Ahora, bajo la modalidad Repared (beca para víctimas del terrorismo y sus descendientes), continúa su educación. 

Ha llevado cursos de soldadura, manejo de máquinas industriales: tornos, fresadoras (dar forma a objetos metálicos mediante cortes), procesos químicos y metalurgia. "Nos hacen creer que seremos felices solo cuando tengamos una familia, un hombre, que hay carreras como las relacionadas con la ingeniería que no son para mujeres. Pero somos organizadas, detallistas y damos un valor agregado a la industria", afirma la joven.

—Sacrificios—
"Mis abuelitos tuvieron 7 hijas. A todas les quisieron dar educación, pero la plata no alcanzaba y la situación se complicó por el terrorismo", cuenta Estefanía. En esa época, explica, iban los senderistas a pedirle comida a la comunidad. Se llevaban sus gallinas.

"Algunos entregaban sus animales por miedo. Pero luego venían las Fuerzas Armadas a reclamarte. Te acusaban de ser parte de la organización. Mi abuelo por miedo se iba a dormir al bosque. Mi mamá tuvo que regresar de Lima e interrumpir sus estudios, para acompañar a mi abuela, cuidar de ella y de sus hermanas menores y hacerse cargo del ganado", dice. 

Su madre consiguió recibirse de maestra cuando Estefanía tenía 10 años."Si tenemos un sueño puede hacerse realidad. No es fácil. Hay que sacrificarse. Admiro mucho a mi mamá", dice.

Durante su niñez hubo periodos de hasta 5 meses en los que estuvieron apartadas. "Ella venía a trabajar a Lima para ahorrar dinero yo me quedaba donde mis tías, en Chincheros, por la escuela", agrega.

Su mayor sacrificio ha sido estar lejos de su mamá. En Huaccana no hay universidades ni institutos. "Me hubiera gustado mucho ser como las otras chicas de mi clase que podían volver a sus casas a contarles a sus mamás cómo había sido su día. Yo, con suerte, podía verla un par de veces al año", dice.

En un futuro, cuando haya ganado suficiente experiencia, quiere formar su propia empresa para, a través de ella, generar puestos de trabajo o beneficios para los adultos mayores. 

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