La renunciante ministra de Cultura, Sonia Guillén. (Foto: Presidencia)
La renunciante ministra de Cultura, Sonia Guillén. (Foto: Presidencia)
Pedro Ortiz Bisso

Si el Gobierno cree que con la renuncia de la señora Sonia Guillén al Ministerio de Cultura el caso Richard Swing está cerrado, se equivoca de cabo a rabo.

La señora Guillén ha sido solamente la heredera de un encargo cuyo verdadero responsable aún falta conocer.

El Gobierno no ha sabido explicar aún cómo un personaje de talento desconocido, cuya relevancia estaba ligada a los escándalos mediáticos en los que estuvo envuelto, pudo sobrevivir a seis ministros sin que ninguno le tocara un pelo, entre ellos la atribulada señora Guillén.

Sus inexplicables visitas a Palacio de Gobierno son razón suficiente para colegir que la razón de su permanencia tuvo que ver con una orden de muy arriba, aceptada con sumisión por quienes tuvieron que lidiar con el encarguito. Aunque de encarguito no tenía nada: fueron más de 175 mil soles por absurdas charlas motivacionales y concursos de talento salidos de los bolsillos de los contribuyentes.

El viejo truco del ministro que renuncia para tapar un escándalo -al que el presidente Vizcarra ha recurrido en tantas ocasiones- no debe funcionar esta vez. El país necesita saber quién le dio alas al señor Swing para meterse al bolsillo tanto dinero sin merecerlo y -esto es lo más importante- cuántos Richard Swings más hay en el Estado, aprovechando los favores de algún amigo poderoso.

El verdadero responsable, ese que ‘pasa piola’ mientras otros se incineran por él, no debe ganar otra vez.

Contenido sugerido

Contenido GEC