El drama diario que vivimos desde el inicio de la pandemia empieza a tomar un tono más grave por la sensación de que el Gobierno ha perdido el norte. A la renuncia de seis médicos al comité de expertos convocado por el Ministerio de Salud, se suma el papelón de no haber informado a tiempo sobre las restricciones para las salidas de los niños.
Son tantas las marchas y contramarchas que la herida sobre la confianza crece y el liderazgo se diluye. Con la cuarentena levantada de facto por una población que necesita ganarse el sustento a como dé lugar, la falta de respuestas rápidas y efectivas por parte del Ejecutivo abre las puertas a un sálvese quien pueda generalizado, de letales consecuencias dada la delicada situación en que se encuentra el país.
Recuperar el liderazgo es una urgencia. Pero ello requiere también de una estrategia y esta debe estar alimentada por un ánimo convocante, que permita integrar al trabajo a las mentes más iluminadas que se necesiten, al margen de diferencias ideológicas.
Habrá, como es lógico suponer, aquellos que no quieran sumarse. Sabido es que entre la enorme masa de críticos del andar del Gobierno se encuentran ciertos cultores del desastre, dueños de agendas conocidas, cuyo malhadado accionar el votante supo castigar en los últimos comicios. Si quieren seguir viviendo de la desgracia ajena, es cosa de ellos.
Hay que sumar a quien quiera poner el hombro. El virus va a estar con nosotros por mucho tiempo y aprender a convivir con él –y no morir, literalmente, en el intento- requiere de enormes sacrificios que debemos afrontar como país. Presidente, es ahora o nunca.