Brasil no cae como local en Copa América desde hace 44 años, cuando Perú lo derrotó por 1-3. (Foto: AFP)
Brasil no cae como local en Copa América desde hace 44 años, cuando Perú lo derrotó por 1-3. (Foto: AFP)
Pedro Ortiz Bisso

En el primer capítulo de “The Newsroom”, la aclamada serie de Aaron Sorkin, una estudiante le pregunta al periodista Will McAvoy por qué Estados Unidos es el mejor país del mundo. Luego de ensayar una evasiva, el conductor de “Newsnight” responde que no hay razones para dar por cierta esa afirmación y las enumera sin contemplaciones ante el desconcierto de un auditorio compuesto por universitarios y otros periodistas.

Hoy que la camiseta ha vuelto a convertirse en símbolo de orgullo, que cantamos el himno con el fervor de nuestros años colegiales y que compartimos estampitas virtuales del hasta hace poco odiado Pedro Gallese, vale la pena hacer una pregunta en el mismo tono, pero en función de estos tiempos de pasión pelotera: ¿la selección de Ricardo Gareca representa al fútbol peruano? La respuesta es un no con mayúsculas. Will McAvoy estaría de acuerdo.

El equipo –que tras un catastrófico 0-5 ante el imbatible dueño de casa eliminó al Uruguay de Suárez y Cavani, para despachar luego al bicampeón de América en un encuentro regado de dramatismo y pinceladas de belleza– se parece muy poco a eso que se practica los fines de semana en el país, y que hinchas y periodistas llamamos fútbol con excesiva benevolencia.

La zurda feliz del ‘Orejas’, el ‘timing’ anticipador de Tapia, la fortaleza de Zambrano para el choque, la categoría de Paolo para formar un muro alrededor de la pelota y sacar un tiro con destino de gol no pueden ser expresiones del juego atortugado y somnoliento que puebla nuestros fines de semana.

Parece imposible que Trauco, Yotún, Carrillo, Advíncula, Abram y los demás chicos que nos inflan el pecho sean manejados por una federación que tiene a su presidente preso y a su reemplazo involucrado en la reventa de entradas. Que sean parte de un país donde sus clubes más populares sobreviven manejados por sus acreedores, agobiados por deudas gigantescas tras años de dispendio.

¿Cómo es posible, entonces, que una selección peruana de fútbol pueda disputar mañana ante Brasil el cetro del torneo más importante de América?

La respuesta es Ricardo Gareca. Y Juan Carlos Oblitas y Antonio García Pye. Ellos construyeron una coraza alrededor de un grupo forjado con paciencia. No ha sido un escudo impenetrable. En algún momento se formaron peligrosas fisuras que estuvieron a punto de hacerlo colapsar. Pero supieron enmendar a tiempo. Capearon la mar brava y persistieron.

Mañana, cuando la selección dispute su primera final sudamericana en 44 años, valore todo lo que ha conseguido. Las millones de sonrisas que nos han arrancado.

Tenga presente también que ni Gareca ni Paolo ni Gallese son eternos. Que para que esta felicidad no se pierda cuando ellos ya no estén, la selección tiene que parecerse al fútbol que representa. Y para ello hay muchas cosas que necesitan cambiar. 

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