El presidente que afirma ser víctima de un complot, que delante del cuadro de Túpac Amaru II se golpeó el pecho y dijo “si quieren vacarme, aquí estoy […] yo no me corro”, tiene que asistir esta mañana al Congreso y, más que defenderse, decir la verdad.
Al momento de escribir estas líneas, se desconoce si el señor Vizcarra asistirá al Parlamento o solo enviará a su abogado. Es probable que sus asesores le hayan aconsejado no acudir al pleno a fin de evitar algún maltrato. Hay razones para suponer que ello podría suceder.
Aunque en las últimas horas el ánimo en favor de la vacancia ha perdido peso, los penosos antecedentes de nuestros parlamentarios obligan a imaginar que no van a perder la oportunidad de zamaquear al presidente con sus acostumbradas lindezas. Más aún si las cámaras y micrófonos del país estarán pendientes de sus actos.
Sería injusto no reconocer que existen congresistas conscientes de su responsabilidad y que intentan ejercer su función con la dignidad que demanda el cargo. Pero resultaría muy extraño que la seguramente interminable sesión de hoy no se convierta en una función más de este circo de medio pelo –con el perdón de todos los circos de medio pelo- que es el Congreso presidido por el señor Manuel Merino de Lama.
Pese a ello, el señor Vizcarra no debe dejar de asistir. El hombre que un día se despertó convertido en presidente, que supo pechar y disolver –"fácticamente"- al Congreso anterior, que en un acto de audacia llamó a referéndum, convocó a elecciones parlamentarias y enfrentó la peor pandemia que se recuerde, no puede eludir esta cita con la historia. Es su deber. No con el Parlamento, sino con el país.