Ciento dos personas fallecieron víctimas del COVID-19 el último domingo, según el Ministerio de Salud. El número es menor al que traían los reportes semanas atrás, cuando el avance del virus parecía imparable. Sin embargo, las cifras no dejan de ser altas, así que pensar que el final de la batalla está cerca, más que un buen deseo es un acto de ingenuidad.
Pero así fuera un solo fallecido, es una enorme falta de respeto a la memoria de las víctimas y al dolor de sus deudos este espectáculo bochornoso que estamos viviendo, protagonizado por el presidente de la República -cuyo patetismo no deja de sorprender-, y un Congreso plagado de tiburones, dispuestos a hacer lo indecible para apropiarse del poder.
De la vergüenza que provoca esta telenovela de cuarta categoría no se libran ciertas instituciones y líderes políticos, cuya indefinición y prolongado silencio parecen más una movida estratégica que un acto de prudencia; ni la ligereza con que algunos medios de comunicación y conocidos opinólogos difundieron los audios de la señora Roca, ventilando sin mayor filtro información no contrastada, parte de ella del ámbito privado.
En momentos en que el avance de las fake news y la posverdad exigen una mayor rigurosidad en el tratamiento informativo, la dictadura del clicbait y el ráting se impuso casi sin oposición.
No soy de los que cree que el señor Vizcarra ya se libró de la vacancia, a pesar de que muchos congresistas que solo días atrás lo acusaban con furia, han empezado a recular. Si hay algo que este Congreso ha demostrado es que no le disgusta hundirse en el barro. Es más, hasta lo disfruta.
El drama del país es que en medio de la peor crisis sanitaria de su historia y con la economía en el subsuelo, deberá seguir adelante con un presidente debilitado y herido por la desconfianza. Nos esperan los 10 meses más largos de nuestras vidas.