(Foto: Dante Piaggio / El Comercio)
(Foto: Dante Piaggio / El Comercio)
Juan Guillermo Lara

Hace un año y medio Moisés, de 29 años, ingresó al taller de manufactura que tiene la empresa peruana Renzo Costa dentro del penal Ancón II. Allí se encarga de coser monederos que posteriormente son vendidos en varias tiendas.

Gracias a este trabajo, no solo puede enviar dinero para sus dos hijos, sino que además redujo en seis meses su condena de nueve años. “Tengo la esperanza de que cuando salga me contraten en la empresa y pueda rehacer mi vida”, dice Moisés.

—Buscando un cambio—
El Instituto Nacional Penitenciario (INPE) creó el programa Cárceles Productivas para que los reos no reincidan en delitos y se reinserten en la sociedad.

Este proyecto consiste en ofrecer al gremio empresarial la contratación de mano de obra calificada e infraestructura donde pueden instalar máquinas industriales para producción desde los centros penitenciarios.

“Queremos que las cárceles dejen de ser escuelas del delito y lo lograremos a través del trabajo. A este programa solo acceden los internos que estudian o participan en otros talleres”, precisó el presidente del INPE, Carlos Vásquez Ganoza.

Hasta el momento hay aproximadamente 25 mil internos que participan en los 224 talleres (entre costura, zapatería, carpintería y otros) de las 69 prisiones de todo el país.

Vásquez indica que, de la retribución económica, un 70% va directamente para el interno. Un 20% es para la reparación civil y un 10% para ser reinvertido en el programa.

Ayer, en cooperación con la Asociación de Exportadores (ÁDEX), más de 60 empresarios visitaron el penal de Ancón II donde recorrieron las instalaciones y conocieron los artículos producidos por los internos.

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